Historias de la crisis | «Hay que luchar para que no nos quiten la vida»
Ana se levantó a las 9 de mañana y se puso a hacer el desayuno para ella y su marido, viven solos porque sus hijos ya están grandes, uno emigró y los otros viven fuera de Caracas. Comieron dos huevos revueltos con un cuarto de cebolla rayada y medio tomate que quedaba en la nevera, un pan canilla rebanado y untado con un poco de margarina que sobrevivió de las provisiones.
A las 10:30 aproximadamente sonó el timbre de su apartamento, que queda en un edificio de ocho pisos y cuatro viviendas en cada uno, a una cuadra del bulevar de Sabana Grande en Caracas. Era del condominio para avisar que al mediodía pondrían el agua y que sería por una hora.
Ella y su esposo desayunaron rápidamente y comenzaron a preparar ollas, tobos y cuanto recipiente tapado tienen en su casa para cuando llegara el momento. A las 12 en punto Luis anunció: «está entrando agua» y junto a Ana se dispusieron a las labores.
Él lavó un baño y ella el otro, él fregó los platos y ella comenzó a llenar recipientes. Al terminar la fregada, Luis se metió a bañar, salió y sustituyó a su esposa para que ella pudiera hacer lo mismo.
Este sábado en Caracas se habían cumplido 21 días de no recibir servicio de agua por parte de Hidrocapital. Las plantas suministradoras se quedaron sin electricidad el 7 marzo cuando se produjo un apagón nacional cuya falla aún no ha sido solventada y que el sábado dejó sin suministro eléctrico a 90% del país.
El domingo Evelyn Vásquez, ministra de Aguas, anunció que habían iniciado los «protocolos de energización de los sistemas de producción de agua potable del país» por lo que en las próximas horas se irá «restableciendo el servicio en las distintas zonas».
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Ana aseguró no creerles. «Nos mienten y nos mienten. Le echan la culpa a Guaidó de lo que pasa con la luz y el agua, pero ellos tienen 20 años gobernando. Esto no se aguanta más». Pero su tragedia no es solo la luz o el agua, cuando ella y su marido habían colectado toda el agua que pudieron, Ana salió al mercado.
«No hay metro y convencí a unos vecinos que tienen carro para ir al mercado de Catia, porque ahí es más barato», contó. Su marido que es periodista y gana 30 dólares mensuales no cobró el viernes su quincena porque «no había luz el miércoles y en el trabajo no pudieron transferirles».
Para hacer «un mercadito» tuvo que cambiar 20 dólares. Los tenía guardados desde hacía un tiempo, se los ganó haciendo un documento legal, ella es abogada, es licenciada en Letras y docente, pero está desempleada. Cuenta que «cualquier dinero que me gano lo cambio en dólares para poder tener para emergencias de salud o como esta. En este país no se puede guardar para más y nunca se sabe lo que puede pasar».
Llevaba una lista. «No es gran cosa porque no hay plata, pero sobre todo porque no hay luz» y sin electricidad no es posible refrigerar proteína animal fresca, por lo que en su lista solo había pollo o carne si se conseguía, «para preparar hoy mismo».
Desde el apagón del 7 de marzo, en Caracas, al menos en casa de Ana, han contado con luz eléctrica solo siete días. «Hace unos días tuve que botar varias cosas que se me dañaron, una carne y unas verduras, no me dio tiempo de comerme todo y lo perdí», por eso decidió comprar poco sobre todo verduras y hortalizas que «puedo cocinar y guardar así».
«Los 20 dólares los gasté todos, solo compré un pollo, monte, medio cartón de huevos, zanahorias, cebolla, plátanos, pan y cuatro tonterías más. No pude comprar jamón y queso, porque los precios son inalcanzables para mi». La tasa que le dieron por sus dólares fue de 3.200 bolívares, solo tenía 64 mil bolívares.
Gastó 55.570 bolívares. «Los 8 mil bolívares que me quedaron los guardé por si acaso, porque a Luis no se sabe cuándo le van a apagar. Si el lunes no hay luz, será quién sabe cuándo».
Ana salió a protestar el domingo y aunque «no entiendo mucho que es un simulacro de un evento para tomar el poder», el sábado 6 de abril saldrá a responder al llamado del presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó.
«Hay que luchar, ya no nos queda nada más, hay que lucha. Nos quitaron la libertad, a nuestros hijos, que se fueron del país, la comida, la luz y el agua. Así que hay que luchar para que no nos quiten la vida», dice Ana mientras toca una cacerola porque la luz volvió a irse y está convencida de que el camino está en «lograr que Maduro se vaya de Miraflores».