Economía

Hablar mal del país

Les he leído, a algunos articulistas u opinadores serios, la preocupación válida por la especie de autoflagelación que tienen los venezolanos. El sentido del título de esta nota es que, hablar mal del país, puede implicar la sinceridad, o el invento de cosas, que terminan siempre en línea contraria al dicho popular de que los trapos sucios se lavan en casa. Algunos, por supuesto, justifican su hablar mal del país con una especie de realismo necesario.

De los últimos Presidentes que ha tenido la nación, al único que le he escuchado algo valioso en este sentido es a Rafael Caldera. Esto sucedió al resaltar, en un programa de televisión, precisamente, una idea cercana a la que hemos planteado.

Recuerdo haber estado en un organismo público donde se señalaba, como anécdota o travesura -según el caso-, que dos representantes oficiales habían entrado en discrepancia pública en un evento internacional en otro país. Puedo señalar también un caso personal donde le indiqué a un venezolano -en una ocasión similar- que estuviese atento a que un «hermano» latinoamericano se iba a ir por determinada línea analítica -cosa que realmente sucedió- y esto me produjo con mi paisano una discrepancia que no tenia ningún sentido. Contrariamente, la experiencia internacional permite observar a latinoamericanos, que sin necesariamente ser más preparados ni más veteranos que muchos venezolanos, andan siempre en equipo defendiendo sus gobiernos o sus terruños. Una excesiva sinceridad, pasión por el conflicto y a veces inocencia con la viveza de otros, son parte de los factores que parecieran estar presentas en esta especie de intimidad del apego y desapego por el país y la defensa de sus intereses.

Gobiernos anteriores y el actual así como individualidades diversas se han dedicado, así, a decirle al mundo o a los otros latinoamericanos -sin que, según los casos, se tengan mejores o mayores virtudes que las nuestras- de lo corrupta de nuestra democracia, o de un pueblo masacrado por la tiranía política -como expresó recientemente el Presidente Chavez en Santiago en la Cumbre del Grupo de Rio-, lo deleznable de nuestras instituciones o de que el petróleo no nos ha dejado ser mas laboriosos. Y los demás, oyen y oyen, y después critican a Venezuela y a los venezolanos. Por querer al país o por cualquier otra razón cultural -o de otro tipo- he optado, así, por la posición, seguramente necia, de no expresar nada delante de extranjeros que puedan devolvérnoslo a los venezolanos como crítica, a sabiendas de que varios se dedican a hablar maravillas de sus naciones.

A algún analista y escritor de la realidad venezolana, le leí alguna vez su posición sobre la influencia poco provechosa que para el país había tenido el conjunto de guerras y caudillismos de la segunda mitad del siglo XIX, pero la realidad es que revisando uno -modestamente- la historia, puede encontrarse con las conocidas figuras, nada insignificantes nacional internacionalmente, de un Miranda, Bolívar o Bello. Más cercano aun, puede señalarse la figuración de algunos venezolanos en décadas recientes en la construcción de la democracia en América Latina. Es indudablemente innecesario, para lo que se quiere resaltar, nombrar un conjunto de venezolanos y venezolanas ilustres o destacados en las letras, ciencias, artes, deportes, cine y concursos de belleza.

Sociólogos, economistas, ingenieros y médicos connotados -entre otros tantos profesionales- tiene el país. Lo que no ha tenido en abundancia, para decirlo en forma plana, han sido trepadores en el ámbito internacional, como si los han tenido en abundancia -y por supuesto que en paralelo a individuos de valor- otras naciones. Hoy en día incluso, varios venezolanos de figuración internacional han alcanzado esta última, entre otras cosas, por sus méritos y preparación profesional.

También tiene la nación una experiencia institucional no irrelevante en los asuntos de la economía y la gestión publica. No es cierto que nada sirve o todo haya funcionado mal. Hace treinta y más años algunas de nuestras instituciones y organismos estatales podían ser ejemplos internacionales. En este sentido, hay que decir que, políticos tradicionales, tecnocratas, Presidentes y hoy día «revolucionarios» han contribuido intencionalmente -o sin querer queriendo- a la nefasta empresa de hablar mar del país.

Como siempre sucede no queda más que contar con nosotros mismos. Con nuestras particularidades e instituciones, para cambiarlas, mejorarlas o filtrarlas. Es ello lo que puede ayudar a encaminar la sociedad venezolana en la búsqueda de sus propias salidas. No son los fanatismos, ni neoliberales ni «revolucionarios». No es la autoflagelación permanente. En parte, se trata -normativamente-, de contar con los mejores y con los que puedan comprometerse con el enrumbamiento económico y social de la nación.

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