¿Por qué se van los capitales?
La salida de capitales, mas allá de ocasionales coyunturas explosivas motivadas por ruidos políticos o factores estaciónales (vacaciones de agosto), ha sido un proceso extenso y sostenido en estos dos años y medio, condicionado por las perturbaciones políticas e institucionales propias del llamado «proceso revolucionario». La «revolución», además de demoler las instituciones básicas y las reglas de juego para el funcionamiento de una economía «normal» de mercado, asoma, peligrosamente, elementos involutivos característicos de un capitalismo de estado en conjunto con la socialización, por mandato constitucional, de la producción de bienes y servicios como educación, salud, pensiones, así como la explotación económica de la riqueza contenida en el subsuelo, petróleo, y otras materias primas, etc, bienes, cuya producción es ahora monopolio constitucional del Estado.
Este régimen que concentra la propiedad absoluta -por vía constitucional- del Estado para la explotación de las industrias que derivan de la riqueza del subsuelo enajena la presencia de la iniciativa privada con lo cual la actividad económica de la gente –léase privados- queda reducida peligrosamente a una posición residual, particularmente en lo que respecta a la acumulación de capital en actividades económicas para los cuales el país muestra ventajas comparativas y competitivas. Estas restricciones políticas e institucionales a la inversión y a la capitalización del esfuerzo de la iniciativa privada, en el marco de estas economías globales, de fácil acceso y salida, condiciona en mayor grado la dirección que toma el ahorro de la gente y las empresas.
El summun de esos efectos se puede observar en la persistente percepción de riesgo, y que se lee de la calificación de riesgo país que supera en promedio los 800 puntos base, y que en cierto modo «contradice» la posición en reservas internacionales que muestra la economía nacional y otros indicadores macroeconómicos; aun cuando en lo fiscal, sabemos que la procesión va por dentro. Una juiciosa revisión de esa percepción de riesgo dice claramente que las motivaciones que lo inducen se corresponden con el amplio espectro de incertidumbre que emerge de las «transformaciones políticas» en curso y del abandono, tanto en el discurso oficial como en la ejecutoria legislativa de las reglas que rigen una economía de mercado; todo, contenido en un entorno de intensa inestabilidad política e institucional.
En el periodo mencionado las salidas de capitales – distintas a las importaciones, servicio de deuda publica y rendimientos por inversiones- superan los 15 mil millones de dólares, siendo sus causas mas de naturaleza política e institucional, antes que económica. Los venezolanos, gente y empresas, prefieren invertir y ahorrar en entornos mas seguros y políticamente estables, y ello es un comportamiento absolutamente racional. Ya la historia no lejana muestra como las devaluaciones e intervención del Estado y políticos con perversos controles de cambio ha coadyuvado la descapitalización y el empobrecimiento de la gente; esta ha aprendido mucho, no así los políticos, aunque en este ultimo caso hay mucho de doble standard.
Sin embargo, más allá de los números, se incorporan rápidamente las condiciones macroeconómicas de costumbre, particularmente en lo que respecta a la viabilidad de la expansiva política fiscal ejecutada en los últimos dos anos, en virtud de la caída de los ingresos petroleros (cerca de 7% del PIB); a lo que habría que agregar la conflictividad social y política que podría emerger de un ajuste fiscal, al cual el gobierno deberá acudir irremediablemente como precondiciones para sostener la libre convertibilidad del bolívar y no incrementar los impuestos; es decir, que no se presenten restricciones a la compra de divisas y a nuevos impuestos, lo cual y ya es historia conocida, enviara la economía a otra profunda depresión. La gente debe ver claramente que la agenda política no dispone de estas «heroicas» medidas.
La acotación es pertinente porque el movimiento pendular de los precios del petróleo desde mediados de 1999 permitió una acumulación considerable de reservas internacionales, que ha venido financiando las salidas de capitales, un proceso perverso, porque la senda del crecimiento económico, en economías pequeñas, requiere mas bien que, los capitales financien los déficits en cuenta corriente (mayores importaciones que exportaciones) asociados con mayor crecimiento económico. Esto no es precisamente lo que caracteriza el desenvolvimiento de la economía venezolana en los últimos anos.
Un buen gobierno esta obligado a tomar en cuenta estas (i)regularidades económicas con el objeto de aplicar los cambios en la política económica, en este caso en particular, los cambios en la economía política y en la manera de cómo el gobierno percibe los fundamentos de una economía «normal» de mercado. Estos factores, que han coadyuvado la escasa actividad económica de estos anos, han sido catalizados por la persistente apreciación del bolívar y por la brusca caída de las tasas de interés, factores estos que han expandido al mismo tiempo las importaciones de bienes de consumo final, en estrecha simetría con salidas de capitales, debilitando así la inversión privada y la acumulación de capital.
La débil demanda de créditos para la inversión se refleja simétricamente en la mayor demanda de divisas para arreglos financieros y ajustes de cartera de la gente y empresas que prefieren mantener sus portafolios dominados en moneda extranjera, es una reacción racional frente a las razones que marcan el riesgo país; a saber: revolución, cambios políticos, exceso de intervención en los mercados, ambiente político poco amistoso a los negocios, escasa actividad económica, tendencias socializantes en políticas publicas, pensiones, salud y educación. Todos estos fenómenos caracterizan este extendido periodo de transición política y constitucional, que aun se mantiene. De hecho, en el pasado cercano el Tribunal Supremo de Justicia refrendó el sentido transitorio del marco legal vigente, con lo cual se enerva y condiciona el comportamiento de inversionistas y consumidores. En estos tiempos de interconexión global, la evolución de la economía guarda un nexo estrecho con la ley, el orden, y las reglas de una economía de mercado, por lo que sí este cuadro se perturba, cae la inversión y los capitales vuelan; entrar y salir de nuevos y viejos negocios, en estos y allende los mares, es muy fácil y de bajo costo.
La percepción de mayores costos de transacción, de amplia discrecionalidad del gobierno e interferencia en los mercados inhibe la actividad económica. Esta lógica de la economía no la contempla la dialéctica de la «revolución». Si la gente decide no invertir en casa, el dinero se invierte en otras latitudes. Ese proceso ha sido también estimulado por la carencia de instrumentos de ahorro – al mayor- capaces de descargar el costo por el uso del dinero; en otras palabras, por la escasa actividad y achicamiento del mercado de capitales de títulos de renta fija y de acciones.
En esas condiciones, las posiciones en dólares –léase dolarización- constituyen casi la única alternativa de cero riesgo a individuos y empresas. En agregado, ambos procesos afectan perversamente el crecimiento económico y el empleo. Los efectos pueden resultar insalvables para la autoridad monetaria. En ese plano, se podría estar de vuelta a una presión al alza en las tasas de interés y por efecto de la demanda de divisas, porque la intervención del BCV en el mercado del dinero para proteger al bolívar trae como consecuencia un alza de las tasas de interés.
El comportamiento del BCV en estas ultimas semanas confirma esta hipótesis, dado que la intensa demanda de divisas ha sido aprovechada pro el BCV para «realinear» el bolívar a los parámetros de la banda y probablemente mas arriba de los niveles preestablecidos, en otras palabras el BCV miopemente «desprotege» el bolívar, lo que pudiera ser el prolegómeno para la imposición de nuevos impuestos, particularmente el impuesto a las transacciones en divisas medida esta que aparece promovida por factores del gobierno en la Asamblea Nacional.
Pero más allá, resurgen los fantasmas del pasado por el uso de la depreciación o devaluación del tipo de cambio para coadyuvar el financiamiento del déficit fiscal. A este coro se estaría sumando PDVSA, corporación «fiscal», según la nueva ideología petrolera, quien la caída en la producción y en los precios del petróleo anunciaba que la ecuación de ingresos –precios por volúmenes- no estaría rindiendo los ingresos fiscales esperados para el 2001 y que para el 2002 el gasto fiscal tendría que acomodarse aun a menores ingresos, con una reducción de unos 6-7 puntos del PIB.
Finalmente, no hay que olvidar algunos otros ruidos, como por ejemplo el control de tasas de interés, por supuestos impuestos a las transacciones en divisas y, hasta ruidos por eventuales controles de cambio, los cuales pudieran ser un natural desenlace de los controles sobre tasas de interés, por represión del sistema financiero interno –tasas de interés reales negativas- aunque negados por el BCV y el Presidente; pero que ante la carencia de fuertes y autónomas instituciones financieras y monetarias induce amplia discrecionalidad del poder ejecutivo, que enerva los mercados financieros; y eventualmente por el cambio de algunos fundamentales económicos que inducen en el mediano plazo la expectativa de bajos precios del petróleo, lo cual, además, reducirá la actividad económica e impondrá fuertes presiones fiscales. Menores precios del petróleo disminuirán los superávits en cuenta corriente, drenando reservas internacionales, y si el entorno político-institucional se radicaliza, no habrá remedio sino medidas heroicas: el control de cambio previo a una fuerte devaluación. Esto por supuesto no es fatal, se puede detener con la lógica y la racionalidad del mercado y por supuesto con menos revolución y bajo decibeles de ruidos políticos.
Economista PhD (London) E-mail: (%=Link(«mailto:[email protected]»,»[email protected]»)%)