Venezuela en una trampa de doble entrada
Venezuela se encuentra en lo que en economía se expresa como una trampa, aunque con un sentido plural. La mayor de todas, es la que afecta a buena parte de los países de América Latina: la de apreciar y gestionar los problemas de la economía y el crecimiento en base a los planes de ajuste y estabilización -que buscan atender los muchas veces círculos viciosos de la macroeconomía- y no a una estrategia de crecimiento y desarrollo (ideas de interés en O. Ochoa El Universal, 28-6-01, pg 2-11). Otra trampa se ha venido desarrollando con el actual gobierno. Esta es de doble entrada, una política y otra económica. Inmersos en las dos entradas, se encuentran cuatro elementos de economía política que son relevantes: la Constitución, la dimensión temporal de los gobernantes actuales, el consenso -y la participación de los agentes- y las estrategias ganar-ganar y ganar-perder.
En la entrada política, tenemos un «gobierno revolucionario» que ha venido comprometiendo sistemáticamente a la nación en contactos y convicciones que no son los de la mayoría, sino los del grupo político dirigente. Divídase la nación en chavistas, antichavistas, neutrales, tradicionales, indiferentes y todo el resto de figuras que puedan existir, y veremos si la mayoría venezolana es «revolucionaria». Igual que el (%=Link(«http://analitica.com/bitblioteca/hchavez/default.asp»,»Presidente Chavez»)%) -y sus acólitos- decide si a Venezuela le simpatiza o no (%=Link(«http://www.guia-mercosur.com/»,»Mercosur»)%) o (%=Link(«http://www.ftaa-alca.org/ALCA_S.ASP»,»ALCA»)%), decide si a Venezuela le interesa la Rusia o la China actual. Con las particularidades, altibajos y variaciones del Presidente, en el plano diplomático e internacional, ¿como va a quedar su propia figura y la de la nación si algún día decide cambiar de posición?. Algunos piensan que su variación es tan numerosa como los lugares que visita. Nuestro punto de vista es que, su variabilidad, tiene un límite, y ya está suficientemente identificado y presentado en el plano político internacional.
Pero también, en la entrada política, tenemos que, internamente, está suficientemente comprometido. Es el caso que, su triunfo correspondió a la esperanza de ciudadanos -sobretodo de los sectores más golpeados en la distribución del ingreso- que en su mayoría no eran ni son revolucionarios a su estilo, sino que esperaban y esperan mayor seguridad y bienestar. ¿Que hacer con los contingentes de ilusionados con su discurso revolucionario y estimulante del resentimiento y odio social? Como saben muchos, para tener sensibilidad social y atender las necesidades de un desarrollo con equidad, no es obligatorio tener ese discurso. Pero, en el ahora-aqui, es ese el discurso que ha estado alentando la esperanza de los grupos sociales que todavía lo apoyan. Hay que pensar lo que será el estado de decepción de estos últimos, si se convierte en una especie de neoliberal más declarado. La palabra es la que, todavía, cubre el engaño, que, si no es intencional, es bastante clara su relación con la incompetencia y los resultados socioeconómicos en que ha terminado el «gobierno revolucionario». Algunos han pensado que, si bajan los precios del petróleo, la astucia podría llevar al Presidente a cambiar su discurso. Ahí está precisamente la trampa: su astucia, le debería indicar que no debe hacerlo.
La otra entrada, es la económica, que sigue estando altamente relacionada con los precios del petróleo. El pueblo, el soberano, por lo menos no directamente, y en lo que atañe a los sectores de menor educación o preparación técnica, no tiene recuerdo claro de los 25.000 millones de dólares pagados en el gobierno de Lusinchi por concepto de deuda externa. Pero ¿tiene acaso percepción clara de la magnitud del ingreso petrolero tenido por el «gobierno revolucionario»? Parece que, por distintos medios y razones, ha aumentado el grado de percepción. El gobierno, dentro de su astucia, siempre señala las restricciones presupuestarias que se tienen, en un contexto donde ciudadanos y gobernaciones no ven los resultados de aquellos ingresos.
¿En que ha cambiado la sociedad venezolana en el «gobierno revolucionario» en cuanto a la dimensión y peso del petróleo en la economía?. ¡Ah!, ahora nos enteramos que lo que pasa es que el plan de la «revolución», en base a la Constitución aprobada en diciembre de 1999, es para 100 años -como dijo el Presidente en una de su alocuciones del 28 de junio-. ¿Puede uno imaginarse a los bolcheviques a comienzo de lo años veinte del siglo XX, pensando en un plan para cien años, en una sociedad que, en menos de setenta, había ya percibido su fracaso en el modelo económico y social?
Por otra parte, las estrategias de ganar-ganar existen, mayormente, en la mente y experiencias de quienes siempre han ganado. Sin adorar los juegos suma-cero, es claro que las sociedades pasan por procesos donde unos agentes pierden y otros ganan, aunque el sentido final de las políticas publicas -tradicionales o modernas- sean la consecución del bienestar de la mayoría o todos los ciudadanos (el premio nobel R. Solow, analizando un caso particular, señala una idea de interés: «La creación de una economía de mercado y su extensión a nuevos bienes y servicios conllevan riesgos. Algunas personas ganarán y otras perderán, no porque algunos sean virtuosos y otros no, sino porque algunos tienen suerte y otros no. Confío en que serán más los que ganen que los que pierdan. De lo contrario, la liberalización sería una mala idea…» ). El gobierno no devaluará, por que no va a desatar la inflación o a buscar el equilibrio cambiario por vías diferentes a las que, con inercia, se han desarrollado en los últimos años. Pero tampoco va a cambiar su concepción de la economía, con adoración del colectivismo y desprecio o desdén por la ganancia o los beneficios, aunque sean bien habidos (es la ambigüedad presidencial de «mis amigos los banqueros si tienen corazón» y «no me la calo más»). En la percepción Leninista del concepto de ideología, el ejecutivo difunde un punto de vista de clase sobre la economía, aunque no ejecute todas sus derivaciones. En tal sentido, es cierto que le quedará mayormente la posibilidad de moverse con los gastos públicos en la medida en que disminuyan los ingresos petroleros (una idea de interés en L. C. Palacios, Tal Cual, 28-6-01, pg 14), pero, cada vez que lo haga, afectará al soberano.
Mientras, la economía seguirá con la necesidad de contar con un estrategia económica ejecutable. Como dicen los entendidos en Constituciones: las exitosas, son las que son producto del consenso. Igual pasa con las estrategias de crecimiento y desarrollo: se necesita consenso. Y, este último, se puede conseguir., pero hay que quererlo alcanzar. Debe reconocerse, la adecuada expresión de Alejandro Armas (El Nacional, 1-7-01) en un articulo que puede catalogarse de buen tono: «Ahora o nunca. Es el momento de trabajar en la imperiosa necesidad de una agenda económica, social e institucional, capaz de unir a todos los venezolanos que no quieren que el pais viva una nueva frustración…» Aunque, en nuestra interpretación, es poco convincente -o realizable- que sea el Presidente de la Republica «el llamado a ponerse a la vanguardia de este proceso de reencuentro de la gente.». Es complejo y fácil, variado y simple, saber hacia donde va la economía con las insensateces actuales. ¿Pero, puede uno pensar con tranquilidad, en los efectos en la dinámica de nuestras instituciones o en la actitud del soberano, si el gobierno decidiese salir de esta trampa?
Realmente a Venezuela le espera -en cualquiera de las opciones, salidas o cambios- trabajo y más trabajo, como gusta en decir Enrique Mendoza -Gobernador de Miranda- o el Presidente de la República, en una de sus repetidas referencias.