Dos años y medio
El gobierno, los simpatizantes del Presidente y los ideólogos del proceso y la “revolución” -así como todos los relacionados con el 4 de febrero de 1992- han seguido moviéndose con la miel de que todo depende los cuarenta años perdidos -cuando se trata de 20 años-. Como el gobierno mantendrá estas excusas históricas, es válido, en nuestra interpretación, afirmar que se suman dos años y medio mal utilizados. Lo fútil de la atención de la realidad social y de tragedias como la de Vargas, por un lado, y la realidad poco productiva de reformas, cambios o “revoluciones” en los campos judicial o cultural o aun los incumplimientos o violaciones de la Constitución aprobada a finales de 1999, por el otro, requieren, indudablemente, del tratamiento de los especialistas. En tal sentido, nuestra afirmación se basa en los ámbitos que se relacionan con la economía política y el desempeño internacional de la nación.
En el plano político, el gobierno ha cumplido con continuar su labor de agitación permanente (puede verse R. Piña, El Globo, 6-6-01). Desde los voceros -de muy bajo nivel- que en la calle andan haciéndole propaganda a los ejecutores actuales del poder político, hasta las actividades ante los sindicatos y las propias universidades (como la nefasta toma de la UCV y la intentona del mismo tipo en LUZ) y la especie de jaleo en relación a que el Presidente pudiese dictar un estado de excepción, han seguido plagadas por las acciones e intentos de agitación que ha utilizado el gobierno para seguir manteniendo las expectativas de cambio y mejoramiento que albergan los ciudadanos -sobre todo- de menores recursos -en este caso fundamentalmente con inspiración política-, dadas las repetidas ofertas e incumplimientos en tales sentidos. Por otro lado, la perspectiva de reestructuración política dentro del gobierno, con la idea de relanzar el llamado MBR-200, se puede relacionar con un nuevo relanzamiento de la dimensión temporal que le presentan a los ciudadanos, los que detentan el poder del gobierno en los tiempos actuales, para la consecución de sus expectativas.
En el plano internacional, apartando sus gestiones ante la OPEP y la realización de la cumbre de tal institución en Caracas durante 2000, el gobierno ha continuado de disparate en disparate. Entre otros que pueden señalarse está el presentar reservas en cuanto al concepto de democracia representativa y a la fecha de inicio del proyecto ALCA en la cumbre de Quebec -cosa por supuesto discutible técnicamente- y dar la sensación de que todo lo de este proyecto se encontraba en cero para el país o a la espera de las novedosas ideas de los “revolucionarios”. También, insistir en la incorporación a Mercosur, aun con todos lo problemas y pragmatismos que se presentan a lo interno de esta experiencia, y que no puede motivarlo sino la emotividad y la ignorancia (pueden verse elementos de interés en artículos de M. Ross, El Universal 20-4-01; Laura Rojas, El Globo, 28-4-01).
Igualmente, seguirse acercando a los necesitados cubanos y a los “hermanos” chinos, rusos e iraníes, entre otros tantos. En el caso de los chinos, es conocido que saben moverse muy bien violentando derechos humanos, sociales y de la mujer cuando de inversiones se trata, resumiendo sus políticas en dos o tres palabras. Todas estas actividades las ha desarrollado y expresado el gobierno, sin recoger el estado de opinión de la nación -por la vía de comisiones asesoras de composición variada o por la participación de grupos empresariales diversos, por ejemplo- sino sólo en base a las “novedosas” ideas del gran líder de la “revolución bolivariana”, según sus copartidarios, seguidores o adulantes y representando a lo que gustan en llamar el soberano.
En el plano económico, en el año 2001, se ha afianzado el populismo en lo que es un perfil interpretativo que derive de la economía política y que se asocia a la ejecución de políticas de inicial satisfacción para los sectores menos favorecidos -incluso, en algunos casos las medidas sólo son populistas en su sentido político propiamente dicho-. Este afianzamiento del populismo de alguna manera se asocia a la polarización social que ubica a estos sectores como los que representan las simpatías gubernamentales. Por otro lado, este perfil permite ubicar un proceso de ajuste muy adecuado a la tradición primaria -de las recomendaciones explícitas o implícitas por parte de organismos internacionales- de ejecutarlo en base al deterioro del salario real. Los mercados en recesión, la ausencia de inversiones y un nivel de inflación que se sigue presentando como victoria -pero que continua expresando la disminución de la demanda-, sólo se ven compensados con las cifras macroeconómicas de un crecimiento pronosticado de más del 3% para 2001 y se han visto altamente justificados o desviados en sus reales implicaciones, con el volcamiento de todas las instancias que en el gobierno y en la Asamblea Nacional tienen que ver con la economía, hacia un perfil de ideologización y de colaboración con la “revolución”.
En el campo monetario y de las tasas de interés, el ejecutivo ha venido presentando como éxitos disminuciones casi imperceptibles de las tasas de interés activas -que lo han llevado a plantear y ejecutar operaciones de mercado abierto con títulos de la deuda publica dado que en 2000 se eliminaron los Títulos de Estabilización Monetaria y a amenazar con actuaciones dicrecionales sobre las tasas de interés- y estancamiento de las pasivas a niveles muy bajos en todo lo transitado del “gobierno revolucionario”, con resultados de afectación importante para la mayoría de los ahorristas. En tal circunstancia, el mercado cambiario no ha podido sino ser controlado -en una especie de devaluación nominal controlada- con el sistema de bandas, alcanzando efectos negativos de importancia en el sector empresarial exportador, dado el sentido de la política de evitar la devaluación abierta para no estimular la inflación y afectar a los sectores menos favorecidos. Hay que aceptar que esto no lo inventó el “gobierno revolucionario”. Se trata de un problema estructural y vicioso de la economía venezolana en alrededor de 12 años. La responsabilidad de este último gobierno consiste en que lo que ha hecho es seguir la inercia. Por si no fuera suficiente, sus actitudes y acciones hacia mecanismos como el Fondo de Inversión para la Estabilización Macroeconómica, que han quitado a este último el sentido nivelador que inicialmente se le atribuyó, convirtiéndolo en el marco institucional venezolano en un mecanismo discrecional a disposición de las ideas de “gran líder” y sus ministros (un análisis de interés en Rigobon, analitica.com, 12-3-01). En la gestión pública en general se ha impulsado la discrecionalidad y no se ha alterado el rentismo como fenómeno asociado a la riqueza petrolera, con la presencia correspondiente a los llamados buscadores de renta (un planteamiento de interés en Méndez, analitica.com, 23-5-01).
En el plano de la elaboración de una estrategia económica, que cada día se presenta con mayor significación como mecanismo de atención del desempeño económico de las naciones que buscan impulsar o afianzar el desarrollo económico, el ejecutivo no ha transcendido la presentación de retazos, expresiones genéricas y medidas y planes efectistas o grandilocuentes según los casos, dando como resultado una carencia relevante en lo que atañe a proyectar algo cercano a una estrategia de crecimiento y desarrollo creíble, entendible y ejecutable. Puede afirmarse que, las distorsiones económicas están apuntalando lo que viejas teorías del desarrollo ubicaron como el dualismo económico -aunque para contextos y sectores diferentes- dado lo que es la realidad de la economía petrolera y la no petrolera en el país, en base a un manejo económico que se ha beneficiado grandemente de los altos precios petroleros. Se puede decir que, en el plano económico-institucional, ha influido el que se trata de un gobierno que quiere presentarse como opuesto a la globalización a la vez que sin creatividad y continuando con la inercia de desempeño institucional, elaboración de políticas y comodidad, en base a la amplitud de los ingresos petroleros que ha existido en los últimos lustros, pero sobre todo en los 2-3 últimos años.
Pero, además, en el campo estricto de las relaciones entre las instituciones y la economía -y al igual que en lo planteado para el caso del mercado cambiario-, los años del actual gobierno, pueden enmarcarse en los últimos doce años de distintos desatinos en los tratamientos de la economía, cuando se aprecian en una perspectiva institucional, tal cual señalamos en una nota anterior. Los nombramientos, las reestructuraciones en ministerios e institutos y la pronunciada ideologización, han abonado sobre los impedimentos para que el Estado cuente con una burocracia eficiente -en el sentido técnico del término- (una idea relacionada en T. Hernandez, El Nacional, 10-6-01).
En realidad no hay que ser un neoliberal extremista ni un antipatriota, para comprender o destacar las insensateces que en el plano económico tiene la “revolución”, que, dentro de la nueva dependencia, se seguirá alegrando o molestando, cuando, según los casos, las calificadoras digan que las cosas van bien o van mal.