¿Por qué no hay guerra civil en las naciones desarrolladas?
Leí alguna vez, en alguno de los notables escritos de E. Hobsbawm, que la tranquila nación Suiza del siglo XX, había tenido numerosas guerras internas durante las primeras décadas del siglo XIX. En el siglo XIX, se albergaron variadas esperanzas, deseos o previsiones sobre posibles guerras civiles a lo interno de lo que hoy son las naciones más avanzadas. Lo cierto es que, en el caso de las naciones Europeas y EE.UU., con el avance del capitalismo y distintos procesos internos, para el siglo XX -al menos en la segunda mitad-, se acabó la posibilidad, la previsión o las tentativas de que hubiesen conflictos nacionales de los que tradicionalmente se ubicaron como guerras civiles.
No nos referimos a conflictos particulares -hasta más no decir- como son los de Yugoslavia, los de los Vascos o los que se tienen en Irlanda. No. Nos referimos, estrictamente, a una guerra civil. A la guerra civil que E. Balibar ubica en su libro Sobre la dictadura del proletariado (1977), como necesaria, dado -según sus análisis de los planteamientos de Lenin– un determinado nivel de desarrollo de la lucha de clases. Cuando leí esto, hace más de veinte años, no reflexioné sobre los espacios que como naciones pudiese tener de referencia este autor. En realidad, él no aborda esa problemática en detalle.
Hoy en día, puede uno preguntarse: ¿se puede albergar la posibilidad de considerar una guerra civil en Noruega, Suecia, Francia o Los EE.UU.? Para muchos, y con razones diversas, esto no pasaría de ser una pregunta extravagante. Y es que, en realidad, de lo que se observa en la dinámica nacional y política de tales naciones, la respuesta no puede ser sino la de un contundente no. Observamos, contrariamente, que en las naciones latinoamericanas y más recientemente en Venezuela, con las particularidades de los grupos políticos en el poder, se nos habla y amenaza sobre que «Si esta revolución fracasa, vendrá una revolución por las armas…» . ¿Qué es esto sino el planteamiento de una posible y hasta inevitable guerra civil -en el contexto de la dinámica reciente vista para Venezuela-, según sus proponentes, e independientemente de su utilidad para la supuesta «revolución» o la sociedad venezolana en general?
¿Qué es lo que ha hecho que este fantasma desaparezca de las naciones desarrolladas? ¿Qué utilidad tiene esta problemática para pensar, adecuadamente, el encaminamiento de la Venezuela actual hacia el bienestar y el desarrollo? Las respuestas van en varias direcciones. Veamos tres que son de nuestro interés.
- Primera, en las naciones avanzadas -incluido EE.UU.-, aun con todos sus problemas, se logró alcanzar el desarrollo económico y sus expresiones en la consecución de un nivel -o piso, según los casos- de bienestar de los ciudadanos que tiene como base un alto ingreso percapita y que sigue siendo imagen objetivo para variadas naciones en desarrollo. El disfrute de un alto nivel de vida o en la calidad de vida de A. Sen, ha tenido su terrenalidad. Las calles limpias -que han llamado la atención del líder de la «revolución»-, la atención de tragedias y el avance tecnológíco, entre otros tantos elementos, no han sido fantasía, sin significar esto una apología de todo lo que pasa en esas naciones.
Segunda, la existencia de la sociedad civil. En esas naciones, como es conocido existe sociedad civil. Se trata de aquel concepto que (%=Link(«http://analitica.com/bitblioteca/marx/default.asp»,»Marx«)%) le reconoció a algún pensador -del que se había nutrido- haberle dado su debido papel en la dinámica de las sociedades y que para algunos en Venezuela ha servido para mamar gallo, aun con su posición en la «revolución». Adecos, copeyanos y chavistas, todos le han tenido miedo a la sociedad civil. Cosa curiosa. Es esta, en nuestra opinión, uno de los factores que en las sociedades desarrolladas ha alejado el fantasma que hemos señalado. Su presencia ha permitido la canalización de la creatividad de los individuos y la gestión, participación y sanción social, cuando es el caso, para la solución de los problemas que son de su interés.
Tercera, la democracia. Muy relacionada con las dos anteriores, la democracia en las naciones desarrolladas, aun con sus imperfecciones, defectos o resultados negativos es muy superior a la que se observa y ejecuta en nuestras naciones. Se trata, por ejemplo, de eventos de la democracia estadounidense donde el congreso sienta al presidente (%=Link(«http://www.whitehouse.gov/history/presidents/bc42.html»,»Clinton«)%) a interrogarlo y él, correspondientemente, procede a responder sin altanería y sin soberbia. Se trata, también de las democracias europeas, donde se paga con los cargos y otras cosas, si se toma una medida inadecuada y no de la fanfarronería que para algunos en Venezuela se resume a «y lo digo responsablemente», aunque el pronunciante sea un esperpento de la moralidad. Le escuché en un programa radial al autor de En busca de la Revolución, William Izarra, un conjunto de reconocimientos a la democracia directa que se aplica en EE.UU.
En lo que respecta a los elementos señalados, es claro que en Venezuela existe actualmente una carencia relevante en lo que atañe a proyectar algo cercano a una estrategia de crecimiento y desarrollo creíble, entendible y ejecutable. A comienzo de los noventa, aun con todo lo polémico que podía ser, se podía afirmar que Venezuela era una nación prospera. Hoy día puede afirmarse que, las distorsiones económicas están apuntalando lo que viejas teorías del desarrollo ubicaron como el dualismo económico. Todos los matices, beneficios y perjuicios apuntan a ello, en lo que es la realidad de la economía petrolera y la no petrolera en el país, en base a un manejo económico que se ha beneficiado grandemente de los altos precios petroleros. Por el lado de la sociedad civil, hay esperanzas en su posible impulso desde variados estratos de la sociedad, aun con todos los obstáculos que la percepción ideologizada del «gobierno revolucionario» trata de imponer. Por el lado de la democracia, el déficit es altísimo del lado gubernamental, dado el control cerrado que tienen los grupos políticos en el poder en las instituciones, el autoritarismo y las perversiones que ubican las opiniones diferentes como expresadas por enemigos de la «revolución»; sin embargo, como contrapeso, debe señalarse que, del lado de buena parte de los ciudadanos y de las fuerzas de pensamiento, organización y reservas de valores, hay un enraizado sentido democrático y de querer mejorar el sistema.