Economía

Capitalismo y Socialismo con Altruismo

El capitalismo ha sido resultado de la acumulación de varios procesos históricos. El primero, el político, funda los valores liberales y los derechos naturales de los individuos (%=Link(«http://www.utm.edu/research/iep/l/locke.htm»,»(Locke)»)%), los cuales definen claramente los limites del Estado y su función de proteger los derechos de los individuos, democracia, propiedad privada y la vida de los individuos. Un segundo proceso, el «económico» demuestra que el interés individual y el económico, como condición de la libertad es indisoluble del mercado y del proceso de creación de riqueza. El resultado de ambos procesos es el de un orden espontaneo generado
por el mercado y en el que las acciones de los individuos son autocoordinadas para producir riqueza.

Cuando se afecta esta relación entre mercado y libertad económica, bien sea por estatización de la
producción de bienes, regulación de los mercados, redistribución, la creación de riqueza se interrumpe y
las sociedades se empobrecen. Las revoluciones industriales han emergido como parte de esos
complejos procesos que permiten en movimiento perpetuo la innovación tecnológica y la aplicación de la
inteligencia para promover un crecimiento sostenido de la capacidad de creación de riqueza, proceso que sólo adquiere resultados óptimos bajo las reglas del mercado.

Esa historia no ha ocurrido sin barreras. La consolidación de los derechos individuales se acompañó de un espíritu de idealismo moral; pero a lo «económico» le surgieron «barreras morales» que – todavía
persisten en ciertos medios culturales – acusan al mercado como eje del pecado, y al deseo – egoísta – de
riqueza, con el de avaricia y usura. Así surgió la conocida paradoja (%=Link(«http://www.socsci.mcmaster.ca/~econ/ugcm/3ll3/mandeville/indexmandeville.html»,»(Bernard Mandeville)»)%) según la cual
los «vicios privados» producen «beneficios públicos’. Esas «reglas morales» persisten en entornos
culturales y económicos de fácil aceptación y consumo ligero, donde se intenta destruir al sistema de
incentivos del mercado anteponiéndole los principios de ideologías colectivistas. En este sentido,
apuntan las creencias «pansocialistas» que luchan contra del «egoísmo del explotador, alienante e
injusto» contraponiendo como alternativa la ideología de la «justicia social».

Esos argumentos han servido para justificar moralmente el estado de bienestar (%=Link(«http://www.cpm.ll.ehime-u.ac.jp/AkamacHomePage/Akamac_E-text_Links/Keynes.html»,»( Keynes»)%) y Arrow) donde
el gobierno redistribuye impuestos a través de programas sociales en nombre de la «justicia social»,
fenómeno que entre otros esconden intereses corporativos políticos de quien(es) decide que, cuanto y
como redistribuir. Como subyacente ideológico de la «justicia social» emerge una versión muy particular
de la ética del altruismo (%=Link(«http://www.multimania.com/clotilde/home.htm»,»(August Comte)»)%), donde la búsqueda del interés propio no tiene sentido moral,
siendo pecado. Otras versiones del altruismo, por ejemplo la de Becker quien lo incorpora en la teoría
económica para el análisis económico –entre otros- del comportamiento de la familia, con implicaciones radicalmente distintas a la acepción comptiana. Becker, Nobel de Economía sugiere algunas modos de incorporación del altruismo en la teoría económica. Su idea central reside en que en lugar de asumir que un altruista cuida del bienestar de un beneficiado debido a su altruismo, ese bienestar estaría definido por las preferencias del beneficiario. Si el beneficiario prefiere por ejemplo dos mangos en lugar de un cambur, esas podrían ser al mismo
tiempo las preferencias del altruista para el beneficiario. El altruista quiere solamente la felicidad del
beneficiario, siendo este quien realmente puede determinar que es lo que le hace feliz. En la «jerga»
económica ello significa que la función de utilidad del altruista incorpora la función de utilidad del
beneficiario. Aplicaciones de este tipo de análisis han sido tratadas por Becker para «explicar» aspectos
en el comportamiento de la «familia», de padres respecto de los hijos –impuestos y herencia por ejemplo
– de hermanos entre si, de marido y mujer, del matrimonio y el divorcio, así como el análisis de la
caridad. Sin embargo, muchas veces la interpretación mecánica de esta discusión en el análisis
económico ha degenerado en la justificación de una particular moral del estado de bienestar y de la
aplicación indiscriminada de políticas redistributivas.

Es el caso de la versión comtiana, la cual ha generado dos variantes del concepto de justicia social. El
«bienestarismo» y el igualitarismo. El primero establece que los individuos tienen derecho a ciertas
necesidades vitales, las cuales pueden constituir una lista interminable según el gusto: alimentación,
vivienda, salud, educación, y un largo etc. Por ello es obligación de la sociedad asegurar el acceso a
esos bienes, para lo cual el Estado debe crear los mecanismos que requiere la construcción de una red de
seguridad social. Es claro que de acuerdo al tenor que cada liderazgo político le de al termino la lista de
necesidades esta puede ser interminable. El argumento va aún más allá, al negarle al mercado la
responsabilidad moral de atender estas necesidades por lo que el Estado debe intervenir para proveer
esos bienes a quienes no pueden obtenerlo por la vía del mercado.

La otra versión, el igualitarismo, sostiene un criterio relativo respecto de la riqueza, dado que como esta
es producida «injustamente» debe redistribuirse a la sociedad. Las reglas de redistribución constituyen
los mecanismos de intervención del Estado. Es «injusto» de acuerdo a este criterio de «justicia social»
que alguien gane 500 otros ganen 10, que unos tengan más y otros menos. De hecho la historia conoce
los excesos cometidos en nombre de la libertad y justicia social para solucionar supuestamente esta
brecha.

En esencia, la diferencia entre ambos conceptos de justicia social reside entre lo absoluto y relativo del
bienestar del individuo. En el caso del estado de bienestar –bienestarismo- se promueven ciertos niveles
mínimos de satisfacción, una red de seguridad social por ejemplo como se menciona en el párrafo
anterior, pero siempre sobre la base del efecto redistributivo causado por el Estado. El igualitarista,
similar a los Robin Hoods de Sherwood, muy de moda en nuestro nuevo entorno político, se preocupa
por el bienestar desde un punto de vista relativo, promueve la tributación progresiva, la nacionalización
de la salud, de la educación, y un largo etc.

En cada caso hay deseconomías y externalidades negativas, sin embargo, pero para ser altruista y practicar el altruismo, la vida no requiere sacrificios de la gente en ninguna dirección. Los intereses no están en conflicto per se; por lo que no implica que en la búsqueda de un genuino interés individual no se
participe en la solución de las carencias de otros a través del mecanismo de intercambio voluntario, lo cual después de todo ofrece un entorno de altruismo eficiente.

En este sentido es necesario deslindar la ética del altruismo redistributivo por los peligros en que se convierta en régimen forzado de organización económica, como lo arma la «utopía del comunismo puro». De allí que es preferible la ética del individualista que «moralice» el interés individual, ya que este no contradice per se la voluntad de «ayudar» a otros como parte de ese proceso autocoordinado y espontaneo que retiene la complejidad de la función social del mercado.

Economista E mail:(%=Link(«mailto: [email protected]»,» [email protected]»)%)

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