Progreso: trabas y engaños
Ciudad de Guatemala (AIPE)- Para progresar hay que tener presente que es muy fácil fallar, que no hay mucho margen de error, que la riqueza se puede perder, que es bastante más fácil destruirla que crearla, que no bastan las buenas intenciones y que hay que acertar en la asignación de recursos para que el resultado de la actividad tenga más valor que lo que se gastó en producirla, ya que la realidad es implacable.
El progreso es artificial porque el estado natural del hombre es la pobreza. El progreso consiste en transformar recursos en bienes y si al final de cuentas valoramos lo que hicimos en menos que los recursos empleados, nos estamos empobreciendo. Aun cuando se progresa, el orden de magnitud es pequeño, pues las tasas típicas de crecimiento suelen ser 2% o 3%, mientras que 6% es fabuloso. En ocasiones oímos que el crecimiento es negativo, cuando un país se está más bien empobreciendo. El pronóstico del (%=Link(«http://www.imf.org/»,»FMI»)%) respecto a América Latina es que éste año el crecimiento será negativo (-0,6%). Claro, ese dato es un promedio, pues el producto en Argentina cayó 16% y en Venezuela ha bajado 10% este año. Guatemala está creciendo en términos absolutos, pero la población está creciendo más rápido aún, de manera que per cápita nos estamos empobreciendo. Chile sigue creciendo (1,7%) a pesar de la crisis de sus vecinos del Mercosur. En lo que va del año, Japón muestra -0,7%, Suiza -0,4%, y la Unión Europea 0,6%.
Para atinar en la asignación de recursos es indispensable que los precios reflejen la realidad y que no estén distorsionados por interferencias ajenas al mercado, como precios oficiales, restricciones al comercio, etc. Si se distorsionan los precios, estaremos trabajando a ciegas y las cifras podrían mostrar resultados supuestamente positivos, según esos precios artificiales, pero la implacable realidad se impondrá. No podremos ni siquiera diagnosticar la situación si falseamos los precios.
Por ejemplo, supongamos alguna producción que sólo es rentable con un subsidio de los consumidores (directamente o a través del gobierno). Su producción formará parte de la estadística del producto nacional, pero si realmente necesita del subsidio para sobrevivir es porque los recursos gastados tienen un costo de oportunidad mayor que el valor de esa producción. La diferencia es una pérdida que no se elimina, sino que sólo se esconde en la contabilidad. Para saber si realmente alguna actividad agrega o resta riqueza al país, hay que restar de su ingreso el subsidio. Si la ganancia es falsa, cada unidad producida habrá causado una pérdida real adicional al país.
El hecho que los recursos empleados tienen un precio demuestra que también tienen otros usos que sí son rentables sin subsidio, pero que han sido desplazados. Todos sabemos que si los recursos empleados para producir un producto cuestan más que el precio al que se podría comprar el mismo producto en el mercado, se está perdiendo la diferencia y el país se está empobreciendo. Absurdo es inducir el empleo de recursos con medidas artificiales porque la realidad es implacable y las pérdidas son reales a pesar de las estadísticas porque éstas no pueden medir costos de oportunidad, es decir, los costos reales.
La interferencia de los gobiernos en la economía es empobrecedora, pues solamente distorsiona y agrava las cosas. Al imponerse un salario mínimo, los salarios bajan porque aumentan la oferta de trabajo y disminuyen la demanda por la mano de obra. Cuando se intenta redistribuir la riqueza, disminuye su producción pues disminuye la rentabilidad de crearla. Cuando por ley se intenta dar seguridad en el empleo a los trabajadores, se les quita poder de regateo y movilidad, lo cual se traduce en más pobreza. Estos son apenas algunos ejemplos del alto costo de la politización de la economía. Queda claro que los gobiernos intervencionistas, lejos de redistribuir la riqueza, sólo logran difundir la pobreza.
(*): Ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín, fue presidente de la Sociedad Mont Pelerin.