Para solucionar la pobreza
Ciudad de Guatemala (AIPE) Sí, la pobreza se puede combatir, pero para ello tenemos que actuar con sentido común, un recurso escaso en el mundo político latinoamericano. La pobreza no se puede eliminar instantáneamente ni totalmente, pues aún en las naciones más ricas hay pobres.
Nos preocupamos en cómo componer al gobierno, cómo hacer más eficiente tal o cual ministerio o institución estatal, cómo esforzarnos para que el gobierno se maneje con probidad, en fin, cómo hacer que el gobierno funcione mejor. Pero más importante aún es lograr que el país entero funcione mejor. Al fin y al cabo, las actividades del gobierno son si acaso la décima parte de las actividades privadas del país y la solución de la pobreza depende de que todas esas actividades funcionen eficientemente. El problema es que los gobiernos, tratando de proveer la solución a todo, estorban cuando no impiden la eficiencia y, por lo tanto, es por ahí que debemos buscar la solución a la pobreza: qué debemos hacer para que el gobierno no dificulte su eliminación, en vez de esperar a que el gobierno la elimine, algo que jamás lograría hacer.
Claro, el gobierno juega un papel importante, especialmente en proveer infraestructura de comunicaciones, aunque en el pasado su contribución ha sido pobre cuando no destructiva, como sucedió por muchos años en mi país –Guatemala- con la electricidad, los teléfonos y el ferrocarril que el gobierno monopolizó y los arruinó. Además, para que el país funcione es indispensable que el gobierno provea seguridad a las personas, a la propiedad y al cumplimiento de los contratos, tarea nada fácil.
Si los gobiernos se dedicaran exclusivamente a proveer esa seguridad y a proteger derechos, cuidar exclusivamente del menesteroso y a hacer caminos, pero se abstuviera de inmiscuirse en todo lo demás, el país prosperaría velozmente. Ya la gente se organizaría sabiendo que tiene que cumplir los contratos y respetar los derechos de los demás, so pena de ir a parar a la cárcel. La gente dejaría de estar esperando que el gobierno le resuelva sus problemas y, sabiendo que el gobierno no se los va a resolver, surgiría la oferta de servicios educativos, hospitalarios, etc., así como hoy surgen zapaterías, panaderías, productores y distribuidores de leche, verduras, carne, medicinas y todas las más urgentes necesidades sociales en las que el gobierno no se inmiscuye. Los bienes y servicios que brillan por su deficiencia o ausencia son los que se le encargan al gobierno, como la seguridad personal y la educación de los niños.
Este es el verdadero camino para resolver el problema de la pobreza, pues ya el gobierno con toda su burocracia dejaría de estorbar las actividades del ciudadano. Por ejemplo, ¿cómo un país chiquito va a salir adelante con la existencia de aduanas que causan tanta distorsión, ineficiencia, corrupción y gastos innecesarios? ¿Cómo avanzar sin que los trabajadores tengan libertad de contratar sus servicios como mejor lo consideren sin que el ministerio del Trabajo les dicte condiciones, obligándose a quienes establecen empresas a darle al gobierno una exagerada tajada del fruto de su esfuerzo y manteniendo ejércitos de burócratas públicos y privados para satisfacer complicados requisitos fiscales?
Debería haber solamente un impuesto: el IVA, fácil de cobrar y difícil de evadir. En cambio, el Impuesto sobre la Renta es caro de cobrar y fácil de evadir. El IVA es neutro económicamente, es parejo, pues quien más gasta más paga, pero en la misma proporción y, sobre todo, no castiga la capitalización del país, que es la fuente de empleo y de la productividad laboral, y por consiguiente lo es también de los aumentos de los salarios y de ingresos fiscales. Un IVA de 10% significa que todos aportan 10% de sus gastos cada año. Eso debería ser más que suficiente. Después de todo, en la antigüedad el diezmo es lo que babilonios, persas, hebreos, griegos y romanos contribuían. ¿Por qué, entonces, los ciudadanos supuestamente libres de una nación moderna debemos darle más del 10% al gobernante de turno?©
* Ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín, fue presidente de la Sociedad Mont Pelerin.