Economía

El maravilloso orden espontáneo

(AIPE)- Si viviéramos en un mundo perfecto donde todos fuéramos omniscientes e infalibles y donde la transmisión de información fuese completa e instantánea, sin duda todos estaríamos haciendo otra cosa distinta a la que ahora nos ocupa. La falta de omnisciencia y los impedimentos a la información instantánea nos impide conocer innumerables condiciones y oportunidades dentro de las que probablemente hubiésemos escogido un curso distinto de acción. Seguramente viviríamos en otra parte, nuestras amistades serían otras, nuestras especializaciones de trabajo tampoco serían las mismas y, en fin, todo el mundo y nuestras vidas serían muy diferentes. No habría desperdicio de tiempo ni de recursos pues teniendo toda la información necesaria tendríamos certeza de que cada recurso se emplea donde produce el máximo beneficio. Con toda la información, podríamos estar comparando el beneficio y los costos de los usos alternos de cada uno de esos millones de recursos y combinaciones.

En ese mundo perfecto de sobra sabríamos cómo dividirnos las tareas, de manera que cada cual se ocuparía de hacer las cosas donde optimizaría su aporte al bienestar de todos, en el lugar más adecuadamente escogido, comparando con otras ocupaciones y lugares. Cada pedazo de tierra estaría cultivado con la siembra que más convendría, considerando las necesidades exactas de lo que la sociedad necesita, en orden de prioridad y dejando sin cultivar la tierra que consumiría recursos complementarios mejor empleados en otras cosas. Consideraríamos el costo de oportunidad de todo lo que hacemos para obtener el mayor provecho de nuestro trabajo y consumo de escasos recursos.

La dirección del uso de recursos productivos, como por ejemplo las fábricas, tierras, minas, laboratorios, transportes, etc. estaría en manos de quienes más convendría que los dirigieran, lo cual no es lo mismo que decir que son los que mejor los sabrían dirigir, pues habrá quienes son mejor en todo, pero como no pueden dirigirlo todo dejarían el manejo de ciertas cosas a otros no tan buenos. Estos, a su vez, estarían dejando el manejo de otras cosas a otros que no son tan competentes como ellos, y así sucesivamente, estableciendo un ordenamiento en el cual todo estaría manejado no por los mejores sino por quienes comparativamente hablando son más competentes que los que manejan otras cosas de menor dificultad. Esto es lo que se llama “ventaja comparativa”.

Pero la realidad es que no vivimos en un mundo perfecto, tampoco somos omniscientes ni infalibles. Vivimos en un mundo donde la información es imperfecta y no se obtiene sin costo, en el que no podemos estar enterados de todas las posibles opciones para hacer cada cosa ni cuáles son las combinaciones perfectas. Entonces, no nos queda más remedio que actuar con la información limitada y dispersa que disponemos, cometiendo y corrigiendo ocasionales errores.

No obstante, si se deja en libertad a las personas, regidas únicamente por normas de conducta para garantizar la convivencia pacífica, la tendencia natural de toda la gente siempre será hacia donde iría si fuese omnisciente, infalible y con información perfecta. Cuando nadie lo impide, espontáneamente las personas, por interés propio, son guiadas por los incentivos del mercado, bajo competencia imperfecta pero pacífica; se esfuerzan por saber lo pertinente a su esfera de acción y los precios relativos les guían hacia soluciones óptimas, pues los precios contienen toda la información pertinente a sus decisiones, sin necesidad de saberlo todo. Y todos, espontáneamente, estarán compitiendo por satisfacer necesidades ajenas mejor que otros, motivados por recibir los favores de los demás. Aunque sea imperfecto, en el mercado la tendencia de la gente siempre apunta a eliminar imperfecciones y a corregir sus errores. Es algo maravilloso, digno de gran admiración, mientras que quienes pretenden dirigir el mercado no tienen idea de su propia ignorancia.

* Ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín, fue presidente de la Sociedad Mont Pelerin.

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