La economía: lo peor está por venir
La economía en estos años ha dependido en exceso de los intereses políticos e ideológicos que marcan el proceso revolucionario; ello explica la racionalidad que existe entre la brutal caída de la actividad económica – PIB – en términos reales o per capita en estos cuatro años, una érdida acumulada alrededor del 24% para finales de este ano, a lo cual hay que agregarle el crecimiento exponencial del desempleo, una combinación ideal que explica el monumental crecimiento de la pobreza en esos años.
Esa contracción económica tiene sus fuentes en la pérdida de gobernabilidad y confianza en el país, inducidas entre otros por el carácter regresivo e invasivo de las políticas económicas, por deterioro y destrucción de la seguridad jurídica y debilitamiento de los derechos de propiedad.
Bajo estos fenómenos subyace una visión marxista heterodoxa que restringe la evolución del régimen de libertades económicas y propiedad privada capitalismo- y privilegia la regencia del Estado , colectivismo, autogestión y otras modalidades de la propiedad estatal que definen al Estado ya no como regulador, sino como agente propietario que invade y restringe la actividad económica de la gente. Este efecto desplazamiento de las libertades económicas es el caldo de cultivo del pronunciado estancamiento económico y de la caída del Standard de vida de la gente.
En ese entorno, sin reglas claras de juego que certifiquen el funcionamiento de una economía de mercado que proteja los derechos de propiedad tanto del pillaje político como de la barbarie estatal impuestos e inflación- que resulta de la «revolución», ha constituido las fuentes de la crisis política que llevaría a los paros cívicos y petrolero y cuyo impacto negativo en la economía ha reforzado el estancamiento de la actividad económica que se arrastra desde 1999.
Esos componentes de la crisis política y del marco contractivo y confiscatorio mencionado han completado su evolución e impacto negativo en la economía de la gente. Este proceso contractivo se extenderá por un periodo aún más largo, porque las variables fundamentales de la crisis política y del estancamiento económico; a saber, la política, la ideología y la perdida de confianza que muestran una economía que pierde aceleradamente viabilidad, institucionalmente hablando, aún ejercen una negativa influencia en las actividades económicas.
Mucho está por ocurrir en los próximos meses, no solo por la presencia de una mayor presión inflacionaria, sino por una caída de los ingresos fiscales petroleros y no petroleros, que además de inducir mayor presión tributaria anuncian una sensible maxidevaluación del bolívar y su correspondiente hiperinflación. A ello se agrega la represión financiera promovida desde la cúpula del gobierno a través del torniquete del control de cambio y por desplazamiento de la inversión privada para que el ahorro de la agente bancos- financien el déficit fiscal y deuda publica, y por consiguiente, de un creciente desempleo que marca cifras inéditas; de informalización y de descapitalización del aparato productivo manufacturero.
En ese sentido, los desbalances macroeconómicos visibles en las cuentas nacionales están en pleno desarrollo, el déficit fiscal y el servicio de la voluminosa deuda pública se arrugan y planchan para un futuro cercano, sin que se conjuren los fundamentos que pronostican una hecatombe fiscal en el corto plazo. Esta realidad fiscal cuenta con ingresos fiscales petroleros menguados por la reestructuración de PDVSA conducida por la actual administración y que ha inducido una perdida de unos quinientos mil barriles diarios de petróleo de producción y por consiguiente de un menor precio por la canasta petrolera, que reducirán el ingreso petróleo a apenas la mitad de lo previsto en el Presupuesto de este año.
Lo mismo ocurre en simetría con el ingreso fiscal no petrolero, que por efecto del cierre de empresas y desempleo y la contracción de la economía además de la acción irracional del torniquete del control de cambios se reduce igualmente a menos de la mitad de lo presupuestado. Entre ambos combinan un monumental desbalance fiscal que se agravara aun más por el impacto de la creciente deuda pública, la cual aunque ha compensado parcialmente el ingreso fiscal caído, pero sobre el sacrificio de una mayor contracción de la economía.
Por ello, la acumulación de esos efectos arrastrara la economía hacia escenarios más negativos en cuanto a desempleo, inflación y devaluación, variables que combinadas empujarían el volumen de pobreza a niveles insospechados en la historia local.