Mil veces Sí
A finales de 1999, publicamos una nota con el título Mil veces no, donde expresamos nuestras ideas para coincidir con numerosos ciudadanos que votaron no por la Constitución hoy vigente. Hoy día, proponemos, como otros, votar categóricamente si ante el planteado referéndum consultivo del 2 de febrero del año en curso y que el gobierno perderá, como perdería cualquier elección a la que se sometiese.
Hay que votar sí para facilitar, aceptar o impulsar, cualquier tipo de expresión que signifique la renuncia del actual Presidente de la República, quien terminó siendo un gran fraude ante los que en momentos votaron por él, para que hiciera cosas que no ha hecho, como son adecentar el país, combatir la corrupción y enrumbar la nación por una vía que les brindase a los ciudadanos seguridad, empleo y posibilidad de pensar -de manera más fundamentada- posibilidades de mejoría en su vida y la de sus familias.
Hay que votar sí para que culmine un gobierno que se ha dedicado, durante cuatro años, ha fomentar la agitación política permanente, manteniendo al país en una zozobra constante, al tomar medidas y plantear amagos de actuación que, según el “gran líder” y sus acólitos, significan una revolución o grandes cambios en el plano político. La superposición de la política en la mayor parte de estos años, le ha permitido ocultar relativamente su ineficacia, desorden y bajo nivel.
Hay que votar sí para que culmine un gobierno que, sin ser los objetivos para los que fue electo, se ha arrogado el derecho de hablar por toda la nación en el escenario internacional, criticando a gobiernos, naciones, costumbres, sistemas políticos, o propuestas de integración que no son de la simpatía o gusto del “gran líder”. Mientras, aquellos que si son de interés, como los regímenes autoritarios de Cuba, Libia o Irak, pasan a ser ensalzados como virtuosos por el Presidente y sus acólitos. Un gobierno que, además, no ha sabido desarrollar una política de Estado atinente a la integración, y que se ha contentado con magnificar sus influencias en la formación de precios en el complejo mercado petrolero internacional.
Hay que votar sí para que culmine un gobierno que ha hundido la economía, profundizando problemas que ya existían, originando otros nuevos, buscando ocultar siempre su alta ineficacia y ni que decir ineficiencia. Un gobierno que ha aumentado el desempleo, ha ampliado la informalidad y ha llevado a miles de empresas a la quiebra o la desinversión. Que, además, no inventado nada adicional a lo que fue tradición ejecutar por los gobiernos precedentes y que, en el campo del ajuste y la estabilización ha actuado con gran descaro e irresponsabilidad, como fue el transito abrupto a una abierta devaluación a partir de febrero de 2002 y que -por conveniencias cambiarias- la presentó como una “gran” política. En el campo institucional de la economía sus desatinos, improvisaciones, altibajos y cambios permanentes no han podido ser mayores. De la desaparición del Ministerio de Agricultura y Cría se pasó a su reaparición; de la existencia de problemas bastante conocidos en la administración pública se pasó a la aparición simbólica o real, según los casos, de más ministerios; de instituciones que debían desarrollarse y mejorarse, se pasó a su daño temprano, como es el caso del FIEM. Un gobierno que ha sido bastante deficiente comunicando la política económica y lo que entiende como estrategias, y ha sido peor escribiéndola; mas aun, ha creado un escenario altamente inestable en cuanto a los derechos de propiedad con un conjunto de leyes que, resumiendo sus anhelos colectivistas, las considera perfectas y acabadas. En fin, un gobierno empastelado en la economía que se presenta como justicialista y que coquetea y le entrega beneficios al capital extranjero, mientras arremete contra el capital privado nacional.
Por último, hay que votar sí para que culmine un gobierno que, en el plano de la verdad y la libertad, puede calificarse como vacilador y mentiroso, cuya noción de verdad es la mentira descarada y apoyada con todos los recursos de que han dispuesto los gobiernos anteriores, pero que se desempeñaron en un marco institucional más decente. Pero además, que concibe la libertad como un instrumento de filtro de simpatías con sus propias verdades y con el autoritarismo vinculado a las revoluciones -sean verdaderas o falsas como la actual- y al comunismo malformado y desafueros personales, incultura y goce descarado del poder por parte del “gran líder” y algunos pocos del grupo -cada día más reducido- de seguidores.
Mil veces sí, pues.