¿Será el sector eléctrico el próximo paso?
Dentro de la escalada contra la propiedad privada que está emprendiendo el proceso hacia el socialismo en estos días, el tema de la estatización del sector eléctrico ronda otra vez en el ambiente como aquel fantasma que recorría el mundo. Después de casi siete años de revolución, el sector vive en un vacío institucional que lo aletarga e inmoviliza y el pequeño sub-sector privado nunca se ha visto tan débil.
Emblemática resulta la situación de la empresa Seneca, que presta servicio en Nueva Esparta. Cuando tomó las riendas en 1997, después de un proceso de privatización, el servicio en Margarita estaba en condiciones precarias, pero la empresa invirtió, aplicó cambios gerenciales y el servicio en la isla mejoró hasta colocarse entre los más sólidos del país. Sin embargo, en los últimos cuatro años sus tarifas han estado prácticamente congeladas, lo que desincentiva totalmente la inversión. En paralelo, la demanda ha crecido a niveles que obligan a racionar en las horas y temporadas de máximo consumo ¿Acaso se pretende que la empresa realice inversiones sin expectativas de retorno ante las bajas tarifas? ¿O es que se desea volver a estatizarla con la excusa del deterioro de la calidad del servicio? Las primeras voces en este sentido ya empiezan a sonar de boca de los propios alcaldes de la isla.
Algo similar ocurre con La Electricidad de Caracas (EDC), empresa que significó durante un siglo el paradigma de lo que debe ser una empresa privada de servicio público y que todavía mantiene a Caracas como una isla de calidad dentro de un país cuyo servicio eléctrico se deteriora día a día. La situación tarifaria ha frenado las inversiones y no tardará mucho en reflejarse en la prestación del servicio ¿Se estará esperando que el servicio decaiga para aplicar una medida estatizadora? ¿O que los inversionistas que dirigen la empresa se agoten y prefieran vender a bajo precio? Hay que considerar que tanto Seneca como EDC pertenecen a grupos transnacionales que deben estar obstinados con nuestras autoridades energéticas y que estarían dispuestos a irse con una indemnización razonable.
De las otras empresas privadas Elebol, en Ciudad Bolívar, está tan hipotecada por la situación económica a la que ha estado sometida, que le debe a Cadafe más que su valor. Sólo queda Eleval, en Valencia, como la única empresa con sentido de pertenencia y pretensiones de permanecer, que inclusive mantiene planes de expansión si las condiciones los justifican. Pero, ¡Ay gran pecado! Pertenece a los amos del valle, a los que el socialismo del siglo XXI quiere cobrar deudas históricas.
Es un sector pequeño y débil, como ya dijimos, que mantiene una situación precaria, sin ningún estímulo para invertir y mejorar. Esto crea un caldo de cultivo ideal para los estatizadores que, con muy poco, pueden dar el gran paso para crear un sector totalmente estatal. El propio socialismo del siglo XXI. Hay toda una corriente revolucionaria que acaricia esta idea con pasión.
Pero deberían darse cuenta de que el modelo estatista no funciona. Basta con evaluar la gestión de Cadafe, que se ha convertido en la gran empresa revolucionaria, que recibe aportes del estado para todas las obras que emprende, ya que no genera un centavo de su propia gestión. Este monstruo estatal no tendrá el músculo para afrontar los retos que están demandando las inversiones y mejoras en la calidad del servicio que necesitan el sector y el país.