Economía

El desprecio por el empresario

Leo una noticia vieja en la página de aporrea.com, refiriéndose a la desmotadora de algodón a instalarse en la población de Cabruta:
”Ya hay un industrial que trajo las primeras máquinas a Cabruta, según expresó el Ministro de Agricultura y Tierras. Sin embargo, llamó El Presidente a que no podemos reforzar el sistema capitalista; por ello hay que firmar convenio de cooperación con estos propietarios de las máquinas, para evitar la explotación de uno sobre las mayorías.”
Y me pregunto ¿Qué les habrá hecho este buen hombre para que le quiten el negocio? En un país donde nos quejamos de que nadie invierte y de que muchas industrias han cerrado ¿Por qué le quitan la idea a alguien que estaba dispuesto a invertir y a echar a andar un negocio? La respuesta está en la esencia de esta revolución bonita y es el prejuicio que los lleva directamente al fracaso, con el agravante de que nos arrastra a todos: el desprecio por el empresario.

Para nuestros revolucionarios la iniciativa y la actividad empresarial no tienen ningún valor. El empresario es sólo un explotador en potencia. De modo que si a mi se me ocurre un negocio, pongamos por caso, voy a producir chicha con esencia de fresa. Estoy convencido de que la mezcla producirá un sabor fenomenal, irresistible y en poco tiempo voy a construir un emporio con grandes cadenas de distribución y todo. Pues bien, esta idea me convierte en un salvaje explotador que sale en busca de la plusvalía del buen trabajador, con látigo y todo. Lo peor es que sólo me convertiré en explotador si tengo éxito, si a nadie le gusta mi chicha seré el hazmerreír de todo el mundo “a quién se le ocurre semejante arroz con mango”.

Pero ésta es la verdadera esencia del empresario. No está en el “capital monopólico financiero”, sino en generar una idea que permita introducir en el mercado un nuevo bien o servicio, o mejorar la producción y distribución de un bien o servicio existente. El empresario va hacia adelante con su idea, lo que significa asumir riesgos que ponen en peligro su patrimonio. Naturalmente, cuando el empresario tiene éxito suele ser recompensado con un aumento de su riqueza.

Nuestros revolucionarios deberían entender que cuando atacan al empresario no eliminan la explotación sino las ideas. Una sociedad sin empresarios es lenta para generar ideas y la final termina sin producir ninguna. El socialismo real del siglo XX está lleno de ejemplos sobre el particular.

Yo en lo personal soy un pésimo empresario. Tengo una tendencia natural a sobreestimar los riesgos de cualquier negocio y siempre me da miedo meterme. Por eso le tengo tanto respeto y admiración a los verdaderos empresarios, generadores de ideas productivas que enriquecen a la sociedad.

En la otra esquina están los empresarios públicos ¡esos sí son una maravilla! Producen cualquier cantidad de ideas descabelladas arriesgando nuestro dinero y asegurándose su buen salario de gerentes indefinidamente, porque hay una máxima rigurosamente cierta: en Venezuela las empresas públicas nunca quiebran.

Así producen pasta de tomate, centrales azucareros, rieles, tubos sin costura, láminas de aluminio naval, gasoductos internacionales y cualquier cantidad de maravillas. Tienen otra gran virtud: se homologan. Así, un gerente de Alcasa quiere ganar lo mismo que uno de PDVSA, a pesar de que su empresa pierda y la otra sostenga al país. También se homologan en la burocracia: choferes, mensajeros, secretarias, asistentes y, ahora que hay que defenderse de los enemigos de la revolución, guardaespaldas.

¡Qué diferencia entre estos gerentes públicos y un verdadero empresario!

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