Ilegítimo con mayúscula
Lo legítimo es lo conforme a las leyes, lo lícito, genuino, verdadero. Por oposición, lo ilegítimo es exactamente lo contrario. Y está claro que Maduro encarna lo ilegítimo. Su presencia en Miraflores se fundamenta en dos fraudes electorales. Ambos notorios, aunque el segundo, el de mayo de 2018, fue mucho más grotesco. Pero es que antes, sucedió a su predecesor en un laberinto de falsedades y violaciones constitucionales, que no resistirían un repaso conforme a la realidad de los hechos. Por cierto, una parte significativa de los colaboradores de su predecesor (y algunos suyos), así lo sostienen.
Pero Maduro es ilegítimo no sólo en relación al origen de su supuesto mandato, sino a su desempeño como supuesto mandatario. Un desempeño que ha terminado de derribar lo poco que quedaba del edificio institucional del país. La república, el estado y la democracia, son memorias de otros tiempos. Lo que existe es una hegemonía despótica, depredadora y corrupta, que es imposible que sea legítima, según las disposiciones formalmente vigentes de la Constitución de 1999.
Venezuela está sumida en una catástrofe humanitaria en medio de una bonanza petrolera, entre otras razones, por la crasa ilegitimidad de Maduro y los suyos. Un combo de delincuencia organizada con retórica de izquierda ripiosa, que se destaca por el acatamiento absoluto de las órdenes que vienen de la La Habana, en donde conocen bien las malas artes del continuismo en el poder a costa del sacrificio general de una nación.
La población está postrada en lo social y económico, una parte significativa de ésta ha emigrado, y otra, todavía mayor, está en eso. ¿Qué legitimidad puede tener el régimen que ha sido y es el causante de una debacle semejante? La respuesta es definitiva: ninguna.
Así mismo, las especificidades técnicas del debate acerca de la ilegitimidad de Maduro, tienen su mérito, sin duda, pero no deben complicar lo que en verdad es conceptualmente muy sencillo: Maduro nunca ha debido estar donde está, y no debería seguir estando allí. Por su procedencia fraudulenta y por su desenvolvimiento brutalmente anti-democrático. Esto no es difícil de entender; no lo compliquemos, pues, con tecnicismos abstrusos que, obviamente, lejos de iluminar, oscurecen.
En esta situación, la Constitución no se limita a proclamar lo ilegítimo del pretendido poder, sino que además exige que lo ilegítimo sea desconocido y sea sustituido por lo legítimo. Y ofrece, esa misma Constitución, diferentes vías para que se lleve adelante esa exigencia. No hace falta ser un catedrático de la materia para saberlo. Y las exhortaciones y recomendaciones que se hacen al respecto desde el exterior, son bienvenidas, desde luego, pero hace falta más voluntad política en esa dirección, dentro de Venezuela.