La trama estéril del petróleo
Libre de toda sospecha, Premio Casa de las Américas en 1974, Héctor Malavé Mata examina las intenciones y realizaciones del régimen que se ha hecho de nuestro siglo XXI, a través de un título que circula desde mediados de noviembre del presente año: “La trama estéril del petróleo. Petróleo y economía en el septenio perdido del Hugo Chávez” (Rayuela Taller de Ediciones, Caracas, 2006).
Rompiendo otra vez con la definición convencional del crecimiento económico, apuesta por el registro de su densidad social, para sentenciar que nuestra economía “no se desarrolla porque no se transforma, ni cambia porque no se despliega en mudanza de perspectivas” (50). Extremada la crisis del modelo petrolero de crecimiento, a la asimetría estructural, dependencia externa y vulnerabilidad, suma los enconos dogmáticos de los mentores del capitalismo monopolista de Estado y las afanosas versiones ideológicas del desactualizado modelo de desarrollo “desde dentro”, mal concebido e implementado, inviable por sus elevados costos y baja productividad: “La trama estéril del petróleo, entendida como expediente de extracción del crudo que no plantea racionalizar su producción ni optimizar su rentabilidad, consiste en asignar la plusvalía petrolera al financiamiento del gasto público de manera que más sirve al asistencialismo clientelar que a la inversión productiva” (22).
En cinco estupendos capítulos diserta sobre la densidad petrolera del crecimiento, la Venezuela recesiva y el conflicto, los espejismos y las falacias del petróleo, con un útil apéndice estadístico. Sólidos argumentos y oportunas cifras apuntan al radical, dispendioso e improductivo gasto público, así como a la “Nueva PDVSA”, dibujando el síndrome de la petrolización o el de la financierización de la economía, cuestionando gestiones como del otrora ministro de Finanzas, Tobías Nóbrega.
Ayudando a la sinceración del régimen, cuyas características tienden a confundir a los incautos, deseamos resaltar algunas de las paradojas señaladas por el autor desde la perspectiva marxista y la estrictamente económica. A guisa de ilustración, por una parte, el envilecimiento maniqueo del marxismo, devenido protocolo de gobierno (13); la sustitución del análisis de las formaciones sociales, a favor de la glorificación de los héroes (idem); la exacerbación de la ideología divisiva para degradar la conciencia social en encono de clase (56); la dependencia fiscal del petróleo asumida como metáfora, más que como rasgo endémico del Estado rentista (80); o, evitando el riesgo de las tensiones sociales por los grandes declives del crecimiento o de la distribución de la renta fiscal en razón del deficitario gasto público, prefiere la confrontación del Estado y la sociedad civil antes que la lucha de clases (95). Y, por otra parte, la elevada renta petrolera como premisa del deterioro del modelo petrolero de crecimiento (24); la estrategia subsidiaria hacia fuera y la descapitalización hacia dentro (14, 25, 232); la paradójica sustitución de importaciones que las ha suscitado más de las que ha sustituido (30); la desindustrialización generada por la caída de la política sustitutiva (104); la óptica estructuralista de los enunciados que contrasta con las fórmulas monetaristas aplicadas (121 ss., 214); la soberanía petrolera dependiente de la volatilidad de los precios (155); o la alta rentabilidad petrolera contrastante con su baja productividad (174, 198).
Otro aspecto necesario de destacar, hace una brevísima consideración teórica de la revolución, concluyendo que la llamada bolivariana desvirtúa el sentido del crecimiento económico e impulsa las condiciones de reproducción de la pobreza (52, nota 1). Iniciativas como el Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación (2001-2007), claman a favor del incremento de las exportaciones no petroleras, mientras la CEPAL cataloga a Venezuela como el país con menos diversificación de sus exportaciones en América Latina (110). Entonces, ¿ha habido un cambio real?: por ejemplo, sobre la “Nueva PDVSA”, no se sabe si “es un ente petrolero que ejecuta proyectos sociales o si es un organismo de competencia social que se dedica a la producción del petróleo” (177).
Frecuentemente, el manejo del lenguaje le concede un profundo aliento al ensayo, aunque la repetición de los argumentos avisan de una posible compilación de trabajos independientes que muy bien hacen uso de la prensa diaria, pues no hay afirmaciones aisladas por más efímera que sea la noticia, sobre todo cuando se trata de los voceros del oficialismo. Insiste en un elenco reducido de mentores, suerte de gúrues del mandatario nacional, aunque estimamos que, más allá de “cierta filiación” (189), Mazhar Al Shereidah representa una tendencia más radical en los asuntos petroleros no impidiéndole cuestionar los resabios neoliberales que todavía caracterizan la política oficial.
A lo mejor anunciando un futuro ensayo, Malavé Mata reconoce al inicio el inevitable contexto existencial de sus inquietudes como la circunstancia de haber nacido en un país bajo la dictadura de Gómez, haber realizado sus estudios de pregrado en la de Pérez Jiménez, sin resignarse a vivir bajo el chavezato, aunque subyace la interpelación de un marxismo que espera un cupo editorial. Finalmente, reconocido por el suministro de información y citado por sus contribuciones periodísticas, el autor de marras olvida considerar los tres últimos títulos aportados por José Guerra para una consideración más sistemática, sobria y profunda del régimen que pronto cumplirá ocho largos años en nuestro país.
¿Punto y aparte?
A propósito de nuestra reseña del breve estudio preliminar que hizo Naudy Suárez Figueroa respecto a los grandes acuerdos políticos de 1958, hemos recibido un par de correos electrónicos que insisten en su maldición, punzando aún más sobre los estereotipos del caso. Obviamente, se evidencia de nuevo la confusión entre los acuerdos y las políticas asociadas a toda una época, recurriendo a los latigazos verbales que no ha cesado de prodigar el Presidente y Perenne Candidato Presidencial, Hugo Chávez.
Valga precisar, Punto Fijo fue un acuerdo político de corta duración que antecedió a otros suscritos expresa o tácitamente a lo largo de las décadas siguientes, como el de la Ancha Base, el Pacto Institucional o el fallido Pacto Social que pudo haber explicado un poco a la COPRE en los años del lusinchismo. URD desertó del acuerdo de 1958, aunque pudo quedarse para beneplácito de los que cultivan la llamada política-ficción, o quizá prosperar la plataforma de gobierno de Leoni con un protagonismo del FND que hubiere dejado atrás a COPEI e, incluso, fuerte motivo para un debate extemporáneo, incluir decididamente al PCV para despecho de las corrientes más radicales de entonces.
Extemporáneo en la medida que un móvil político de hechos definitivamente históricos, pretende sobrevivir no sin las distorsiones que dicen legitimar retrospectivamente la conducta asumida por el PCV hace más de cuatro décadas. La tempestad emocional que desató la revolución cubana significó la derrota de las corrientes más moderadas y cautelosas del referido partido que, a lo mejor, hubieran sobrevivido en el supuesto de su incorporación al Pacto de Punto Fijo o, lo más seguro, demostrado por los acontecimientos, hubiesen provocado un terrible y definitivo daño al proceso de estabilización democrática cuando las corrientes más radicales lo obligasen a una traumática desincorporación. Por lo demás, la crítica de los sectores no convidados a la suscripción del pacto y los acuerdos relacionados, tendía a reconocer y reforzar su esencial conveniencia, incluyendo al propio PCV.
En efecto, de un lado, acompañado por el joven dirigente comunista Germán Lairet con presentación de Ernesto Silva Tellería, Gustavo Machado pedía en Coro la modificación del pacto tripartito como el único capaz de detener una asonada militar ante de los comicios presidenciales, inclinándose por una candidatura extrapartido (El Nacional/Caracas, 03/11/58). Resaltando la necesidad de una candidatura unitaria, Francisco de Venanzi pedía el arbitraje de la Junta Patriótica para un tratamiento de emergencia ante la “agonizante unidad” (idem), o Arturo Uslar Pietro advertía que el acuerdo no podía reemplazar la “grave y peligrosa ausencia de una candidatura única de mayoría” (ibidem, 04/11/58), al declarar ambos a Arístides Bastidas.
En consecuencia, asumimos que la unidad o el espíritu unitario de entonces pudo realizarse a través de una candidatura independiente o, como ocurrió, mediante la competencia de la pluralidad que no afectara la básica disposición de un gobierno concursado, ésta vez, por los suscriptores de un acuerdo no cuestionado en sus fundamentos que –posiblemente- pudiera generar una oposición viable y leal a los principios democráticos de acuerdo a los objetivos resultados electorales. Después, surgirían otros matices y significaciones pretendiendo justificar posturas políticas más actuales.
Un asunto diferente es el de las políticas asociadas a la época como el modelo de desarrollo hacia adentro, la estabililización de la democracia representativa o la nacionalización de las industrias básicas que fortalecieron el capitalismo de Estado, llamando la atención situaciones como la frustrada reforma tributaria o el debatido ingreso de Venezuela al Pacto Andino a mediados y finales de los sesenta, la hiperpartidización o la corrupción administrativa. Conocido como “puntofijismo”, generó una fuerte crítica en las postrimerías de los ochenta y a lo largo de los noventa, siendo precursora, más consistente y punzante la proveniente de los sectores liberales, ejemplificada en “El excremento del diablo” de María Sol Pérez Shael (1995), quien consideraba suficientemente madura a la sociedad venezolana para atarse a un consenso que impedía la fluidez de los inevitables conflictos. No obstante, los sectores que hoy ejercen el poder en nuestro país, confiscaron esa crítica, maltratándola hasta caricaturizar a Punto Fijo y el Puntofijismo como expresión de todos los males que ocurrieron y ocurrían en Venezuela, condenada la versión oficialista a un círculo vicioso.
En su disertación de seis horas a la Asamblea Nacional, correspondiente al presente año, el Presidente Chávez reiteró solemnemente el entierro del pacto en un tono decididamente defensivo de acuerdo a la web parlamentaria, mediante el “cual las élites controlaban –para responder la misma pregunta ¿quién controla qué?– todo, todos los poderes los controlaban, ahora dicen que yo los controlo todos”, para sentenciar seguídamente que “cada ladrón juzga por su propia condición, y cada día tiene que ser más así”, imputando los vicios persistentes al rezago de la denominada cuarta república. Añadirá: “Les decía que después de estos siete años, podemos decir, a tambor batiente, ¡ha muerto el Pacto de Punto Fijo! Ha cambiado de manera apreciable, verdadera, el mecanismo aquel hegemónico de control que tenían las élites sobre la nave del Estado, y a través de las élites criollas el imperialismo norteamericano, las trasnacionales del capitalismo expoliador de nuestros pueblos”.
Tildado de oprobioso, Carlos Escarrá privilegiará las implicaciones “barbarocráticas” de un pacto absolutamente formalista, implementado de espaldas al pueblo, librecambista, generador de desigualdades, pobreza y otros problemas estructurales como la delincuencia, la corrupción o la entrega de nuestra soberanía (EL MUNDO, Caracas, 01/11/06). Vale decir, cualesquiera de los episodios y calificativos caben y se computan a los acuerdos de 1958, como si sus autores hubiesen sido capaces de calcular, dominar y proyectar toda la maledicencia independientemente de los datos y condiciones objetivas que nos trajeron hasta la nueva centuria.
Por lo pronto, luce urgente puntualizar algunos aspectos relacionados con el llamado puntofijismo que obligan al Presidente Chávez a enfatizar cada vez más el acuerdo que las políticas asociadas a la época, sobresaltando a sus seguidores con epítetos que nada dicen de una seria reflexión en la materia, tildando de sobrevivientes los vicios que padecemos. E, igualmente, interrogarnos en torno al presunto cambio de paradigmas que experimentamos desde 1958.
En efecto, por una parte, se evidencia la continuidad del modelo petrolero de desarrollo, agravado por una regresión y agudización del capitalismo de Estado que –por si fuera poco- ha logrado el milagro de elevar las importaciones y minimizar las exportaciones no petroleras en el marco de una política sustitutiva o de desarrollo hacia dentro (apenas, nos parece un matiz aquello de “desde dentro”). La democracia participativa y protagónica no permite la posibilidad de un consenso mínimo en una sociedad inevitablemente plural y compleja, literalmente impuesto el partido único para todos los simpatizantes y militantes del oficialismo tanto como abandonamos la Comunidad Andina y nos incorporamos a MERCOSUR inconsultamente. Además de incrementarse la pobreza o la delincuencia, el gobierno nacional ha afianzado la economía informal sustentándose en las fuerzas sociales más desorganizadas, beneficiario de una expansión sin precedentes del lumpemproletariado.
Por otra parte, es útil releer el clásico trabajo de Juan Carlos Rey relacionado con la cultura populista (“Problemas sociopolíticos de América Latina”, 1980). Al hacerlo, tenemos la convicción en torno a una degeneración de paradigmas y no de un cambio, por lo que seguimos la ruta de nuestros deterioros aunque diga de un capítulo aparte en la vida republicana.
Merecemos una discusión eminentemente histórica sobre los acuerdos políticos de 1958 y sus consecuencias para hallar otros rumbos al desafío político pendiente. Ojalá haya casas editoriales y mercado para reflotar el interés en lo que se ha convertido en el formidable pretexto de un régimen desbrujulado, para saber de tesis de grado como la presentada por los bachilleres Jeijal Pérez y Carlos Ochoteco para optar a la licenciatura en historia por la Universidad Central de Venezuela (2006), e incitar una provechosa polémica que saque de la modorra a los partidos de la oposición y del nerviosismo estéril a los que van quedando del gobierno.