La reforma constitucional en ciernes y la muerte del BCV
(%=Link(«,http://analitica.com/va/economia/opinion/4227299.asp»,»El 21 de enero de 2004 «)%)se publicó, en esta misma revista
un artículo donde argumentamos acerca de la necesidad de mantener una sana independencia del Banco Central de Venezuela. Lo que nos inspiró entonces, al escribirlo, fue el comienzo de la intervención abierta de nuestro poder ejecutivo – léase presidente de la república – en el uso arbitrario de nuestras reservas internacionales, así como en la toma de decisiones básicas que amenazaban con afectar negativamente, además de comprometer en forma cada vez más importante y peligrosa, el correcto funcionamiento de nuestro instituto emisor. Ello se debe a que, al no poder seguir aislando sus medidas y acciones en el campo monetario, de los vaivenes políticos y electorales, nuestro Banco Central dejaría de constituir la necesaria garantía de coherencia inter-temporal.
En algunos artículos escritos recientemente sobre esta misma materia, hemos observado que sus autores se han limitado a destacar, casi en forma exclusiva, la misión de los bancos centrales a preservar el valor de la moneda, a través del mantenimiento de un modesto aumento del índice inflacionario, es decir, de la estabilidad de precios. En efecto, no se puede negar que existen suficientes evidencias demostrativas de que su independencia reduce la tasa de inflación así como su fluctuación. En cambio, su relación con las otras variables o comportamientos macro-económicos, en particular con el crecimiento en términos reales y su variación, es mucho menos clara. Esta última es la razón principal por la cual un cierto número de economistas, influenciados por la coyuntura deflacionaria de los años noventa en Europa, haya cuestionado la legitimidad de una política fundamentalmente apegada a mantener la estabilidad monetaria y la independencia de los bancos centrales.
Por otra parte, También destacábamos entonces que al no coincidir los objetivos entre un gobierno y su banco central, la presencia de elementos conflictivos es inevitable. Esto es particularmente cierto si ese gobierno persigue una política fiscal deficitaria y el banco central se niega a imprimir moneda, sin que exista el debido respaldo en término de reservas reales adicionales, de lo cual pueda resultar la acumulación de una deuda a niveles insostenibles.
Hoy, como ayer, insistimos de hecho que la independencia de los bancos centrales no debe entenderse como la adopción sistemática de una regla de comportamiento rígida, inflexible y exclusivamente orientada hacia la estabilidad de los precios. Este concepto no debe interpretarse tampoco como la intención de minimizar la conveniencia de mantener un eficaz control sobre un leve proceso inflacionario, eventualmente permitido para contrarrestar una posible tendencia cíclica al enfriamiento de la economía. En realidad, es sabido que en la actualidad la gran mayoría de los institutos emisores persigue varios tipos de objetivos.
En la actualidad, adicionalmente a la tasa inflacionaria, ellos toman en cuenta las tasas de cambio y de crecimiento económico. Según los períodos o ciclos económicos, ellos le dan preferencia a una de estas metas en detrimento de las otras. Por lo demás, en términos prácticos, reales, la autonomía de un banco central no reviste un carácter irracionalmente absoluto. Ello se debe a que éste está obligado a reflejar una imagen de credibilidad y confianza, tanto interna como internacionalmente, para así poder merecer el suficiente apoyo político, el cual se puede lograr solamente a través de la comprensión y aprobación de sus objetivos y acciones, por parte de la opinión pública calificada.
En los actuales momentos, el comportamiento del instituto emisor de EE.UU., conocido como la Reserva Federal o simplemente FED, es un reflejo fiel de lo afirmado antes. En vista de la fuerte crisis que ha venido afectando, en forma creciente y muy peligrosa desde el año pasado, la industria inmobiliaria, así como las instituciones hipotecarias, la FED ha decidido revertir la estrategia, instrumentada hace un par de años, de reducción de las tasas primarias de interés. Dicha estrategia obedeció el firme propósito de neutralizar el proceso inflacionario incipiente, aún a costa de causar una leve desaceleración del crecimiento económico.
El gobierno norteamericano, simultánea y coordinadamente, sin necesidad de interferir en la acción autónoma de la Reserva Federal, acaba de anunciar, por su lado, un apoyo económico adicional que persigue aliviar, en forma indirecta, el pago de las cuotas mensuales a cargo de centenares de miles de adquirentes de inmuebles. Esa crisis o burbuja reventó, al verse imposibilitados estos últimos a hacerle frente al incremento considerable de dichas cuotas, lo cual tuvo su origen en el extraordinario aumento, antes mencionado, de las tasas de interés aplicables a los créditos inicialmente acordados.
Lo anterior no es sino un ejemplo de muchas experiencias aleccionadoras, en ese sentido, observadas durante los últimos años, tanto en los Estados Unidos como en países de la Unión Europea, entre otros, las cuales ofrecen enseñanzas indudablemente valiosas. Ellas deberían servir, más que nunca en la presente coyuntura, para enriquecer los conocimientos y formar la debida conciencia de nuestras autoridades políticas y económicas en ese campo indudablemente complejo. Una decisión equivocada, en materia tan vital, podría conducirnos a un caos del cual no nos repondremos sino en muchos años y a través de enormes esfuerzos y sacrificios. ¿Se imagina acaso el lector el caos monetario y económico, en el que se encontraría sumido el país más poderoso del mundo, si en lugar de haber sido dirigida su política monetaria, por economistas sensatos de la talla de Alan Greenspan y demás expertos de la Reserva Federal, las decisiones hubiesen dependido del criterio de la Casa Blanca y de su actual inquilino?