Aquelarre económico
(%=Image(1787549,»LRCN»)%) Venezuela ha venido sufriendo, desde tiempos inmemoriales, de una intervención económica que la ha conducido a que hoy estamos en una burbuja de la que no se puede salir.
Los controles de precios, manejados con muy poco criterio, nos han llevado a la destrucción del aparato productivo de la nación y como consecuencia inmediata a una absurda escasez de productos que hacen al consumidor transformarse en un investigador diario que persigue sus necesidades.
En los últimos diez años se ha tomado el rumbo de constituir al Estado en productor, distribuidor y fijador de los precios de casi la totalidad de los insumos primarios y finales de la población. PDVSA, otrora la mejor empresa petrolera de Latinoamérica, será la peor distribuidora de alimentos del mundo.
Si a esta situación y a la de los controles de precio, le agregamos la existencia de cambios diferenciales que se distinguen no en céntimos sino en múltiplos, entendemos que la gran mayoría de la población nacional se encuentra acorralada e indefensa.
Existen venezolanos de muy distintas categorías. La gran masa, más de nueve de cada diez, no tiene ninguna posibilidad de intervenir ni disfrutar del mercado. Viven virtualmente de la limosna oficial. Tienen ingresos miserables y sus insumos tienen que mendigarlos en los Mercales o pagarlos a precios casi inaccesibles en la economía informal. El otro diez por ciento, que goza de alguna holgura económica, vive en un mundo absolutamente regulado.
Desde el acceso a pasajes internacionales hasta la compra de bienes durables, a las monedas extranjeras y luego a los bienes de consumo, está sometido al escarnio que produce un cambio controlado por las autoridades. CADIVI es una caja de Pandora y una Corte de los Milagros.
Con el riesgo de ser acusado de violador de las prescripciones cambiarias, mencionamos que para un venezolano que quiera comprar un pasaje con origen y destino distintos de Venezuela, sus costos, en horas de trabajo, son casi tres veces que los que tendría en un viaje similar, originado en el país.
Tiene carácter repetitivo nombrar la dicotomía existente en el precio de los combustibles. Un litro de gasolina, en casi la totalidad de los países del mundo, tiene un costo para el consumidor, que puede acercarse a cincuenta veces el de un automovilista venezolano. Es decir, con lo que un chofer llena el tanque de su vehículo y rueda durante una semana en casi cualquier país del mundo, lo puede hacer por todo un año en Venezuela.
En días pasados estábamos en Centroamérica y tuvimos que comprar un remedio prescrito por nuestro médico. Su precio, en moneda internacional era cuatro veces mayor, pero si lo comparábamos en bolívares, la diferencia llegaba a doce veces.
Lo descrito tiene la apariencia de que pertenecemos a una élite de ciudadanos del mundo que accede a productos y servicios con fuertes ventajas económicas. La realidad es que pertenecemos a una masa que no puede acceder a lo que quiere y que está sometida a consumir lo que un burócrata quiere aprobar.
Hace falta redimensionar las funciones del Estado en el campo económico nacional. Cuando los factores productivos y los reguladores coinciden en sus manos nos encontramos presos de su arbitrariedad y de su corrupción.
Paralelamente a las consideraciones que hacemos en el campo económico, encontramos desviaciones similares en el campo político y en el social. En otras oportunidades las comentamos.
Ah. Se nos olvidaba decir que existe otro tipo de venezolanos. Aquellos que desde sus vinculaciones con el gobierno trafican con maletines de ochocientos mil dólares con fines difíciles de confesar.
Caracas, enero 22 de 2008