Economía

Competencia y Solidaridad: Del deseo a la realidad

En la feria de argumentos y contra argumentos, de posturas teóricas o visiones ideológicas que, en un escenario polarizado, maniqueamente critica todo aquello que huela a capitalismo y ensalza en la misma magnitud al socialismo, vale la pena analizar someramente dos nociones fundantes en uno y otro caso, de dichas categorías: la competencia y la solidaridad.

En términos económicos, la idea de competencia remite a la lucha o enfrentamiento entre cierto número de actores o agentes, abundantes y en aumento, por un número escaso y limitado de recursos que se desean o aspiran.

La competencia empresarial plantea entonces, en un mercado sin asimetrías de información y con reglas de juego claras, el desarrollo de capacidades de producción, gestión, eficiencia, innovación y calidad para obtener mayores cuotas de mercado, y alcanzar altas posiciones en ventas y prestigio.

Tiene sin embargo, el competir, el peculiar y odioso detalle de generar ganadores y perdedores, en la idea de que debe ser “el mejor”, el ganador del premio, cualquiera que este sea. La competencia posee también algún basamento en la teoría biológica-evolutiva del pana Charles Darwin, quien explicó a finales del siglo XIX el desarrollo de seres vivos producto, justamente, de una lucha entre miembros de una misma especie en aspectos físicos, alimenticios, adaptativos y reproductivos, sobreviviendo así, el más fuerte, el más rápido, es decir, el más apto.

Siendo noción fundamental de la economía capitalista, la competencia no deja de tener, sin embargo, aspectos negativos o criticables.

Privilegio del individualismo, del egoísmo o de sentimientos desnaturalizados, son alguno de los aspectos que convierten a la competencia en un valor execrable, radicalmente opuesto a otro, supuesta noción exclusiva del socialismo, como es la solidaridad.

Ser solidario, implica una actitud de reconocimiento y apoyo al otro, al semejante, de compartir, de convivencia y colaboración voluntaria y conciente con quienes no poseen nada, o poseen menos que nosotros, siendo reconocido además como un valor básico de la ética cristiana.

Aun cuando la retórica “revolucionaria” defiende a la solidaridad como principio exclusivo del inefable socialismo del siglo XXI, lo único cierto es que dicha categoría pertenece más a una condición esencialmente humana que ideológica, encontrando en el Estado, justamente, al actor encargado de concretarla, restringiendo inequidades del mercado y garantizando el bienestar colectivo, y mucho más, del de aquellos que nada tienen.

Detrás de la incontinencia verbal oficial sobre el tema, subyace más bien una intención declarada de colectivización forzada e impuesta de la vida social, con acento militarista y cuartelario, la eliminación de las diferencias individuales, y el establecimiento del Estado-caudillo como actor hegemónico absoluto.

¿Qué es harto difícil compatibilizar competencia con solidaridad? Ciertamente difícil, pero no imposible, si se definen, en todo proyecto colectivo, en todo contrato social, los momentos, sujetos y circunstancias para uno y otro caso.

Ante el lógico o políticamente correcto argumento que se edifica en la idea de promover la competencia económica (competitividad, en jerga tecnocrática) sin que ello implique olvidarse de la defensa de la solidaridad como valor ético, ciudadano y colectivo, se evidencia que los buenos deseos no siempre se concretan y materializan en las realidades de cada país, de cada nación o sociedad.

A propósito, ¿Sabe Ud. donde se realizarán este año los Juegos Olímpicos? En China, nación emblemática de las paradojas de nuestra época y de sus matices: comunista, centralista y cerrada en lo político, liberal, flexible y coloso de la competencia y la innovación tecnológica empresarial en lo económico, colocando no obstante un gigantesco asterisco en el tema de la democracia y los derechos humanos.

Y…¿Quiénes van a las Olimpiadas? ¿Qué atletas pueden participar, en representación de todos los países del mundo? Todos. Pero…¿Quiénes logran subirse al podio y recibir alguna medalla? La respuesta, sin ambages, Ud la sabe: los mejores.

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Un comentario

  1. No acepto que se premie a los mejores. El deporte debe practicarse, justamente por deporte, mente sana cuerpo sano, como decían los antiguos pensadores, y por la satisfacción de compartir un juego con sus semejantes amigos, lo que debe terminar alegremente no para que el que gane un evento lo mire desde arriba al perdedor lo que logra crear cierta soberbia; y el perdedor debe mirar al ganador sin ningún sentimiento de odio al ganador. Todo debe terminar alegremente.
    En la Escuela ¿No sería muy bueno que el inteligente colabore con el menos inteligente y éste acepte esa ayuda sin ningún complejo o sentimiento de odio? El abanderado debería ser por sorteo, porque el alumno de mejor calificaciones, no es responsable de haber nacido con una inteligencia superior al resto, así como el lento y menos inteligente debe aceptar su ayuda porque tampoco es responsable por ello, no creo en el Mérito. Vemos que Bulling en las escuelas se produce por competir, las niñas golpean a su compañera por ser más linda, porque lleva mejor ropa etc. también los varones por las calificaciones que tienen, en el fútbol vemos en las tribunas que los espectadores se pelean hasta la muerte por el resultado del evento, olvidándose del deporte que es un juego para gozar independientemente quien gane.
    Siguiendo esta cultura de la competencia, el más corpulento se siente jefe y autorizado a pegar, como se ve diariamente. Desde la escuela primaria se debería educar eliminando la idea de competir, porque creo que la violencia es consecuencia de la competencia. Tampoco la competencia mejora en lo comercial ya que en muchos casos hay una sola firma con distinta marca de su producto y así elimina que otro pueda competir.
    Pregunto, ¿Puedo ser solidario con quien compito? evidentemente que no, y si la solidaridad es un valor esencial, la competencia no pasa a ser un antivalor?

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