Las fotografías de Sebastião Salgado: Del corazón de las tinieblas al primer día de la creación
Guerras civiles, hambrunas, éxodos y la sistemática violación de los derechos humanos, son las catástrofes humanitarias que no cesan de producirse en África, Medio Oriente, Europa del Este y Latinoamérica, en las que Sebastião Salgado (1944) ha sido testigo desde 1973. Gracias a sus fotografías nos enteramos de la violencia, la miseria humana y la desesperanza que producen ideologías, gobiernos totalitarios, extremismos religiosos, la intolerancia y las creencias aprendidas, pero también observamos en ellas el canto a la vida, a la belleza y a la dignidad humana que este fotógrafo franco-brasileño ha captado y detenido para nuestra contemplación.
Egresado de la Universidad de Sao Paulo y de Vanderbilt University en Estados Unidos, con un máster y un doctorado en economía en París, en 1973 renuncia a los privilegios corporativos que le auguraban un brillante futuro en Londres, para dedicarse de lleno a la fotografía. Su pasión por la imagen, su intuición para captar el momento crucial y lo interesante de sus encuadres a través del visor de la cámara, lo llevan a integrarse a la agencia Magnum Photos en París. El por qué una persona como Salgado se sintió atraído a abandonar un alto cargo empresarial y escoger una profesión de riesgo y de incierto futuro, lo podríamos encontrar en lo que Henri Cartier-Bresson expresó de dicha agencia: “Magnum es una comunidad de pensamiento, es una calidad humana compartida, es la curiosidad y el respeto sobre lo que está sucediendo en el mundo y el deseo de transcribirlo visualmente”.
A finales de los setenta, uno de sus primeros trabajos consistió en cubrir la misión de Médicos sin Fronteras en Laos, organización que brindaba asistencia a los montañeses hostigados por Vietnam, publicando su primer libro Les Hmongs (1982). A partir de allí es contratado para cubrir misiones humanitarias en el desierto de Sahel, en África del Norte, que lo lleva a publicar Sahel: l’Homme en Détresse (1986). Le siguen otras misiones que lo hacen visitar 35 países, registrando las migraciones humanas en el Maghreb, en el África subsahariana y en los Balcanes, entre otras. Cuando en 1991, Sadam Hussein dio la orden de incendiar todos los pozos petroleros de Kuwait en la retirada del ejército iraquí, Salgado se hizo presente para fotografiar el infierno.
En 1992, fotografió la huida por los bosques ruandeses de un contingente de 250.000 labradores, logrando sobrevivir a las matanzas y al hambre solo 40.000 de ellos. Este hombre equilibrado y de gran determinación, después de fotografiar escenas del genocidio perpetrado por el gobierno Hutu de Ruanda, que masacró a más de un millón de campesinos Tutsis en 1994, confesó a su familia y amigos el haber perdido la fe en la humanidad, al sentir que la dignidad de la vida no valía nada y era demolida una y otra vez, en todas partes: «Había visto tanta violencia y barbarie, especialmente en Ruanda, que me sentí enfermo. Entonces renuncié a la fotografía”. De allí que, para recuperar su espíritu, decidió regresar a Brasil, a Minas Gerais, con la idea de reconstruir la finca donde nació. No seria sino hasta el año 2000, que en el libro Éxodos, recopiló las imágenes que narran el desastre humanitario causado por las migraciones forzadas que registró en diversos países y que tanto abatimiento le produjeron.
En 1998, al tener noticias de que en la mina de oro de Serra Pelada, en el estado de Pará, al noreste de Brasil, estaba ocurriendo la mayor explotación de oro a cielo abierto del mundo, decide retomar sus cámaras fotográficas. Una vez en el sitio, capta dantescas imágenes del desastre humano y ecológico causado por más de 100.000 garimpeiros. Dichas fotografías las vierte en el libro La mina de oro de Serra Pelada (1999). Gracias a este reportaje, el mundo se enteró de la magnitud de la devastación de la selva amazónica, de la voracidad de las empresas y organizaciones mineras permitidas por los gobiernos corruptos de los países que comparten la cuenca amazónica. De allí partió para el nordeste del país y terminó por recorrer toda Suramérica, fotografiando la geografía y sus pobladores, imágenes que recoge en otro libro titulado Otras Américas (1999). Salgado siempre ha afirmado que la fotografía es su modo de vida.
En el año 2004 declaró en una entrevista que le hiciera Sophie Rahal: «La fotografía es memoria, está vinculada a la historia. Todos los fotógrafos han contado la historia de la humanidad desde principios del siglo XX hasta ahora. Solo se que mis fotos no pueden modificar en nada a la sociedad, pero sin duda sensibilizan a algunas personas, pero no la cambian…” (Telerama, 06.12.2017). En esos días tomó la difícil decisión de dejar la fotografía social, que había hecho durante toda su vida y dedicarse a fotografiar la naturaleza. A partir de allí, surgió el proyecto Génesis (2013), serie compuesta por las más excelsas imágenes de homenaje al planeta desde que Ansel Adams y los fotógrafos paisajistas americanos iniciaran esta tendencia de exploración geográfica y visual. Salgado ha dicho que su idea es la de demostrar que una gran parte del planeta aún se encuentra como en el primer día de la creación, por lo que aún tenemos la oportunidad de preservarlo. A raíz de este cambio de actitud ante la vida, el fotógrafo se reinventó a sí mismo y junto a su esposa Leila iniciaron el proyecto Terra, con la idea de reforestar parte de la selva arrasada en la Amazonia, habiendo sembrado hasta la fecha más de dos millones de árboles.
Ayer, domingo (16.12.2018), asistí a su exposición Declaración, de Sebastião Salgado en el Museo del Hombre (Musée de l’homme) en París. La curadora de la exposición, Lélia Wanick Salgado, escogió 30 fotografías de gran formato, para ilustrar los treinta artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue firmada en este mismo edificio en 1948 y que este mes celebra 70 años de existencia pese a los embates que sufre. Con imágenes conmovedoras que llaman a la reflexión, el fotógrafo ilustra el derecho de asilo, la libertad de pensamiento, la libertad de conciencia y de religión, el derecho al trabajo, el derecho a la educación y a la cultura, entre otras fotografías que narran las violaciones de los mismos, tomadas durante sus 40 años de carrera en veinte países: Afganistán, Angola, Argelia, Bosnia, Brasil, Etiopía, Francia, Hong Kong, India, Indonesia, Italia, Kenia, México, Mozambique, Filipinas, Ruanda, Somalia, Sudán y Tanzania. Imágenes que encarnan la necesidad de que defendamos cada día los derechos consagrados en dicha declaración. En uno de los muros se lee: “Quiero que mis fotos informen, provoquen el debate».
Sus fotografías hablan de la tragedia que le ha tocado vivir a personas que de la noche a la mañana tuvieron que dejar sus hogares y huir a otros países para salvar la vida y preservar su dignidad. Son tragedias individuales y colectivas que continúan sucediendo en muchos países en este preciso instante. Precisamente, sobre la relación que se establece entre el que observa esas imágenes y el sujeto o la situación representada en éstas, el fotógrafo se erige como portavoz de esa tribulación, porque sus imágenes tienen la fuerza necesaria para contarnos crudas realidades de aquí y de allá. En cualquiera de las fotos, el sujeto muestra un instante de su condición ante la cámara y nosotros, los que observamos las imágenes, por eso le damos la palabra al fotógrafo, para que sea nuestro portavoz, para ayudarnos a reflexionar, a entender mejor, a comunicar la realidad de ese individuo y sus circunstancias. De allí las exigencias éticas del fotógrafo.
De estas fotografías tomadas en el corazón de las tinieblas de la humanidad, han surgido las nuevas imágenes en las que Salgado nos muestra su nueva visión, la de un mundo pleno de belleza y armonía, un mundo que está allí y que hay que preservar, un mundo que aún se recrea en su génesis.
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