Economía

Rusia: el capitalismo mafioso

La Rusia que resurgió en 1991, tras la caída de la antigua Unión Soviética (URSS) es un país capitalista del peor estilo, manejado por mafias. La actual Rusia tiene una población de 150 millones de habitantes y geográficamente es el país más grande del mundo. Igualmente, es el segundo productor de petróleo y el primero de gas. Con la revolución rusa de 1917 y la posterior constitución de la república soviética, ese inmenso país creado con una multitud de razas y nacionalidades, que contenía desde nórdicos como los de Letonia hasta asiáticos como los Kazahstan, fue hechura de José Stalin, un originario de Georgia, la república hoy invadida por Rusia. Stalin, cuyo verdadero nombre era Josif Dzhugashvilli, manejo la URSS con mano de hierro y se calcula que entre asesinados por la política KGB (Buró de Seguridad del Estado), los desterrados y confinados, sus víctimas alcanzaron a más de diez millones de personas, cifra cercana a los muertos por Hitler pero superado ampliamente por Mao Tse-tung, quien se estima sacrificó al menos treinta millones de chinos durante su mandato.

Stalin acabó con la dirección del Partido Comunista luego de la muerte de Lenin en 1924, siendo sus mártires más prominentes, Kamenev, Zinoviev y Trostki, este último liquidado en México. Pero antes de la revolución de 1917 el país fue manejado por un régimen zarista con vocación imperial que metió a Rusia en sucesivas guerras de las cuales salió derrotada con enormes pérdidas humanas y materiales. Con la capitulación vergonzante en la Primera Guerra Mundial y la amenaza de Alemania de tomar parte de sus tierras, aumentó el malestar por la crisis económica y política que ello trajo consigo, situación que creó las condiciones para que León Trotski dirigiera el asalto final a la fortaleza del zar Nicolás II, quien luego conjuntamente con toda su familias sería fusilado por los comunistas en el poder. Era un régimen tiránico el de los zares a la vez que degenerado al punto que un brujo llamado Rasputín ejercía una influencia política prominente sobre las decisiones de la dinastía zarista de los Romanov. De esta combinación perversa del zarismo y el comunismo es que ha brotado la Rusia autocrática de hoy.

Bajo Stalin, la URSS adquirió perfil de potencia mundial tanto por su prestigio luego de haber contribuido decisivamente a la derrota del eje nazi-fascista durante la Segunda Guerra Mundial como por el hecho de que logró desarrollar un armamento nuclear capaz de intimidar a sus rivales de Europa y los Estados Unidos. Se construyó una nación poderosa caracterizada por tres elementos esenciales: primero, una economía centralmente dirigida por el Estado sin espacio para la propiedad privada, segundo, la hegemonía del partido comunista y tercero la existencia de una religión oficial, el marxismo-leninismo. También se fortaleció una internacional de partidos comunistas de la cual el de Venezuela fungía como una especie de embajada de Moscú en territorio nacional. Esa potencia y el sistema que representaba se cayó solita en 1991, luego que el pueblo de Alemania Orientales derribara en 1989 el muro de Berlín construido por los soviéticos y alemanes del este en 1961, para tener presos en su propio país a los germanos que querían salir de Alemania comunista. A partir de ese acontecimiento se entendió que la URSS no era invencible y el sistema colapsó.

Con la caída del régimen soviético vino la desbandada y las repúblicas no rusas se declararon independientes. El tema que siguió fue qué hacer con ese gigantesco poderío militar que se había conformado y con las empresas del Estado, quebradas y altamente subsidiadas, pero con una dotación de recursos naturales y materias primas en abundancia. Vino entonces la privatización dirigida por los comunistas que antes estaban en el poder y se instauró un esquema de vouchers (cupones) que asignaba la propiedad a los ciudadanos con base en criterios poco transparentes que permitió que la anterior jerarquía comunista en el poder de la noche a la mañana se transformara en millonarios cuando comenzaron comprarle a los trabajadores necesitados de dinero, los vauchres que le confería la propiedad de las empresa que eran del Estado. Lo que ocurrió fue literalmente un saqueo de la empresas públicas en un país que carecía de instituciones económicas y judiciales para manejar la transición que dejó atrás al comunismo soviético, lo que permitió la conformación de una oligarquía económica con una riqueza que no fue producto del trabajo sino de la depredación, en alianza con los factores políticos que aunque desplazado el partido comunista del poder, lograron preservar los puestos claves del Estado como la KGB. De allí surgió Vladimir Putin, quien fue jefe de asuntos exteriores de esa terrible policía, luego de su pasantía por Alemania Oriental, donde residía la escuela de espionaje más sofisticado del mundo comunista.

De esta forma, Putin, como especie de nuevo emperador trata de restaurar las ansias imperiales que siempre tuvo Rusia, primero bajo la dinastía de los zares y luego como parte determinante de la férrea política de dominio y vasallaje que la URSS aplicó a sus países satélites de Europa Oriental y Cuba. El primer aliado de importancia de los soviéticos en América fue Fidel Castro, quien dispuso del territorio de su país en una especie de comodato para la instalación de bases nucleares soviéticas y con ello casi provoca una nueva guerra mundial en 1962. Ahora Putin y sus allegados se valen de Hugo Chávez, quien piensa que los rusos comparten su proyecto político sin percatarse de que éstos lo que intentan es reconstruirse como potencia y para ello necesitan su nuevo Fidel Castro ahora en Sur América. Pero un Fidel con petróleo, no un limpio.

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