El crash del 2008
La crisis financiera de Estados Unidos ha comenzado a contagiar la economía global, no sólo por el gigantesco tamaño de su economía ($13,8 billones), sino por la interdependencia de las naciones. El Gobierno estadounidense hace lo pertinente para contener el contagio con auxilios financieros y estatización de bancos. Resuelve el problema de liquidez y apuntala la solvencia, procurando evitar el pánico financiero que acompaña a toda crisis sistémica. Pero el efecto sobre la economía real definirá su certero impacto. La crisis del sistema de pagos ya ha cobrado 650 mil empleos en esa nación norteamericana.
Desde la crisis de la deuda latinoamericana en 1982, la mexicana de 1994, la asiática de 1997, la rusa de 1998 y la argentina de 2000, ningún terremoto de las finanzas internacionales había tenido mayor profundidad, con una onda expansiva que se extiende por Europa, Japón y eventualmente por América Latina, África y Asia. Los planes de rescate financiero (preventivos y correctivos) ascienden a $700 millardos en Estados Unidos (excluyendo los auxilios a la aseguradora AIG y las entidades hipotecarias Fannie May y Freddie Mac, etc.), $691 millardos en el Reino Unido, $679 millardos en Alemania, $494 millardos en Francia y $27,5 millardos en Italia, Portugal y España. Hasta Hungría, que no forma parte todavía de la zona euro, recibió –por primera vez– un auxilio financiero de 6.750 millones de euros del Banco Central Europeo, y UBS, el banco suizo, recibirá un aporte patrimonial de $6.750 millones de su gobierno, el cual, además, asumirá $60 millardos de papeles de alto riesgo de esta última entidad bancaria.
La solución estructural de la crisis reside en la erradicación de sus causas: el colosal déficit fiscal provocado por la guerra en Irak; el empaquetamiento de productos financieros que crean una centrífuga de papeles con frágiles respaldos; la burbuja inmobiliaria generada por hipotecas impagables; las prácticas imprudentes de banqueros e inversionistas; el relajamiento de la política monetaria y las bajas tasas de interés; la negativa de algunas autoridades a regular los nuevos y complejos títulos y valores de dudosa re-ingeniería; la adicción al endeudamiento público y privado; el relajamiento de la supervisión financiera y la entronización de la ideología del laissez faire.
Puede haber causas más profundas asociadas a la ausencia de instituciones capaces de regular adecuadamente la globalización por el anquilosamiento de entidades como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OMC, las hijas mimadas de los acuerdos de Bretton Woods; la crisis de materias primas y de alimentos; la crisis energética, el aumento vertiginoso de los precios del petróleo y otros minerales, y el cambio climático, etc. Es necesario ahondar en estas causas.
Una recomposición de las relaciones económicas y geo-políticas se está gestando y los factores del poder mundial se empeñan en mantener el desgastado y anacrónico status quo surgido de la II Guerra Mundial. La situación amerita un análisis más profundo con un auténtico sentido de Estado; pero también se hace imperativo una genuina voluntad política de las grandes potencias capitalistas del mundo para afrontar y dar solución a los problemas transnacionales del siglo XXI en coordinación con los países emergentes y con las regiones más pobres de América Latina, África y Asia.
Resucita John Maynard Keynes después de una década de empalagamiento con las oportunidades aparentemente ilimitadas de los llamados derivatives y de las hipotecas de cuarto o décimo grado (¿quién lo sabe?), acicateadas por una política fiscal expansiva y una política monetaria relajada con exigua supervisión prudencial de las autoridades monetarias y financieras. Esperemos que el Crash del 2008, a diferencia del de 1929, no sea manejado de la misma forma, y que la experiencia exitosa de ese gran estadista del siglo XX, que fue Franklin Delano Roosevelt, brinde pautas para formular un plan que vaya más allá de la contención del pánico financiero y las aspirinas para remediar los quebrantos de liquidez. La nueva legislación que faculta al Gobierno estadounidense a comprar los activos tóxicos de bancos insolventes por la descomunal cifra de $700 millardos, trata los síntomas de la enfermedad pero no extirpa el cáncer que padece el sistema financiero americano. Una estrategia integral está por definirse.
Si el mundo entra en recesión, las oportunidades de crecimiento y desarrollo de los países emergentes y pobres como Venezuela, se verán vulneradas. Crucemos los dedos para que las autoridades financieras de Estados Unidos y Europa no encuentren más sorpresas en los balances de los bancos auxiliados o estatizados, que siempre esconden particularidades que pueden resultar muy caras para los ahorristas y para el ciudadano común. La mejor protección contra el riesgo moral global (moral hazard) radica en el cumplimiento de las normas prudenciales de administración financiera y en la expansión del ahorro y la inversión hacia actividades productivas reales, preservando el equilibrio en las cuentas nacionales.