Venezuela y los Objetivos del Milenio
La ONU acaba de cumplir sesenta y tres años de constituida y una de las metas fundamentales entre los Objetivos de Desarrollo del Milenio establecidos por la organización en el año 2000 es la erradicación de la pobreza extrema y el hambre para el 2015. Se nos hace inevitable pensar en la ubicación que tendría Venezuela en una tabla donde se comparara con lugares del mundo donde miles de niños famélicos mueren a diario como sucede en Sudán, Darfur o Haití. Sin lugar a dudas, saldríamos favorecidos por las estadísticas, pero si nos comparáramos con países como Suiza, Noruega o Australia, la situación de seguro sería muy distinta. Y aunque no podemos decir que en nuestro país mueran, _literalmente_, niños de hambre, sí puede aseverarse que su nivel de nutrición está por debajo del que se espera en un niño bien desarrollado.
Acabar con el hambre no es simplemente regalar una cesta de comida en tiempos de campaña electoral. Ni siquiera facilitar la obtención de alimentos con la implementación de la red de ‘Mercales’. No. Al margen de lo positivo que tenga el que la población tenga acceso a los alimentos, _sin detenernos a analizar en profundidad los pormenores de tales estrategias gubernamentales_, el remedio contra el hambre, por parte del Estado, no puede quedar allí. Y no puede hacerlo porque cuando la población se acostumbra a recibir del Estado lo que debe producir, no hay fuerza que la mueva a buscar el sustento diario si no ve la necesidad de hacerlo. Ése ha sido precisamente uno de los grandes problemas de nuestro país: la regaladera del Estado paternalista.
El que un país, en situación de emergencia, brinde alimentos a sus pobladores para cubrir una circunstancia extrema como una catástrofe natural, no solo es una necesidad sino una obligación. Pero combatir el hambre en Venezuela, que la hay, como en otras partes del mundo, no se resuelve sino educando a los pueblos, formándolos en el trabajo como única vía para cubrir sus necesidades y brindando oportunidades para desarrollar sus capacidades humanas derribando las fronteras del aislamiento y la discriminación en todos sus matices.
Mi amigo Luis Alberto Machado dice que «los pobres son pobres porque nadie les ha enseñado a dejar de ser pobres». Esta es una verdad universal. Es más que seguro que si en África, el continente paupérrimo del mundo, los millones de dólares que se utilizan en armamento para la guerra se invirtieran en infraestructura para cambiar el medio ambiente y hacerlo productivo, haciendo de su gente un capital humano capaz de reinventar su destino que ha sido oscuro hasta el presente, otra historia se contaría y el hambre en veinte años pasaría a ser apenas un recuerdo.
Del mismo modo la premisa es aplicable en Venezuela toda vez que desde los gobiernos se continúa estimulando la subordinación al Estado para la alimentación de los menos favorecidos en lugar de la explotación de las potencialidades individuales a través del conocimiento. Debe ser por eso que la ONU planteó de la mano con la erradicación de la pobreza y el hambre, el logro de la enseñanza primaria universal como primer paso para el desarrollo.
Sería importante examinar por parte del gobierno, a siete años de terminar el lapso otorgado por la Organización para el cumplimiento de estos objetivos, el avance que ha tenido nuestro país en la consecución de las metas del Milenio. Pareciera que hasta el momento no ha sido significativo, a juzgar por el paisaje de cerros que nos da la bienvenida al entrar a la ciudad de Caracas y por el deambular de niños malabaristas en las calles de la capital. O deberemos entender que ser miembro de la Organización de Naciones Unidas es, en ocasiones, en lugar de un compromiso serio de alta jerarquía, apenas una pose que da y recibe aplausos a conveniencia.