La honestidad como hábito, una aproximación a la pobreza crónica venezolana
Creo que la respuesta a esta interrogante depende parcialmente de la sociedad en la cual se viva. He pasado unos 20 años de mi vida viviendo en los Estados Unidos, en tres etapas bien diferenciadas: cinco años durante mi juventud; nueve años durante mi madurez y, ahora, unos seis años durante mi “tercera” edad. En Venezuela he vivido unos 53 años y he pasado unos tres años viviendo en otros países como Indonesia y Holanda. Una de las diferencias que más me ha impresionado entre las sociedades estadounidense y venezolana es el grado de respeto que las personas tienen por la propiedad ajena. En los Estados Unidos nadie (excepto una ínfima minoría de la población) piensa en robarle el periódico al vecino, o la bicicleta que duerme en su jardín o los libros de la escuela o, aún, el auto abierto y a la vista de todos. En Venezuela es frecuente que estos hurtos y robos sucedan. Nosotros tenemos un dicho: “La oportunidad hace al ladrón”. Con esto pareceríamos excusar a quienes roban lo ajeno porque fueron “víctimas” de la tentación. Por supuesto, en vista de estas actitudes tan disímiles, es inevitable que nos preguntemos si es que los estadounidenses son geneticamente más honestos que nosotros o, en todo caso, nos sintamos obligados a reflexionar sobre el por qué de la diferencia.
En base a lo que he podido observar en ambos países donde me considero, casi, un experto, por los años vividos en cada uno, la honestidad estadounidense expresada como respeto a la propiedad ajena tiene un importante componente de hábito inducido por la presión social. En efecto, desde chiquito el estadounidense ve como los periódicos, los muebles del jardín y la bicicleta o el automóvil permanecen intocados fuera de la casa de sus dueños. Consideran esa inviolabilidad como algo natural en sus vidas. No les pasa por la mente robárselos. Forma parte de una actitud social predominante, hasta el punto de que se torna un hábito, lo que se hace sin pensarlo mucho. Sin embargo, sería demasiado simplista considerar la honestidad del estadounidense como el solo producto de un hábito. Hay, al menos, dos otros componentes igualmente significativos: uno, el derivado de una educación ciudadana en la cual el respeto por la propiedad ajena es objeto de aprobación y de exigencia por parte de las autoridades y de los demás miembros de la sociedad. El otro, el hecho muy importante de que la sociedad estadounidense ha superado ya, en su abrumadora mayoría, los niveles mínimos de satisfacción de sus necesidades, lo cual les quita a sus miembros el incentivo de apropiarse de lo ajeno. En otras palabras, en los Estados Unidos (casi) todos tienen acceso a un periódico, a sillas de jardín, a una bicicleta y hasta a un auto. Por qué quitárselos al vecino?
En Venezuela el respeto por la propiedad ajena no es un hábito. Todo lo contrario, el hábito que pareciera existir está más bien orientado a apropiarse de la propiedad ajena que luzca como “abandonada” o no cuidada por su dueño con el suficiente esmero. Hasta las esposas y novias pudieran estar incluídas en esta clasificación. No solo hablamos del ladrón como una víctima de la oportunidad. . También decimos, desde pequeños, que el que se va a La Villa pierde su silla, llámese Cipriano Castro o el vecino de la playa que olvidó su silla plegable y su celular y ya no los verá más nunca.
Por supuesto, en la creación del buen hábito estadounidense y del mál hábito venezolano influye la educación recibida. Y esta, a su vez, tiene profundas raíces históricas/sociológicas. La educación estadounidense tiene una fuerte raíz protestante según la cual el ser humano se salva por las buenas obras, no por la fé. Y aún los católicos estadounidenses, en su mayoría inmigrantes posteriores a la fundación protestante de la nación, han recibido ese influjo positivo. Hay una ética colectiva en los Estados Unidos, ya bien arraigada, que premia el trabajo, el ahorro, la educación y el respeto a la propiedad de los demás.
En Venezuela es diferente. Hay mucha influencia del burlador de Sevilla, de la picaresca española, de la sed de riquezas que trajó a nuestras tierras a los primeros europeos, riquezas para ser explotadas y llevadas de regreso a Europa… nada de sembrarse en el país y convertirse en ciudadanos. Herrera Luque quizás exageró un poco al hablar de la “huella perenne” dejada en nuestro gentilicio por “los viajeros de Indias” pero no hay dudas de que esa huella existe y la vemos todos los domingos por cadena televisiva. La referencia a la viveza criolla no es exclusiva de Venezuela (Tio Conejo) sino que abarca a toda la América Latina, desde México hasta Argentina, donde está representada, entre muchas otras manifestaciones, por el juego de truco, un juego de cartas donde gana quien más engañe. Por supuesto, esta inclinación a la deshonestidad en Venezuela se ha visto acentuada por el chorro petrolero, bajo el cual muchos desean bañarse sin trabajar. Antes de la llegada de esa abrupta riqueza el venezolano común era admirablemente honesto, como lo atestiguan los primeros geólogos extranjeros llegados al país en los primeros años de siglo XX. (esos venezolanos humildes no tenían nada que ver, aparentemente, con Guzmán Blanco, los hermanos Monagas o Maisanta, el ladrón de ganado).
Además de esa viveza criolla el venezolano es, de manera estadísticamente significativa, amigo de lo ajeno porque la sociedad es predominantemente pobre y no ha podido lograr, como si es el caso de la sociedad estadounidense, la satisfacción de sus necesidades básicas y tener acceso a lo fundamental: educación, auto, vivienda, empleo. En los Estados Unidos nadie asesina para robar un par de zapatos, como sucede en los barrios pobres de las ciudades venezolanas (casi dos venezolanos por hora murieron asesinados en 2009 por esta u otras razones) .
Y lo dicho arriba me lleva a una conclusión que me gustaría ofrecer a la reflexión de mis lectores: cuando una sociedad incluye el respeto por la propiedad ajena entre sus ingredientes y aumenta, por lo tanto, el nivel de confianza entre sus miembros, esto facilita sus transacciones, las hace más eficientes, lo cual conduce a la riqueza. Por el contrario, cuando una sociedad incluye la tendencia a robarse lo ajeno entre sus ingredientes y aumenta, por lo tanto, el nivel de desconfianza entre sus miembros, ello dificulta sus transacciones, lo cual conduce a la pobreza.
En Venezuela la propiedad que “no es de nadie”, la de la nación, es vista como un botín que está allí para el disfrute de los más vivos. Hoy en día quienes se la están robando con empeño son los tobías del régimen chavista. Más de lo mismo..
En Venezuela todo cambia para que nada cambie. Para eso no era ni es necesaria una “revolución” y tanta insolencia.