Juan Rulfo Fotógrafo
Eduardo Planchart Licea
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno (1917-1986), provocador de ensueños, creador de palabras que recuperan al brotar su carácter mítico. Al apropiarnos de ellas, dejan ecos en el alma. Fraguo su universo creativo en el silencio, amaba tanto la palabra interior que se negaba a dejarla brotar, en su hablar entre dientes, mientras el afuera se hacía y deshacía. Su mirar era único, se eternizó en sus fotografías, legó casi12.000 negativos tomados entre 1948 y 1980. Esto da una idea de la importancia y la pasión que tenía para el escritor ese espejo de la realidad que es la fotografía.
En los cincuenta en el gremio fotográfico, algunos de sus colegas se extrañaban cuando sabían que también escribía. Una evidencia de su afán de promocionar sus fotografías, es que en 1949 la revista América publica 11 de ellas. Y la primera exposición de Rulfo es en 1966, en la casa de la Cultura de Guadalajara. No había en el creador confusión entre ambas disciplinas. Existe una sincronía entre ambas dimensiones, pues los temas que desarrolla tanto visual como narrativamente tenían cercanía. De ahí el poder de sus imágenes, que son capaces de crear atmósferas únicas, gracias a su mundo interior, pleno de intuiciones, de imaginación, de irrealidad que en ocasiones se materializaron en obras maestras de la literatura universal. Las descripciones que hacen ciertos personajes en Pedro Páramo (primera edición, 1955) de los paisajes, de los poblados…, parecieran miradas fotográficas.
Existen rasgos comunes y sincronías entre su portafolio fotográfico y su narrativa, y en su estética domina la soledad, el abandono, la aridez. Era un fotógrafo con una refinada sensibilidad, y composiciones, y gustos cromáticos muy suyos, que hacían de los negros y blancos una rica gama cromática, que se representaban narrativamente en esa realidad evanescente, de sombras, y contrastes de Pedro Páramo y sus cuentos.
Lo arbóreo
Desarrolló a lo largo de los años diversos temas fotográficos, en torno al México insólito, y misterioso. Pocas veces usó el close up, gustaba fotografiar composiciones dominadas por espacios abiertos, y metáforas visuales. Así muchos de sus árboles, no poseen hojas, y las cortezas parecieran estar desprendiéndose, estas descripciones están presentes en su narrativa, al igual que la resequedad de los pueblos y paisajes, y de vientos que parecieran arrastrar hojas inexistentes. En la composición de sus imágenes no se está ante el árbol o casas derruidas…, como tema, sino ante las relaciones que generan con su entorno, como serían incluir en un mismo encuadre las ruinas de una iglesia y árboles con atmósferas fantasmales. Uniendo en un mismo discurso visual diversos conceptos, como el tiempo en el descortezamiento del árbol, y lo sagrado o la religiosidad al vincularlo visualmente a los arcos y la bóveda de una iglesia.
No solo usaba la fotografía para nutrir su imaginación y recrear la realidad, sino también la usaba como una manera de investigar temáticas. Hay fotografías por ejemplo donde se concentra en las laberínticas ramas de un árbol, enfocadas de manera ascendente, potenciando así el simbolismo de estar ante una naturaleza, asociada al inframundo, y de entes fantasmales que buscan escapar del subsuelo, este clima se acentúa al acompañar las ramas de los arcos de una iglesia en ruinas. Parecieran representar la angustia a la condenación del creyente.
Entre los matorrales desérticos fotografiados, destaca la de un árbol con fuertes hojas lanceoladas, como ramilletes espinosos, que parecieran erizos de mar, junto a un sacerdote de perfil, con los brazos cruzados, y su negra sotana zarandeada por el viento, detrás del cactus, yerbas y la inmensidad del horizonte desértico. Esta fotografía fue portada de una recopilación de su narrativa, pues este sacerdote anónimo, pudiera ser la metáfora de uno de los personajes centrales de Pedro Páramo: Rentería, el sacerdote de Comala, sagrado testigo de esa fantasmal dimensión.
Otro personaje emblemático de sus fotografías, está identificada en google como Pedro Paramo, es un envejecido campesino, con el pelo canoso agachado, tocando la tierra reseca con una mano, y con la otra asiendo su sombrero, pareciera estar a la espera de las lluvias, entre un horizonte de soledad y lejanas sombras de grises que representan la sierra. Domina en esta imagen una ambigüedad entre la realidad y la irrealidad, entre la vida y la muerte que atenaza a estos seres olvidados, que existen entre perdidos pueblos.
En otras fotografías, las imágenes parecieran entradas al purgatorio, o bocas del infierno, como de hecho se representa en la fotografía de una pared derruida de una casa, y los boquetes parecieran tener semejanza con un monstruoso rostro.
El escritor, en ocasiones negó que su creación literaria estuviera vinculada a un paisaje específico, era uno de los temas fundamentales de su narrativa como lo son también la muerte, los universos fantasmales, paisajes oníricos, aparecidos, dimensiones que no se rigen por las leyes físicas de la cotidianidad. Crea toda una geografía funeraria e imaginativa para ambientar a sus personajes que no describe en su narrativa, es en sus fotografías donde recuperan rostro y cuerpo, y a través de ella el lector puede imaginarlos.
Como fotógrafo sabía lo que deseaba cliquear y lo lograba, lo evidencia la calidad de su portafolio. No en vano, durante décadas erró por el México desconocido, componiendo tras el visor de la cámara, lo que deseaba. Quizás su voyerismo era la manera de derrotar su timidez, y cultivar su amor a la soledad.
Pues a pesar de tener tendencia a la melancolía, era movido constantemente por los retos, incluso físicos, como lo es el alpinismo, que exigen buena condición física, tenacidad, voluntad y valentía. Gracias a esta afición, logró fotografiar paisajes únicos en México.