El petróleo no es una religión
Un grupo de unos 85 petroleros y economistas venezolanos, coordinados por el infatigable ingeniero de petróleos Diego González Cruz, se ha dado a la tarea de estudiar/analizar la industria petrolera venezolana con miras a establecer un modelo que reemplaze al actual, que muchos consideramos agotado, por efecto del castigo a que ha sido sometido durante los últimos trece años por una pandilla de incompetentes (en justicia, ya este castigo había comenzado cuando la pandilla llegó al poder). Los tópicos que se están analizando en el seno de ese grupo incluyen aspectos financieros, técnicos y organizacionales. Aunque todavía se está lejos de llegar a una visión orgánica, ya mucho del material generado es muy valioso. Para contribuir con este grupo, no como especialista que ya no soy, sino como gerente o simplemente venezolano interesado, deseo hacer una reflexión sobre lo que considero la esencia del problema que hemos tenido historicamente y hasta histericamente y que hoy tenemos, aún más exacerbado que nunca. Se trata de lo siguiente:
Para lograr que la industria petolera venezolana llegue algun dia (antes de que el petróleo sea reemplazado por otra fuente de energía) a ser un verdadero motor del desarrollo nacional, deberá despojarse de algunas características que han retardado o inhibido su evolución satisfactoria. Creo que la principal es la naturaleza “religiosa” que se le ha dado, tanto por parte de gobiernos democráticos como de dictaduras. La demagogia, el patrioterismo, han confundido el concepto de propiedad del recurso con el de control operativo y financiero de la actividad. Para nuestros políticos tener el control de la actividad requiere tener el poder decisorio de tipo operacional y financiero, manejar directamente los mecanismos de producción. No han aceptado nunca, por pensar que implica pérdida de soberanía, que el control pueda obtenerse de manera más eficiente para la nación por medio de regulaciones apropiadas. Ello llevó en los años 70 a la estatización de la industria, cuando la combinación de leyes y regulaciones existentes ya le daba al país casi todos los beneficios, sin los riesgos. El país político se empeñó en estatizar (no fué una nacionalización) los riesgos. Hoy, ese prurito nacionalista, “religioso”, ha llevado a la trágica situación de una empresa petrolera, PDVSA, casi en situación de quiebra financiera y, en mi criterio, ya quebrada gerencial y tecnicamente.
Este error es producto de un complejo colectivo de inferioridad cultivado con amor por los políticos venezolanos, el cual ha hecho posible que el mayor esfuerzo del país se centre en monopolizar la operación y el control financiero de la industria petrolera, en lugar de concentrarse en regular la actividad y dejar que el sector privado la lleve a cabo.
Así vemos hoy que la empresa petrolera estatal, PDVSA, está obligada por ley a tener una mayoría accionaria de las empresas mixtas y a tratar de desarrollar directamente una operacion gigantesca y compleja en la Faja del Orinoco o Costa Afuera, para la cual no está gerencialmente, tecnicamente o financieramente capacitada. El resultado ha sido predecible. Acaba de declarar a la faja “en crisis”, concepto inaceptable para una empresa petrolera y pretende que los socios, casi todos seleccionados en base a una ideología política y no en base a su capacidad técnica, aporten todo el capital necesario a la empresas mixtas que han formado con PDVSA, a pesar de tener una minoria accionaria. Esa es una medicina difícil de tragar para los Chinos, los Rusos o los Iraníes, o para las empresas comerciales de petróleo como Chevron-Texaco. Todo convenio martillado en base a esa relación artificial está probablemente condenado al fracaso a corto o mediano plazo.
Cualquier modelo petrolero que se implante en el futuro deberá poseer una base gerencial, técnica y financiera sólida, dando más peso al concepto de lo óptimo que al concepto de lo máximo. Con ello me refiero a la conveniencia de establecer asociaciones ganar-ganar con el sector privado, lograr ingresos estables a largo plazo en preferencia a unos pocos años de bonanza seguidos de años de vacas flacas. Esa atenuación de los ciclos festín-hambrunas puede lograrse mediante una inteligente asociación con los clientes de nuestro petróleo, más que a través de confrontaciones estériles y pomposas con ellos, tan propias de ideólogos acomplejados.