Promesas, vacíos y fantasmas
La crisis del sistema financiero europeo, el creciente descontento popular ante la pérdida de reivindicaciones sociales, el desempleo y la pérdida del poder adquisitivo de la clase media, así como la falta de brújula política de la centro derecha, han alimentado las posibilidades de triunfo de la izquierda francesa en las presidenciales de 2012. A esto se suma el éxito logrado en 21 de las 22 regiones en las elecciones locales de 2010.
Con sus banderas populistas y reformistas, arrebatadas tanto por el centro como por la derecha, el Partido Socialista eligió como candidato a François Hollande, quien se perfila como ganador con una intención de voto de 32% contra 25% de Sarcozy para la primera vuelta y de 59% contra 41% en la segunda, datos que proyecta el estudio de IPSOS del 07 de febrero, realizado para Le Monde, Radio France y France Télévision.
Hollande le ofrece a los franceses sesenta promesas, entre las que se destacan, el aumento de impuestos a los ricos, la separación entre las actividades crediticias y especulativas de la banca, la construcción de 500.000 viviendas por año, de las cuales 150.000 alimentarán la cuota social, la reducción de las plantas nucleares, la creación de una banca pública para el apoyo a las PYME, el restablecimiento de la jubilación a los 60 años, entre otras medidas que le costarían al Estado francés cerca de 20.000 millones de euros en cinco años. La otra cara de la izquierda, la representa Jean-Luc Mélenchon, líder y candidato del Frente de Izquierda (FG) y portavoz de un discurso incendiario que clama por una refundación social. Es de esperar que Mélenchon apoye a Hollande en la segunda vuelta electoral con su tajada de 10% que representa al electorado radical. Hay que recordar que la izquierda francesa se presentó unida en las elecciones regionales, aglutinando al Partido Socialista (PS), Europa Ecología (EE) y el Frente de Izquierda, integrado por el Partido Comunista y el Partido de Izquierda (PG).
Hollande vs. Sarkozy
El contendor de Hollande es el presidente Nicolas Sarkozy, aspirante a la reelección. Con un balance político en negativo pero engolosinado con su liderazgo mediático, presentó su candidatura esta semana sin la convicción que lo ha caracterizado durante los últimos cinco años, utilizando la misma analogía del capitán del barco en medio de la tormenta y prometiendo una “Francia fuerte” como eslogan de campaña. Con una credibilidad 20 puntos por debajo de Hollande, su lanzamiento fue percibido como un “déjà-vu” de la candidatura de Giscard d’Estaing en 1981. Declaró que comunicará una “promesa choc” diaria hasta la fecha de las elecciones, el 22 de abril. Su discurso apunta a revivir los valores franceses, respaldado por las acciones que abordó durante su mandato en relación a temas como el de la inmigración, la prohibición del velo integral, la seguridad, entre otros, incursionando así en el territorio de caza del Frente Nacional, el partido de ultra derecha. Este último está liderado por la fustigante Marine Le Pen, quien cuenta con un 17% de intención de voto.
La campaña será disputada por cuatro contendores: Sarcozy, Hollande, Le Pen y François Bayrou. Este último, líder del centrista Movimiento Democrático, cuenta con 16% de intención de voto, colocándolo como una pieza importante en el ajedrez electoral de la segunda vuelta.
En este escenario electoral no se aprecian propuestas innovadoras, pese a la urgente necesidad de un cambio de paradigmas que reposicione a Francia en un entorno global pleno de incertidumbres y amenazas. Por otra parte, quién capitalizará el descontento de esa gran masa que no se identifica ni con la izquierda ni con la derecha, del vacío que siente el ciudadano común que espera respuestas concretas a sus preocupaciones e incertidumbres en lugar de slogans y frases fabricadas, que aspira a un gobierno que de prioridad a sus demandas por encima de los intereses corporativos, que desea la implementación de modelos sustentables, que está exigiendo más participación en las decisiones políticas y económicas de la Unión Europea y menos cesión de soberanía económica. Los fantasmas de la indignación y la abstención podrían estar convergiendo en forma acelerada en Francia.