Carne de cañón
Dejo a un lado la anarquía promovida por él estos últimos días al incitar a la gente a saquear los establecimientos de electrodomésticos, estimulando a que se llevaran todo lo que había en los anaqueles y solevantando a que no dejaran nada en los almacenes de esas tiendas. Resulta interesante registrar una información de prensa según la cual quienes participaron en los saqueos no bajaron de los barrios humildes, sino que fueron los colectivos movilizados por el régimen los que hicieron su agosto robando televisores de todos los tamaños, marcas y calidades, así como cualquier aparato electrónico que vieron en los negocios. Como diría Carlos Tablante, no me lo contaron, vi los videos de esas escenas terribles.
Es aterrador constatar que desde los más altos niveles del poder se incite a la anarquía en este país donde ya las leyes, comenzando por la Constitución, no valen nada y los funcionarios encargados de imponer el orden participan, de igual a igual, con los saqueadores.
Pero este no es el tema al cual quiero dedicar este artículo. Cuando lo titulo «carne de cañón» me refiero a la insensata decisión anunciada por el ilegítimo de colocar en los barrios humildes baterías de defensa antiaérea dotadas de cohetes, según él, provistas de la tecnología más avanzada.
Esto con la finalidad de asegurarse de que «jamás en la vida una aviación militar enemiga, extranjera, imperialista entre al espacio aéreo nacional» Ese señor parece ignorar que fueron los dos bombarderos rusos los que dos veces consecutivas violaron la semana pasada el espacio aéreo colombiano
Anunció que toda la defensa antiaérea será desplegada «en los puntos clave de las montañas del país, incluyendo los barrios y comunidades de la Gran Caracas y de todo el país». El fenecido predecesor del ilegítimo dijo en una oportunidad que había comprado «en Rusia, Belarús y China misiles y radares para hacer inexpugnable al país desde el cielo».
A todas estas, ¿qué dice el alto mando militar? No el que está comprado con las dádivas y favores del régimen, que ya sabemos acepta como recua de borregos los desmanes de su «comandante en jefe», que no es comandante y mucho menos «en jefe» de la fuerza armada.
Mi pregunta va dirigida al Alto Mando Militar verdadero, el institucional, el que mantiene su lealtad a la Constitución, al que por mandato constitucional es responsable, depositario y guardián del armamento militar y el único que puede disponer su desplazamiento en función de necesidades estratégicas.
¿Es que este «señor» cree que colocando en «los barrios y comunidades» esos instrumentos de guerra los hará inmunes en un supuesto y descartado caso de un ataque aéreo por parte de una «potencia enemiga imperialista»? En su afán por distraer la atención de la ciudadanía y de amedrentar a la población con el fantasma de una agresión por parte del «imperio» no vacila, no se detiene a pensar en las consecuencias que tendría su decisión de intentar proteger esas baterías antiaéreas utilizando escudos humanos.
Son muchos los casos de ejércitos enfrentados que recurrieron a este criminal modo de tratar de proteger sus armamentos. Son también conocidas sus lamentables consecuencias. El hecho de estar ubicados en lugares poblados no le resta el carácter de objetivo militar a esos emplazamientos.
Cabe además preguntar, ¿qué le pasará a ese armamento sofisticado regado por todo el territorio nacional en lugares despoblados o ubicado en comunidades pobladas de malandros armados capaces de cometer cualquier fechoría? ¿Cuán protegidos estarán los militares guardianes de ese armamento sofisticado en lugares reputados como «territorios apaches»? ¿Cómo se explica que precisamente cuando supuestamente se lleva a cabo una campaña de desarme en todo el país y particularmente en los barrios donde hasta menores de edad andan armados se ponga al alcance de esos desalmados la posibilidad de apoderarse de ese material bélico?
Las respuestas a todas interrogantes están, como dije antes, en manos de la fuerza armada institucional. De lo contrario, ¡sálvese quien pueda! Simplemente estamos desamparados, expuestos a los desmanes que cada día fragua el usurpador de la función de «comandante en jefe» de la fuerza armada supuestamente para captar el apoyo y la lealtad del estamento militar.
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