¿Cómo empezó todo esto?
La Reserva Biológica río Indio-río Maíz es parte de la zona núcleo de la Reserva de Biosfera de Río San Juan, declarada por la UNESCO como parte de la red mundial de áreas protegidas. Tiene una extensión de 300.000 hectáreas de selva virgen, habitada por centenares de especies, y se extiende al sur de Nicaragua entre el río San Juan, que delimita la frontera con Costa Rica, y el Río Punta Gorda, hacia las llanuras pantanosas de la costa del mar Caribe.
Aunque un área protegida, se halla constantemente en la mira de los llamados colonos, partidas de campesinos a veces, y las más negociantes de tierras que burlan a las autoridades forestales, o gozan de su protección, para derribar los árboles, sembrar primero maíz, y cuando la débil capa de tierra vegetal se agota, convertir el suelo en pastizales para ganado. La limpia del terreno conlleva el uso del fuego, lo que suele provocar incendios, favorecidos por los vientos.
Los invasores se enfrentan a los indígenas que defienden la selva porque es su hábitat, no pocas veces arrasando sus comunidades y asesinándolos. Y los árboles tumbados a consecuencia de la invasión, representan otro jugoso negocio en las sombras.
El martes 3 de abril de este año comenzó un nuevo incendio, otra vez provocado por los depredadores. Esta vez el fuego llegó a afectar más de 5.000 hectáreas, de acuerdo a las imágenes satelitales, aunque el gobierno minimizó otra vez la catástrofe. Negar la magnitud de los incendio ha sido una forma de ocultar sus causas, el descuido y la corrupción, algo que no pasa desapercibido ni para los ecologistas ni para los jóvenes en las universidades.
La primera protesta se dio el miércoles 4 de abril en León, cuando los estudiantes encabezaron una marcha que fue atacada, como de costumbre, por las turbas del gobierno. Al día siguiente unos 300 estudiantes intentaron salir de la Universidad Centroamericana en Managua hacia la Asamblea Nacional, llevando pancartas donde se leía SOS INDIO MAÍZ, ORTEGA NEGLIGENTE, ALERTA, DESASTRE ECOLÓGICO. Pero la Juventud Sandinista organizó una “caminata ambiental” y les salió al paso; entonces cambiaron el rumbo, pero de todos modos se hallaron con un contingente de antimotines que los obligó a replegarse de regreso a la universidad.
El régimen dejaba en claro una vez más su intolerancia cerrada ante cualquier protesta, aunque fuera en defensa de la naturaleza: “las calles son del pueblo”, había sido la consigna convertida en regla por años, y esto quería decir, las calles son de las organizaciones del partido en el poder. Un monopolio impuesto a la fuerza con el respaldo policial.
Los comunicados oficiales proclamaban que el Ejército Nacional estaba a cargo de la situación, a punto de ser controlada. El lunes 9 de abril fue rechazada la oferta del Cuerpo de Bomberos de Costa Rica de enviar un contingente especializado. Sólo fue aceptado el apoyo de un helicóptero cisterna enviado por el gobierno de México.
En las fotografías aéreas y los videos, las inmensas columnas de humo se expanden como si se tratara de una poderosa erupción volcánica, visibles por kilómetros a la redonda, prueba de la magnitud del desastre.
El miércoles 11 de abril, una leve lluvia empezó a caer sobre la selva, y ayudó a amainar el fuego, que terminó por extinguirse. Pero el daño a la reserva era irreversible. Y las tierras quemadas, quedaban otra vez listas para ser convertidas en maizales y después en fincas de ganado.
En el estado de felicidad perpetua que ofrece la filosofía del socialismo esotérico del régimen, las causas nobles, como defender la integridad de una reserva ecológica, venían a resultar causas prohibidas. O respaldar a los jubilados en sus reclamos. Eso quedó patente a los pocos días, cuando el 16 de abril se reformó la ley de la seguridad social para gravar con un impuesto del 5% las pensiones.
El miércoles 18 de abril un grupo de ancianos salió a protestar en León contra el decreto presidencial que los esquilmaba, pero cuando llegaron al lugar acordado ya estaban allí las fuerzas de choque. Uno de los viejos, que porta una pancarta, fue derribado al pavimento, y en el video que se hizo viral entonces puede advertirse como uno de los esbirros lo aprisiona del cuello mientras otro lo empuja con violencia.
Sus compañeros de la marcha lo ayudan a levantarse, lo defienden, y los reclamos contra los agresores suben de tono. Si la intención era agredirlo en el suelo y arrebatarle la pancarta, ya no pudieron hacerlo. Cayó con la pancarta en las manos, y se levantó con ella en las manos.
La escena de un anciano jubilado que cae al suelo agredido por agentes del régimen queda registrada en un teléfono celular, y de pronto está en miles de pantallas de teléfonos celulares en todo el país.
Esa misma tarde, unas 300 personas, entre ellos decenas de universitarios que acompañan a más jubilados, se congregan a protestar en las afueras del centro comercial Camino de Oriente en Managua. Todos se han citado allí a través de las redes, con lo que surgirá una palabra desde entonces clave: autoconvocados.
Las fuerzas de choque, ahora multiplicadas, vuelven a aparecer agrediendo indiscriminadamente a los manifestantes, garrotazos, pedradas, golpes de puño, navajazos. Ese 18 de abril se volverá una fecha histórica, porque es cuando estalla la rebelión desarmada que en los días siguientes tendrá un terrible saldo de muertos, porque la policía y las fuerzas de choque, rebasadas por las multitudes, disparan indiscriminadamente con armas de fuego.
Pronto aparecerán los francotiradores, y los paramilitares encapuchados con fusiles de guerra, hasta que en los siguientes cien días el número de muertos alcanzará más de 400.
El incendio criminal de una selva. Un anciano derribado al suelo que a pesar de todo no suelta el cartelón donde reclama por su pensión cercenada. Puertas de escape a una larga acumulación de agravios.
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