El archipiélago de Gulag y el terrorismo intelectual de la izquierda
Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008), físico y matemático ruso, fue condenado a trabajos forzados en un campo de concentración desde 1945 a 1956, por expresar, en una carta dirigida a un amigo, opiniones contrarias al régimen estalinista. Antes de que eso ocurriera, estaba bajo constante hostigamiento y muchos de sus trabajos ya habían sido censurados por un régimen que perseguía a todo aquel que se le ocurriera reclamar algo al Estado o criticar al “padrecito” Stalin. Un día en la vida de Iván Denísovich (1962), publicada durante el período en que Khrouchtchev, crítico de Stalin, presidió la secretaría general del partido, fue prohibida en 1964 apenas Brejnev asumió el poder. Los manuscritos originales de obras importantes como El primer círculo fueron confiscados junto con todos sus documentos personales. Solzhenitsyn fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1970 y expulsado de la Unión Soviética en 1974, cuando el aparato de espionaje de la KGB se enteró que el escritor había entrevistado a más de cien disidentes políticos sobrevivientes del Gulag para dar a conocer los horrores a los que fueron sometidos. Científicos, intelectuales, agricultores y gente del común que, aparte de las penurias, trabajos forzados y a la falta de alimentos a los que estaban sometidos, debían sobrevivir a los hostigamientos de delincuentes y criminales recluidos en un mismo recinto para que no tuvieran sosiego ni de día ni de noche. Solzhenitsyn resistió once años el infierno del Gulag.
Gulag en ruso, equivale a las siglas de la Dirección General de Campos de Trabajo Correccional y Colonias. Eran campos de concentración diseminados por todo el país que desde 1930 dependían y eran operados por la KGB, la policía secreta, donde fueron recluidos 12 millones de disidentes durante el régimen de Stalin. Stéphan Courtois, editor de “El libro negro del comunismo” (Le Livre noir du communisme : Crimes, terreur, répression, 1977), sostiene que “El comunismo real, puso en funcionamiento una represión sistemática, hasta llegar a erigir el terror como forma de gobierno”. Los actos criminales que significaron hostigamientos, prisión, asesinatos, tortura, exclusión social y deportaciones que arrojó la implantación del comunismo ofrece un balance más terrible que el del nazismo. De acuerdo con dicho informe, se estima en 20 millones de opositores asesinados en la URSS, de los cuales un gran porcentaje murió en los Gulags.
Los Gulags, denominados eufemísticamente “Industria Penitenciaria”, sirvieron de modelo administrativo eficiente a los campos de exterminio nazis, gracias a los intercambios oficiales y protocolos secretos que se sucedieron durante el pacto ruso-alemán de 1939, llamado también Pacto Ribbentrop-Mólotov.
El libro Archipiélago Gulag, metáfora que el autor utiliza como título para denominar a esos campos de concentración, es una disección literal del sistema de prisiones donde iban a parar los disidentes y que él padeció en carne viva durante once años, allí denuncia las “atrocidades de un Estado enfrentado demencialmente a su propio pueblo”, así como los procedimientos de la temible KGB.
Gracias a que había podido sacar clandestinamente de Rusia uno a uno los capítulos de su libro, pudo publicarlo en París, en diciembre de 1973, al enterarse que la KGB había apresado y torturado hasta darle muerte a Elizaveta Voronyánskaya, su secretaria, exigiéndole dónde escondía el manuscrito original. En la novela, se intercalan hechos históricos y autobiográficos con testimonios de las víctimas, cuyas identidades mantuvo en secreto siempre. “Con el corazón oprimido —escribe en el prólogo—, durante años me abstuve de publicar este libro, ya terminado. El deber para con los que aún vivían era más importante que el deber para con los muertos. Pero ahora, cuando pese a todo, ha caído en manos de la Seguridad del Estado, no me queda más remedio que publicarlo inmediatamente”. En febrero de 1974, fue detenido y acusado de traición a la patria, a los pocos días fue despojado de la ciudadanía soviética y deportado a Alemania. En 1975 se estableció en un pueblito perdido de Vermont, Estados Unidos, junto con su esposa y sus hijos, para dedicarse solo a escribir. Volvió a Rusia en 1994, en plena perestroika y glásnot, cuando Gorbachov le ofreció recuperar la nacionalidad, siendo recibido como un héroe en Moscú.
El terrorismo intelectual de la izquierda
Bajo este mismo título, Jean Sévillia publica una crítica demoledora sobre la intelectualidad y los medios de comunicación ocupados por la izquierda en Francia (Le terrorisme intellectuel, Ed. Tempus, 2.000). Entre otros temas, reproduce las opiniones sobre Solzhenitsyn que hacen referencia a la publicación de su obra en francés. En el editorial de l’Humanité del 17.01.1974, se lee: “La publicación del Archipiélago de Gulag, está enmarcada en una campaña antisoviética, destinada a distraer de la crisis que padecen los países capitalistas”. Le Monde, Le Nouvelle Observateur, Tel Quel y otros medios no se quedan atrás, calificando a Solzhenitsyn de “Traidor de la izquierda”; “Colaboracionista de la derecha y del capital”; “Máquina de guerra contra la URSS, contra el socialismo y contra la unión de la izquierda en Francia”; “Es un personaje psíquicamente inquietante. Tiene un aspecto simiesco, es como un mono que con tristeza ve pasar a los que se pasean el domingo frente a su jaula” (Tel Quel, 1974). En una entrevista televisada del programa Apostrophes, los entrevistadores solo lo dejaron hablar cinco minutos durante la emisión, mientras lo tildaban de “Profeta de la contra revolución”, entre otros epítetos, ironías y sarcasmos contra una persona que vivió un verdadero martirio por sus ideas en pro de la libertad y la democracia. En sus declaraciones mientras estuvo en el país que se ha ufanado siempre de ser el campeón de los Derechos Humanos, denunció que aún estaban en funcionamiento en la URSS más de 2.000 Gulags, donde permanecían recluidos 5 millones de prisioneros políticos y que en ese mismo año habían dado muerte a más de 20.000 disidentes. Es imperdonable que destacados intelectuales y dirigentes de la izquierda francesa guardaran silencio con la excusa de mantener la unidad en el templo del Socialismo mientras sus acólitos y oficiantes radicales demolían y asesinaban intelectualmente al escritor que había osado criticar el régimen comunista de Stalin. Ese es el silencio o “efecto Lucifer” al que apunta el psiquiatra Philip Zimbardo (The Lucifer Effect: Understanding How Good People Turn Evil, 2007), “El mal de la inacción o del silencio es una nueva forma del mal, que apoya a aquellos que perpetran el mal”.
Para comprender esta actitud vale decir que a raíz de la muerte de Stalin, las revelaciones del Informe Khrushchev en 1956 sobre los horrores del régimen, produjo por muchos años en dirigentes e intelectuales de izquierda una negación psicótica de la realidad del totalitarismo soviético. El Partido Comunista Francés tardó 17 años en reconocer la veracidad de dicho informe, de allí que dicho partido junto a intelectuales y medios, avalaran por igual el sojuzgamiento de los países del Pacto de Varsovia a la URSS, la invasión a Hungría o el aplastamiento de la primavera de Praga (1968). Los que lograron distanciarse de esa distorsión cognitiva sobre Stalin corrieron presurosos a cantarle alabanzas a nuevos tiranos comunistas, tal fue el caso de Sartre quien en 1960, a los pocos meses de instaurada la revolución cubana, viajó a Cuba a rendirle pleitesía a Fidel Castro, el Stalin caribeño. Mientras, a comienzos de la década de 1970, intelectuales y periodistas de izquierda se dedicarían a asesorar y apoyar a los jóvenes líderes del recién formado Khmer Rouge de Camboya que estudiaban en el prestigioso instituto Sciences Po de París, con el resultado de todos conocido: el de uno de los más crueles genocidios del siglo XX en nombre del socialismo. En el presente, junto a los “guardianes del templo” comunista, convive una liga de intelectuales y pseudodirigentes socialistas desprovistos de toda ética política que, escudados en las banderas del tercermundismo y el antiimperialismo, apoyan a los regímenes dictatoriales y corruptos de Cuba, Bolivia, Nicaragua y Venezuela, países que conforman la nueva internacional comunista en el Foro de Sao Paulo, integrada por la izquierda radical continental, guerrilleros, narcotraficantes y grupos terroristas como Hezbollah y Hamas que campean a sus anchas en esos tristes trópicos. El apoyo de esa izquierda a los desmanes totalitarios de los caudillos caribeños debe obedecer a transacciones utilitarias o a simple perversidad, pues nos negamos a creer que se trata de idealismo o miopía, ya que la corrupción y la crueldad de esos criminales está alejada de cualquier razonamiento político. Es una pulsión que florece y da sus frutos en el terreno de la psicología clínica o de la delincuencia organizada. A fin de cuentas, es una izquierda que tiene en su cabeza un Gulag y obedece a un mismo guión del que ha sido incapaz de desprenderse de sus camisas de fuerza ideológicas, una verdadera “ortopedia del pensamiento” como lo expresa Pascal Bruckner.
¿La falta de coraje es el comienzo del fin?
En las obras de Solzhenitsyn encontramos profundas reflexiones sobre el materialismo moderno, sobre la defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión y la democracia. Solzhenitsyn pensaba que Occidente había perdido sus recursos morales y espirituales para resistirse a su propia decadencia. En su discurso en la universidad de Harvard en 1978, se pronunció sin ambages sobre la cobardía de políticos, gobiernos e instituciones internacionales: “El declive del coraje es quizás la característica más sobresaliente de Occidente hoy en día para un observador externo. El mundo occidental ha perdido su valor cívico, tanto en conjunto como de manera particular, en cada país, en cada gobierno y por supuesto en las Naciones Unidas. Este declive de coraje es particularmente notable en el segmento gobernante e intelectual dominante, de ahí la impresión de que el coraje ha abandonado a la sociedad en su conjunto. Por supuesto, todavía hay muchos individuos con coraje, pero esas personas no son las que dirigen la vida de las sociedades. Los políticos e intelectuales manifiestan notoriamente este declive, esta debilidad, este despropósito en sus actos, sus discursos y más, en las consideraciones teóricas que argumentan complacientemente a nivel intelectual e incluso moral para justificar que esta forma de actuar, que funda la política de un estado en la cobardía y el servilismo, es pragmática, racional y justificada. ¿Es que acaso no hemos entendido que la falta de coraje es el comienzo del fin?”.
@edgarcherubini