Actualidad Nacional

Venezuela acelera el fin de los procesos de integración Latinoamericana

Alejandro Varela – EFE

Las aspiraciones de integración bolivariana de Venezuela no han hecho más que acelerar el fin de los ya frágiles procesos de integración en marcha desde hace décadas en Latinoamérica.

Los bríos integracionistas y revolucionarios del finado Hugo Chávez, apoyados en la riqueza petrolera de Venezuela, han hecho aguas con su sucesor en la jefatura del Estado de ese país, Nicolás Maduro, y han acabado sembrando por el contrario la peor de las discordias en el continente americano.

Los recientes abandonos de Colombia y de Ecuador de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (Alba), respectivamente, constituyen sendos golpes de gracia a los procesos de integración impulsados por Venezuela, que ya habían debilitado los históricos en marcha, como el Mercosur o la Comunidad Andina (CAN).

Fue precisamente Venezuela quien abandono la promisoria CAN, en abril de 2006, tras el anuncio de Hugo Chávez de que el acuerdo regional «está muerto».

Hugo Chávez ya estaba enfrascado en la creación del Alba y de la Unasur, con el claro propósito de crear un bloque entorno suyo lo más numeroso y fiel posible dentro de la Organización de Estados Americanos (OEA), donde ahora Maduro mantiene a duras penas a su país, con un pié fuera y la constante amenaza de ser expulsado.

Venezuela abandonó la CAN también para integrarse en el Mercosur, donde fue arropado por los Gobiernos brasileños de Luiz Inácio Lula da Silva y su sucesora, Dilma Rousseff; y por los de Néstor Kirchner y su sucesora y esposa, Cristina Fernández, en Argentina.

Caídos esos Gobiernos y fallecido Chávez (5 de marzo de 2013), Maduro no ha podido evitar la expulsión de Venezuela del Mercosur, que ha quedado aún más frágil lo que siempre estuvo en términos de plena integración económica.

La OEA, el foro más amplio y sólido en América, es un buen ejemplo de la marcada división que Venezuela ha generado en el continente con interminables e infructuosos debates en torno a la situación de ese país.

La VIII Cumbre de las Américas, celebrada en abril de este año, fue otro nítido ejemplo; Venezuela, cuya presencia fue vetada por el país anfitrión, Perú, y a pesar de su ausencia fue el asunto protagonista de las discusiones sin una conclusión práctica ni unánime.

En Centroamérica, la alianza incondicional entre el maltrecho régimen de Daniel Ortega en Nicaragua y el de Maduro en Venezuela, tampoco ayuda a que la integración se haga realidad.

En el Sistema de la Integración Centroamericana (Sica), el régimen de Nicaragua, tiene la firme enemistad de Costa Rica y Panamá, países enfrentados así mismo a Venezuela dentro del concierto continental.

La crisis de la emigración de decenas de miles de venezolanos ha puesto en entredicho igualmente no ya la fortaleza sino la mera existencia de mecanismos de integración regionales.

Cada país ha adoptado sus medidas particulares, unas generosas y otras severas, para hacer frente a la entrada a sus respectivos territorios de la avalancha de venezolanos que abandonan su país.

Lo paradójico es que los frustrados procesos de integración impulsados por Venezuela nacieron para combatir otros que nunca fueron una realidad, como el Área de Libre Comercio para las Américas (Alca), y que su principal aliado casual en esa suerte de «desintegración» latinoamericana ha sido el enemigo a batir, Estados Unidos.

La llegada de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos con su agenda proteccionista y contraria a los tratados de libre comercio ha provocado, en lugar de una mayor unión, una estampida en Latinoamérica que ha llevado a que cada país se las arregle como pueda con el poderoso vecino del norte, en todos los casos su principal socio económico.

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