Diálogo, apaciguamiento y calle
L a política basada en solucionar los conflictos por medios pacíficos y decompromiso en lugar de recurrir a la guerra, está asociada a la figura de Neville Chamberlain y tiene un nítido perfil peyorativo. Chamberlain pensaba, equivocadamente, que Hitler era un hombre con el que se podía llegar a acuerdos.
Esto explica la firma del Pacto de Munich con la ingenua creencia del británico de que el inescrupuloso Führer nazi sería detenido en sus pretensiones de llevar al mundo a una nueva guerra. La realidad estalló en marzo de 1939 con la ocupación nazi de Checoslovaquia. El apaciguamiento había llegado a su fin y Gran Bretaña y Francia prometieron apoyar a Polonia en caso de ser atacada.
La política de apaciguamiento se reveló como un rotundo fracaso: «Lejos de satisfacer a Hitler, la actitud de Chamberlain persuadió a Alemania de que Francia y Gran Bretaña permanecerían de nuevo inactivas si atacaba a Polonia. De hecho, facilitó el estallido de un conflicto que iba a superar con creces los horrores de la Primera Guerra Mundial».
Aunque me pesa decirlo, considerando las enormes contribuciones que Henrique le ha aportado al crecimiento y fortaleza de la Alternativa Democrática y al logro de la Unidad contra esta secta de bárbaros, las últimas actitudes de Capriles, de algún modo, nos conducen a asociarlas al entusiasmo que el exprimer ministro británico depositó en las promesas de uno de los más destacados criminales de la historia.
Nosotros no satanizamos el diálogo, pero resulta inaceptable llegar a él sin condiciones. Tampoco condenamos a Capriles cuando asistió a Miraflores. Su papel de gobernador lo obliga a negociar, pero solamente en asuntos puntuales como la seguridad, o el apoyo en materia de cooperación en otras áreas, temas dependientes del totalitarismo del gobierno central. Pero de allí a esperar que todo se resuelva a partir del diálogo con estos trogloditas cuyos propósitos de liquidar a la oposición, a la democracia y ala libertad son inequívocos, existe un abismo insondable.
Capriles declaró: «Tenemos la disposición de trabajar con respeto y si hay posibilidades de cambiar las cosas con el diálogo, yo le echo pichón.
Apuesto a eso porque las cosas no se están haciendo bien en nuestro país y esperamos que quienes tomen las decisiones cambien de rumbo»
Esta retórica fofa, cuidadosa, entreguista, se tornó al punto que Maduro envalentonado, emulando a Hitler -guardando el contexto de tiempo y lugar-le replicó:
«Es una orden que le doy. Póngase las pilas, gobernador vago. Le doy la orden desde aquí, burguesito vago», aseveró.
¿No es esto ya suficiente muestra de grosero irrespeto y severa humillación del títere cubano y de las inmundicias de lo que comprende como diálogo?
Tengo la percepción de que HC responde a sus rivales dentro de la Unidad con más acercamiento al gobierno, lo que equivale a poco menos que a una claudicación y el abandono de su rol de líder opositor. Haciendo la salvedad de que me muestro contrario a los llamados de calle anticipados de MCM y LL.
La Unidad, el diálogo y las acciones de calle no son incompatibles, pero estas últimas, son suicidas, pues tienden a agotarse en el tiempo si no son instrumentadas para fines y logros específicos.
Oportunidades que van a presentarse. Sin embargo Capriles está haciendo todo lo posible por darle la razón sin tenerla a sus precipitados adversarios.
Los momentos de la Unidad no son perfectos y se asoma un deslinde. Tarea urgente es conservarla; de no evitarse, la corrupta dictadura nos destruirá sin piedad.