La exactitud forzosa
“No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa,
ni añadir brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme.
Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.”
Rafael Cadenas
Un no-presidente se apresta para asumir un no-mandato tras una supuesta no-elección: una no-realidad -según algunos- parece, sin embargo, lastimar tanto o más que la realidad que ha sustituido. Los problemas que configuran la harto conocida anomalía nacional siguen mostrando su rostro hendido y contrahecho; pero tras el 20M, esas certezas se muestran agudizadas por la ausencia en el panorama de nuevos eventos que permitan que la sociedad toda se aglutine y articule en pos de metas concretas. ¿Hacia dónde mirar ahora?
Como oportunidad estratégica para alinearse, mostrar fuerzas y propinar tajos al “gran Otro”; para debilitarlo, empujar un momentum interno que ponga en aprietos a los autócratas (y más allá del plan de lograr un triunfo que, formal y efectivamente, pudiera “cobrarse” en lo inmediato) la ruta electoral, con todo y espinas, tenía un potencial que fue desechado. Sobre las resultas de esa “digna” movida el tiempo aún no dice la última palabra; pero lo cierto es que la angustiosa espera no conjurada reaparece hoy para invadir el terreno de la acción política… ¿Qué le espera al liderazgo en esta hora post-heroica?
Para una dirigencia democrática que antes que afirmada por sus logros fue rebasada por la ocasional impotencia, el cálculo basado en espejismos, el conflicto mal gestionado; castigada en lo reciente por la crisis identitaria y la pérdida de su particular narrativa, todo ello coronando en la inusitada adopción de radicalismos que antes fueron cautamente apartados; forzada a reunificarse en medio del naufragio sin que influya para ello la presión electoral, los retos son hoy mucho más complejos. Si la estrategia épica y brumosa que algunos voceros adelantan es “seguir luchando”, las preguntas que siguen nos piden necesariamente ser realistas, “decir verdad”, como quiere el poeta; nos demandan ser brutalmente descarnados y exactos: ¿cómo? ¿cuándo? ¿para qué? Y lo crucial: ¿qué expectativas debe manejar entretanto la sociedad para no ser despedazada por el filo carnicero del abatimiento?
De momento toca admitir que, una vez ganados por la dificultad que una mayoría desencantada, iracunda, escéptica o apática eligió no ver como oportunidad real, el terreno de las graves decisiones parece mudarse de lo interno para aterrizar en lo externo: la presión internacional, las sanciones, las puntuales diligencias de figuras de la oposición para que, en medio de la tornadiza agenda de los gobiernos del mundo, la de Venezuela no se convierta en otra “emergencia olvidada”. Tras una “no-elección” que igual nos lega un factum político difícil de ignorar por lo exuberante, vulgar y robusto, la demonizada vía de la negociación resurge como opción para promover cambios… ¿Estaría dispuesta la dirigencia a fungir de facilitadora en un eventual proceso de esa naturaleza?
Difícil bregar con ese nuevo envite, más si se sospecha cuánto costo político llega asociado a esa vía o cuán petrificadas lucen las posturas de ciertos sectores que, tras apostarlo todo en invasiones negadas, esperan “Dimisión ya” sin que en tal milagro interfiera medio acuerdo, medio roce, media palabra. Aún así, el calado de la crisis, la sombra de una mayor radicalización por parte del régimen exige revisión profunda y urgente de lo hecho hasta ahora. ¿O se va a seguir insistiendo en la sola quejumbre replicada ad-nauseam, en la mera consignación de deseos prestos a viralizarse con consignas prêt-à-porter; en la intoxicante falla que, según Churchill, hace que los hombres prefieran ser importantes y no útiles?
¿Y ahora, qué?, nos preguntamos. Quizás, una vez liberados de los atascos que impiden que “caiga la locha” (y “la locha todavía da vueltas en el aire”, advierte Jean Maninat) notemos que el país sigue reclamando un liderazgo transformacional; uno atado a la inteligencia emocional y contextual -apunta Joseph Nye- capaz de flexibilizarse para adaptarse al cambio, más cuando la complicación se acentúa. Nada que implique evadir lo obvio, o disimular limitaciones tras trincheras semánticas, o diluirse en la pura indignación sin soluciones. En ese sentido, un líder “que insista sobre todo en ser diferente a la masa en su modestia, prudencia y racionalidad puede que no suene a jefe de ninguna manera”; pero es, no obstante, el tipo de líder “post-heroico” que según John Keegan, el mundo necesita, “aún no sabiendo que lo quiere”… ¿Habrá entonces “virtù” para reconciliarnos con lo comedido, con lo no-grandioso, pero útil; para hablar con verdad, para ajustar la expectativa?
Eso y más está por verse. De momento podríamos decir junto a Cadenas: “Queremos exactitudes aterradoras”. La que pretendió pasar por una “no-realidad” avanza y abre boquetes, así que será mejor estar preparados para cuando venga hacia nosotros, dispuesta a encajarnos su señero leñazo.
@Mibelis