En los estertores de la dictadura, la otra
A Pompeyo Márquez, Santos Yorme, nuestro maestro.
“Rescato del conmovedor relato de Américo Martín la magnitud del compromiso anti dictatorial, el temple, la fortaleza y el coraje de quienes preferían caer en la arena combatiendo contra la dictadura, que ponerse a resguardo de esta feroz intemperie huyendo o conciliando con el enemigo. Y todo ello sin alardes, sin exhibicionismo, en la humilde oscuridad de la clandestinidad y el anonimato.
¡Mis respetos!”
Leo el primer Tomo de las Memorias de Américo Martín, Ahora es cuándo [1] que abarca desde el emblemático año de 1945, fin de la Segunda Guerra Mundial, del horror hitleriano, y del postgomecismo en nuestro país, que en el mes de Octubre abre por primera vez los amplios portones a la irrupción de la democracia popular, así sea a los golpes y bajo la tutela militarista, al también año epocal de 1960, que da inicio a una de las décadas más prodigiosas de la historia de la humanidad. Una década – de 1960 a 1970 – que en Venezuela ve consolidar la democracia gracias al esfuerzo denodado de Betancourt y los aliados de Punto Fijo, Jóvito Villalba y Rafael Caldera, el respaldo popular y masivo de todas las clases sociales y la acción patriótica y heroica de nuestras Fuerzas Armadas, que logran asestarle un golpe mortal a las guerrillas alimentadas por Fidel Castro – desde entonces uno de los más implacables enemigos de nuestra democracia, si no el mayor de ellos.
No es ésta una reseña de ese libro fundamental, que conjuntamente con el segundo tomo, que abarca toda esa década de los sesenta preñada de grandes conmociones culturales, sociales y políticos y que en nuestra región viviera la dramática confrontación entre el castrocomunismo y la democracia liberal, será objeto de un análisis pormenorizado. Sin embargo, leyendo esos conmovedores pasajes que relatan la estadía de Américo Martín en las mazmorras de la Seguridad Nacional y las feroces torturas a las que él y otros jóvenes luchadores clandestinos de AD y el PCV fueran sometidos, sin contar las que también sufrieron otros combatientes de otros partidos, si bien menos protagónicos de la caída de la dictadura, no puedo menos que traerlos a la memoria de nuestros jóvenes quienes, de esa misma edad – 19 años – se inician en el combate contra esta otra dictadura – infinitamente más hábil, más pérfida, más engañosa y maquiavélica que la de Pérez Jiménez. A la que cabe agradecerle, si tal término fuera apropiado en un contexto tan siniestro, la brutal sinceridad y “honradez” con que procedía.
Usaba los mismos tortuosos métodos de trampear los procesos electorales y desconocer olímpicamente las victorias opositoras, como sucediera en 1952 y en 1957, la misma implacable decisión de aferrarse al Poder a como diera lugar, los mismos latrocinios y corruptelas, robos y asaltos al botín nacional, pero en escala infinitesimal en comparación con los saqueos multibillonarios de Rafael Ramírez y sus cuarenta ladrones, siguiendo métodos artesanales de dominación tiránica, de la que el ejercicio directo y medieval de la violencia física, la persecución y el asesinato de los líderes de los partidos emblemáticos, particularmente de Acción Democrática, cuyos secretarios generales fueran sistemáticamente asesinados o empujados a la muerte, alcanzara dimensiones apocalípticas.
Con discreción no exenta de elegancia y delicadeza, incluso con humor, narra Américo Martín esos días interminables sometido a la picana eléctrica, a los golpes y patadas de los esbirros de la Seguridad Nacional, a la humillación de la desnudez, la sed, el hambre hasta reventar en un baño de sangre que lo convirtió en un guiñapo irreconocible. Con apenas 19 años y ya encargado nacional de su partido para los asuntos universitarios, supo mantener la templanza, el silencio, la probidad y el alto sentido de la responsabilidad ante un compromiso histórico: ser fiel y leal a la lucha empeñada por la liberación de su Patria. Y así, tales sufrimientos, pasan como insignificantes sucesos de una batalla infinitamente más significativa que le llevan a no perder ni siquiera durante un segundo la lucidez y la calma para resguardar a los suyos.
La narración viene a cuento no sólo para destacar el perfil de uno de nuestros más valiosos luchadores sociales y políticos. Sino para llamar la atención sobre un hecho admirable: sabiendo del peligro mortal que corrían, aquellos venezolanos, jóvenes muchos de ellos, obligados por las circunstancia a sufrir el exilio, hacían esfuerzos desesperados por volver a su Patria e incorporarse a la lucha clandestina. A los que había que prohibirles lo hicieran sin conocimiento y aprobación de las autoridades partidarias. Para nadie de esa generación, salvar el pellejo se convirtió en una prioridad, la vida en un objeto de culto, el enfrentamiento contra la dictadura en un mohín de andanadas críticas a quienes se negaban a seguir la tentación de la derrota.
Sería criminal pretender que esta neo dictadura, infinitamente más destructiva, devastadora y criminal que la pueblerina dictadura perezjimenista, que ni destruyó al país ni enmascaraba sus crímenes con dólares preferenciales; esta dictadura que asesina directa y oficialmente a cuenta gotas, como en los casos de Franklin Brito y ahora de Iván Simonovis, pero que ultima en forma masiva y escandalosa a la pobresía sometida al imperio de la inseguridad oficial – más de 200 mil caídos en esta guerra de la hampocracia – , escoge con pinzas al aherrojado ejemplarizante y reprime con la zanahoria de cupos en dólares y asaltos motinescos a tiendas de electrodomésticos; sería criminal, repito, brindarle salvoconducto de moralidad y decencia bajo la cortada de la “imperfectabilidad democrática”.
Rescato del conmovedor relato de Américo Martín la magnitud del compromiso anti dictatorial, el temple, la fortaleza y el coraje de quienes preferían caer en la arena combatiendo contra la dictadura, que ponerse a resguardo de esta feroz intemperie huyendo o conciliando con el enemigo. Y todo ello sin alardes, sin exhibicionismo, en la humilde oscuridad de la clandestinidad y el anonimato.
¡Mis respetos!