Poveda o el arte de dibujar sin una goma de borrar
Corre el mes de Febrero en medio de fuertes lluvias e inundaciones en la región parisina, me encuentro en la Gare Haussmann–St-Lazare, esperando el tren que me llevará a Villiers-sur-Marne, pueblo en las afueras de París donde tiene su taller el artista Carlos Poveda. Durante el trayecto, me dedico a repasar las notas de John Berger, sobre las dificultades que entraña la maestría del dibujo. “El dibujo dice cosas que las palabras no pueden y las palabras dicen cosas que el dibujo no puede”, escribe Berger en su ensayo Sobre el dibujo. También afirma, que dibujar es descubrir: “Hay dibujos que estudian y cuestionan lo visible, otros que muestran y comunican ideas, y, por último, aquellos que se hacen de memoria. Cada uno de estos habla en un tiempo verbal distinto”. Pensé que esas reflexiones me serían útiles para conversar con este artista del dibujo, de origen costarricense, que vivió en Venezuela en los años setenta y que desde hace 15 años reside en Francia.
Carlos Poveda (1940), se dio a conocer en la esfera artística a partir de una exposición patrocinada por la UNESCO en 1960, muestra que agrupó a los mejores artistas costarricenses. Comienza a acrecentarse su fama como dibujante de la mano de José Gómez Sicre, director de artes visuales de la OEA, quien incluye sus dibujos en las exposiciones de la Unión Panamericana y en la Feria Mundial de New York en 1961. Gómez Sicre, años antes había descubierto y lanzado internacionalmente al dibujante mejicano José Luis Cuevas. En 1965, Poveda instala su taller en Washington D.C. y ese mismo año, contando apenas 25 años de edad, obtiene una mención honorífica en la VIII Bienal de Sao Paulo.
El coleccionista y escritor Inocente Palacios, quien fue Jurado de Calificación de esa Bienal, escribe sobre sobre el artista: “Carlos Poveda, allí, se expresó por medio del dibujo, del negro sobre el blanco. La firme decisión en el trazo, la seguridad en la continuidad lineal, la pureza expresiva, el pulcro emplazamiento de la forma en el espacio, nos permitió situar a este artista en el grupo de dibujantes que, dentro de clara y definida figuración, crean obra de impecable limpidez, utilizando el trazo, la línea y la mancha como únicas herramientas”. (Inocente Palacios, La conducta de los elementos. Catálogo de la exposición de Carlos Poveda en la Sala de Exposiciones de la Fundación Eugenio Mendoza de Caracas, Venezuela, en 1977).
Conocida por sus francas y a veces despiadadas críticas, Marta Traba elogió los trazos sobre papel de este artista: “No creo, pues, que sea una coincidencia esta aparición de grandes dibujantes que rescatan el valor del dibujo como hecho independiente, y le conceden de golpe la misma autonomía que a la pintura. José Luis Cuevas, Leonard Baskin, Marcelo Grassmann, ahora Carlos Poveda, no son pintores que dibujan sino dibujantes que pintan, es decir, que expresan completamente una idea pictórica y un contenido conceptual y anímico mediante el blanco y el negro. Lo adecuado para describir un mundo que esté por fuera y más allá de lo humano, es emplear el patetismo austero y desgarrador del blanco y negro. La capacidad de Poveda para crear éste mundo al margen de la normalidad y sugerir “otra” condición humana, lo coloca entre los grandes dibujantes del continente. Sus ampliaciones y sus deformaciones lo empujan a la misma tragedia barroca que los otros expresan; pero al contrario de ellos su dibujo no es acumulativo, sino que tiende a las elipsis y a las grandes síntesis, a la caligrafía japonesa”. (Marta Traba, Uno más y distinto: Carlos Poveda, Diario la Prensa, Bogotá, Colombia, Enero de 1966).
Desde que se residenció en Francia se ha dedicado a trabajar en obras tridimensionales, pero muchos no conocen su etapa gráfica que yo tuve la suerte de apreciar en Venezuela en los años setenta, es por eso que al llegar a su taller, entre mesas de trabajo y herramientas, comenzamos este diálogo.
Quisiera conversar, no de su etapa escultórica actual, sino de sus dibujos sobre papel iniciados en la década de 1960, importante etapa figurativa inmersa en el expresionismo que algunos no conocen. Hábleme de esas figuras que poblaron su imaginación.
Se trataba de figuras humanas producto de indagaciones gráficas que se producían en mi mente en el mismo instante en que las realizaba, sin haber sido planificadas. Figuras que dibujaba sobre todo en horas de la noche, por aquello del silencio y la concentración. Realizaba un promedio de 4 a 7 dibujos por noche como mínimo y, al día siguiente, ya secos, los analizaba, revisaba y los que no me convencían, ahí mismo los eliminaba.
Me llama la atención que usted utilizaba el pincel al revés, es decir, pintaba con el mango en lugar de pintar con las cerdas. Háblenos del porqué de este recurso tan inusitado que, según Marta Traba, “logra efectos brillantes y opacos, otorgándole a la materia un aire denso y desgarrado al mismo tiempo y acerca más su obra a la pintura que al dibujo”.
Un día, descubrí que el esmalte comercial, que es en realidad un óleo líquido, pintura en base al aceite, era una materia que se aferraba perfectamente a la textura del papel y, donde yo ponía el trazo, era imposible de borrar, lo cual me exigía concentración. Lo mismo que al utilizar la parte posterior de un pincel, lograba texturas y variantes lineales imposibles de hacer por otros medios. La experiencia me pareció musical porque se trataba de líneas apenas perceptibles o líneas cargadas de fuerza y emoción, aparte de lo temático que, también era producto de la improvisación y del momento. A ello lo que puedo agregar que, según el tiempo de liquidez del esmalte, con el mismo podía lograr desde finas grisallas hasta densos y expresivos trazos. Como puede apreciar, de tanto usar la punta de los mangos de los pinceles, estos crearon una especie de cono, debido a las capas superpuestas de esmaltes.
Sus trazos sobre papel, transmiten una atmósfera intimista, es como si usted hubiera podido colarse y presenciar encuentros furtivos y singulares, me refiero a esa aura de gran complicidad que envuelve a sus personajes ¿Qué representan esas visiones?
Eran ocurrencias del momento en que los realizaba, inventos de mis retos con la superficie alba del papel, a lo que podría agregar, el universo de posibilidades gráficas del esmalte, los trazos y chorreados, los movimientos del brazo, la presión ejercida sobre el papel y, que esos trazos lograban comunicar emociones. De esa suerte de conversación iban apareciendo mis personajes imaginados, mostrando sus emociones, alegrías o tristezas.
¿Cómo traducir esos sentimientos suyos, plasmados con tal rigor o inclemencia, que a veces dejan huellas de “intaglios” sobre la cartulina?
Si, por supuesto, dependía del nivel de liquidez de la pintura al aceite con la cual trabajaba, porque si esta conservaba menos diluyentes en razón de los días que yo dejaba abierto el pote, el trazo devenía sutil, grisalla apenas sugerida, de lo contrario, el resultado era más hacia a la densidad de la mancha y el negro absoluto. Debido a la presión sobre el papel, con la parte posterior del pincel, aplicado con evidente firmeza sobre el mismo, sin darme cuenta producía intaglios. En esos trazos plasmaba mis emociones.
John Berger, afirma que en el proceso que implica el dibujar, la memoria juega un papel fundamental: Todos los grandes dibujos se hacen de memoria, dice Berger, incluso cuando tienes el modelo o el sujeto delante dibujas de memoria. “El modelo sirve de recordatorio. El modelo te recuerda unas experiencias que sólo puedes formular y recordar dibujando”. Hace un momento, usted me comentó, que durante sus estudios de arte en Polonia, tuvo la oportunidad de visitar Auschwitz–Birkenau, el mayor de los campos de concentración y exterminio de la historia del nazismo, donde se calcula que fueron asesinados cerca de un millón cien mil judíos. ¿Ese sujeto está presente en sus dibujos de lo que podríamos llamar “etapa judaica”?
Si, definitivamente. En 1974, la Facultad de Arte de la Universidad de Lódz, en Polonia, me honró invitándome como artista en residencia, lo que también me permitió conocer otras localidades, entre ellas, Auschwitz–Birkenau. Ese centro donde se masacró la humanidad judía fue para mí algo intenso y revelador, porque me hizo reflexionar sobre la temática judía y el Holocausto, que desde entonces ha estado presente en mis dibujos, grabados y serigrafías, lo mismo que en objetos más recientes, algunos de los cuales también hacen referencia a la expulsión de los judíos en España en 1492.
Pero también tengo que recordar que en 1948, a los ocho años de edad, fui testigo de una guerra civil en Costa Rica que me marcó para el resto de mi vida, ya que mi padre fue una de las tantas víctimas. Vienen a mi mente, en este momento, el pavoroso sonido de las armas de fuego y las bayonetas destrozando los muebles y las paredes de mi hogar. De manera que las angustias y el dolor no me son ajenos, los he vivido en carne propia.
Al terminar sus estudios en Polonia, usted regresa a Venezuela decidido a convertirse a la religión judía, además contrae matrimonio con una mujer que profesa el judaísmo. ¿Nos podría relatar ese proceso de conversión?
Si, por supuesto. Regresé a Caracas en 1975 y, aquella experiencia polaca me inclinó a profundizar más sobre el judaísmo y las causas de esa terrible historia como la de Auschwitz-Birkenau y otros campos de muerte del nazismo. Eso me motivó a tocar a la puerta de la Sinagoga en Caracas. Mi perseverancia e insistencia dieron sus frutos al ser iniciado y aceptado en la comunidad judía. Valga la ocasión para mostrarte una serie de dibujos y grabados que nunca se han expuesto, que demuestran cómo a través de los años la historia del pueblo judío ha estado presente en mi mesa de trabajo.
Estoy de acuerdo con lo dicho por Marta Traba sobre este artista, cuyos dibujos le evocaban los trazos de la caligrafía japonesa. Yo agregaría en este caso, que la comunión entre la mente, el papel y la tinta, no deja lugar a dudas, no deja nada al azar y no permite el arrepentimiento o el recomponer lo trazado. Los dibujos de Carlos Poveda, demuestran que no solo hablando y escribiendo se comunican los pensamientos, ya que sus dibujos demuestran todo lo que se puede decir con un solo trazo, decidido e irrepetible. Por eso, completo la frase de John W. Gardner (1912-2002), con la que título esta nota: “La vida es el arte de dibujar sin una goma de borrar”.
@edgarcherubini