Opinión Nacional

¿Un expaís de prepotentes e imbéciles?

A propósito de los dos últimos artículos hemos recibido comentarios, preguntas e insultos que dejamos de lado. Privilegiamos los mensajes que cuestionan con argumentos o interrogantes, como el caso de Rosa María Cepeda: ¿Es válido desechar hoy lo electoral? ¿Una invitación a la violencia? ¿Pero cuándo se alcanzarían mejoras sociales con una constituyente originaria diferente a la de 1999?

Obligado volver al dónde estamos y al qué nos está pasando. Vivimos una de las situaciones más difíciles, apremiantes y agresivas de la historia de este expaís. El proceso de quiebre y destrucción avanza incontenible. Y se agrava con el actuar individualista y mezquino que nos han impuesto y que exhibimos hasta con orgullo.

Un individualismo que no tiene en su mira cumplir con una responsabilidad colectiva. Que no actúa como contrario dialéctico de lo establecido sino que lo convalida. Lo importante entonces no es enfrentar o derrocar el gobierno de la destrucción sino llegar a un acuerdo democrático-electoral para que prosiga la alternabilidad y la ley de la renta petrolera al alcance de todos.

Por esto, materialmente, no existe hoy y aquí quien tenga decisión y capacidad para cambiar este gobierno. Y la razón es muy clara. Nuestra política se basa en intereses personales. No en doctrinas, programas ni proyectos ideológicos y políticos.

Se persigue la toma del poder para un nosotros determinado que no es más que una suma de posiciones enfrentadas, que se comprometen para disfrutar el respectivo «contrato social» establecido para ejercer el control y dominio sobre el resto de la población, alejada de toda sociedad organizada y ejercicio de la ciudadanía.

Al frente de esta actividad destinada a la dirección política, o control de los mecanismos del Estado, está una legión de inversionistas que ocupan el puesto o posición de los históricos invasores. Lo suyo es detentar y disfrutar el mando-poder.

Y para lograrlo hacen valer la prepotencia que les concede la condición de inversionistas, o príncipes-jerarcas. Todo lo ponen y disponen. Y hasta presumen de una inteligencia que ponen al servicio de su empresa. De Colón a esta parte esa es la «inteligencia» que nos rige. La fuerza-brutalidad convertida en instrumento de poder.

La prepotencia pone a un lado todo respeto y modestia. Olvida, dice Antonio Machado, que por mucho que un hombre valga, su valor más alto es el de ser hombre y que por ello, los grandes hombres suelen ser modestos.

¿Pero han existido y existen fuerzas con vocación, formación y capacidad suficiente para enfrentar este monstruo de la fuerza-brutalidad convertida en inteligencia del y para el mando-poder? ¿Somos en realidad opositores a este régimen? ¿Hemos establecido cómo enfrentarlo?

¿Hay aquí quien actúe en atención a lo que supuestamente enfrentamos o seguimos haciendo gala de nuestros rasgos individuales, por lo general encabezados por la prepotencia, la banalidad, lo superficial y fácil?

A ese sitial nos han llevado y mantienen quienes a lo largo de 520 años de invasión se han cuidado de proteger sus dominios. Es una escuela de principios-valores y planes de acción dispuestos para impedir o suprimir todo tipo de virtudes y en particular las republicanas a las que alude Simón Rodríguez.

Hacia este objetivo supremo ha estado y está dirigido el esfuerzo de la maquinaria de sometimiento invasora: crear una comunidad de serviles. Gente o proyectos de gente sin pensamiento, sin iniciativa. Manejables. Vulnerables. Domesticados.

¿Pero cómo llegamos a esa situación en la que en lugar de un hombre hay un atrasado, necio, que para colmo se considera más que inteligente, genial y sin nada que aprender y mucho, muchísimo que dictaminar, determinar?

En el cuadro histórico actual lo vemos a diario. Cada uno de nuestros políticos de uno u otro grupo tiene una posición que los demás califican invariablemente de «respetable». Y frente a un determinado problema hay una multiplicidad de visiones y arreglos.

Pero no hay posibilidad de sumar esfuerzos. La posición de uno niega la del otro. Pero cuando se detenta el mando-poder esto se resuelve con la compra-venta a lo interno de apoyos para una determinada y rentable posición.

En el caso de las oposiciones no se cuenta con la dimensión de la renta que otorga el mando-poder. Y este político se queda en el ejercicio de una prepotencia, que es la máxima expresión de un vacío generalizado. Es la misma escuela que nos ha formado a todos como débiles mentales al servicio de los poderes invasores.

El comer, vestirse y alojarse, según Marx, son las premisas que debe cumplir el hombre para estar dispuesto a hacer historia. ¿Pero un hombre que solo haya cumplido con esos mandatos tiene alguna capacitación que pueda librarlo de la ignorancia?

Marx agrega que el hombre no ha llegado a la auténtica condición humana. Que aún es cuasi-hombre. Entonces no es verdad que con sus premisas esté haciendo historia sino cuasi-historia. Algo aproximado o en camino de lo que será la verdadera historia del hombre. Y quede claro que mientras persista ese acercamiento que no termina en hombre, sigue con vida la imposición.

A este punto se remiten muchos de nuestros malestares. Hay un hacer no siempre coherente en términos de una lógica. A Machado le impactaba la falta de pensamiento hace un siglo. Y lo dejaba saber en clara expresión: «de diez cabezas, nueve embisten y una piensa. No extrañéis que un bruto se descuerne luchando por la idea».

En manos de esas cabezas que embisten está nuestra política, la vida de la comunidad. La dirigencia gubernamental y opositora ni siquiera se descuernan en el camino hacia la idea. Este no es un problema para ellos. Solo se sienten llamados a cumplir con la compra-venta de votos a una comunidad vulnerable y domesticada.

Y a esto se llama hoy aquí la democracia, que se basa en el libre ejercicio del voto. Y así, como gobierno u oposición nos seguirá rigiendo la democracia o la revolución de y para la imbecilidad. ¿Seremos o no capaces de levantar conciencia y acción para construir una historia diferente desde la perspectiva de la Constituyente de Calle sin firmas, partidos ni CNE?

¿Lograremos remontar los muros históricos de la prepotencia? No es hora de disparar sino de acercarnos a la auténtica condición humana y poner nuestras cabezas, con Machado, no a embestir sino a pensar para un actuar de ideas que nos libre de toda imbecilidad. ¡Qué historia amigos!

 

 

 

 

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