Opinión Nacional

Del literal realismo socialista

A propósito de la inevitable discusión sobre la violencia y la pretensión gubernamental de responsabilizar directa y exclusivamente a los cada vez más escasos medios independientes de comunicación y entretenimiento, ignoradas hasta las herramientas para evitar la programación tenida por indeseable en el hogar que ofrecen las propias empresas privadas de televisión por suscripción, hay quienes suponen que afrontamos el llamado realismo socialista. Vale decir, le atribuyen a la dirección del Estado la preocupación, el conocimiento y la sensibilidad por una materia que le exige ir más allá de sus burdas y serializadas consignas de ocasión, amén de una reflexión personal y militante que, por lo menos, simplemente la sea.

El régimen tiene por empeño una versión de las realidades, cuyo origen imputa a la cada vez más remota etapa puntofijista, dibujando la epopeya – en clave militar – de sus presuntos éxitos en década y media de pesada, angustiosa e improvisada gestión. Habla de las realidades que todos sufrimos con la adicional amargura de una censura creciente, creyéndose relevado de toda responsabilidad.

Nos parece una exagerada exquisitez la de conferirle una inquietud estética, donde se evidencia la más burda e inescrupulosa campaña publicitaria. Acaso, lo más lejos que llegó fue la propaganda de un alcalde metropolitano que, en su efímero mandato, forzó a Chávez Frías en el constructivismo soviético de formidable éxito durante la consabida guerra civil española: forzado más en los avisos pagados de prensa que por una inspirada domesticación de los muros urbanos.

Negamos tal inquietud, porque el propósito principal ha sido el de pugnar, acceder y apropiarse del dineral petrolero correspondiente al renglón artístico. Tuvimos ocasión de denunciarlo en la plenaria de la Asamblea Nacional cuando plantearon la acostumbrada solicitud de un crédito adicional, aquella vez relacionado con una fortísima inversión a favor de sendos proyectos cinematográficos y telenovelísticos, cuyos beneficiarios fueron previamente elegidos de acuerdo al personalísimo gusto presidencial.

Además, literalmente interesados por los reales que suelta el traganiquel socialista, poco les importa echar mano de Andrés Eloy Blanco para explotarlo hasta la saciedad, obviando la militancia política que suelen acentuar en otros autores ideológicamente afines. La cultura popular, por cierto, olvidando a Gramsci, se ha erigido en una indecible herramienta de propaganda, por no citar las previas y rentables diligencias realizadas para el reconocimiento de la UNESCO respecto a genuinas manifestaciones populares como la de los Diablos Danzantes o San Benito, intentando confiscarlas.

El control abierto y subrepticio de los museos públicos, constituye otro ejemplo del monopolio de un patrimonio que es del Estado, privilegiada la exposición de las piezas que apuntalen un discurso enteramente político, sin asomo de una particularísima tendencia estética. Una superior, esmerada y cuidadosa atención ha merecido el agresivo, convencional y profuso grafiterismo que, negada toda desviación a lo Banksy, puebla todas las paredes de una propaganda que es de guerra, como si estuviese próxima una invasión a lo Bahía de Cochinos.

Probablemente, el testimonio más radical de tan peculiar realismo socialista, fue la tolerante aparición y consolidación de lo que se denominó Ciudad Saigón en Caracas, epicentro de un masivo y perfeccionado copiado de videos. Años después, nos antojamos, sin responder por los daños causados al histórico lugar que le sirvió de sede a la significativa piratolandia, como si nada hubiese pasado, remodelaron gananciosamente lo que se ha convertido en un exclusivo anfiteatro para distintas actividades, añadidos los mitines presidenciales.

Por consiguiente, versar sobre el realismo socialista en la Venezuela de hoy, poco abona a la conocida experiencia soviética que requirió de avisados críticos que le sirvieron a Stalin para definir la cuadratura del círculo en las artes. La pintura y la música, a guisa de ilustración, sufrieron las consecuencias de una prefabricación de la sensibilidad, optando un Rachmaninov por huir del país que no lo podía escuchar por la densa sombra de la censura.

Se está más cerca del escándalo de Heberto Padilla, que de las elucubraciones estéticas que sobreviven todavía en Corea del Norte o en la misma China. Y más aún, del fracaso de “Amores de barrio adentro” de la dupla Santana-Chalbaud, una brevísima novela que sintetizó un monumental fracaso, excepto el realero con el que contó.

 

@Luisbarraganj

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba