La gran componenda criminal: El reparto de Venezuela entre cúpulas militares y “revolucionarias”
Si en los ’60 se nos hubiese dicho a quienes militábamos en la izquierda que nuestra prédica serviría décadas más tarde para encumbrar una dictadura militar, habríamos reaccionado indignados. En esos años la izquierda asumía posturas insurreccionales en distintos países de América Latina, enfrentada violentamente a quienes eran percibidos como el “brazo armado de la opresión”. Los militares eran visto como autores de la represión, tortura y muerte de decenas de jóvenes -en su mayoría, universitarios- insuflados de una fe ciega en su misión “histórica” de “liberar” a la patria.
Paradójicamente, esta prédica era a su vez militarista. Fidel, con la autoridad que le envestía haber conducido una revolución victoriosa en las narices del imperialismo, insistía una y otra vez en que “el deber de un revolucionario era hacer la revolución”. ¿Y cómo se hacía eso? Pues, por la violencia militar, agarrando un fusil y alzándose contra el gobierno. Las objeciones de la ortodoxia marxista, que señalaban la inexistencia de condiciones objetivas y subjetivas para el éxito de tal empresa, desaparecían ante la tesis esbozada por Regis Debray: la pequeña rueda del foco guerrillero activaría, cual engranaje revolucionario, a la gran rueda de la insurrección popular. El voluntarismo, con la fuerza de las armas, sustituiría a las luchas sociales.
Además, había un militarismo “bueno” y uno “malo”. Las intentonas de Barcelona (1961) y Puerto Cabello (1962) en contra de la democracia venezolana caían dentro del primer grupo por haber sido instigadas por el PCV, la de Castro León -derechista- (1960), dentro del segundo. A principios de los ’70 el golpe del Gral. Velazco Alvarado en Perú era “progresista”, igual que el de Juan José Torres en Bolivia. Pero el gobierno del Gral. René Barrientos, antecesor de este último, era “reaccionario”, pues bajo su mandato fue apresado y asesinado el “Che” Guevara gracias, en no pequeña medida, a la animadversión que le mostró un campesinado boliviano congraciado con Barrientos por el apoyo que éste les ofrecía.
Los dueños del país
La llamada Revolución Bolivariana se disfrazó de alianza cívico-militar. Chávez, invocando la gesta emancipadora, le endilgó a la Fuerza Armada que había derrotado a la guerrilla treinta años antes, la condición de heredera del Ejército Libertador. Le fue entregando parcelas de poder para asegurar su lealtad, sobre todo después del efímero golpe que lo destituyó en 2002. Hoy la FAN, a la que se le ha adjudicado el cognomento de “Bolivariana”, es dueña de astilleros, instituciones financieras y de seguros, empresas agrícolas, de construcción, bebidas, ensamblaje de vehículos, transporte, alimentos, armamento y televisoras, entre otras, y de la Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petroleras y de Gas, C.A. (Camimpeg), constituida recientemente para intermediar en las subastas y demás negocios relacionados con la riqueza petrolera y minera del país, de cuyo manejo, de paso, los militares saben lo mismo que yo de aeronáutica espacial. Adicionalmente, están al frente de la CVG, de los puertos y aeropuertos, de Minerven, Corpolec, Pequiven, Edelca, Enelven y ahora, de la joya de la corona –con gran pérdida de lustre, es cierto– PdVSA. Según Impacto CNA (Citizen News Agency), los militares controlarían no menos del 70% de la economía venezolana[1].
Una idea de la extensión de este control lo ofrece el portal Armando.info, que publica un reportaje de periodistas de investigación que cruzaron datos referentes a los contratos públicos del actual gobierno con la nómina de la alta oficialidad de la FF.AA., para encontrar que “al menos 785 oficiales activos” están al frente de empresas de construcción, servicios de seguridad, suministros médicos, alimentos, transporte, comerciales, informática y más, que contratan con el estado[2].
Además, militares ocupan numerosas gobernaciones y hoy controlan 12 de 32 ministerios, en particular los relacionados con la economía. En total, entre activos y jubilados, cerca de 2.000 oficiales han pasado por posiciones de alto mando en la administración pública bajo los gobiernos de Chávez y Maduro.
Ahora, con la Gran Misión Abastecimiento Soberano, monopolizan la importación y distribución de alimentos y medicamentos esenciales, para lo cual tienen acceso a dólares a la tasa DIPRO (10 Bs/$). Adicionalmente, custodian las fronteras y las aguas territoriales, más allá de las cuales el precio de la gasolina se multiplica por centenas. Amparados en leyes punitivas como la de “precios justos”, ejercen acciones policíacas contra comerciantes, propensas a prácticas de extorsión y confiscación.
En un ambiente de opacidad total en los asuntos públicos, de no rendición de cuentas, de cercenamiento de la libertad de prensa y de anulación de la función controladora de la Asamblea Nacional, las oportunidades para lucrarse, arbitrando entre los abismales diferenciales de precio que resultan de los controles y del disparatado régimen cambiario, o inventando negocios ficticios para ponerle la mano al dólar barato, son sencillamente monstruosas. ¿Y qué hay con el Arco Minero y, ahora, con los negocios de PdVSA, sin mencionar a los que han sido señalados de estar incursos en narcotráfico?
La “revolución” celestina
¿Qué papel juegan los “revolucionarios” en todo esto? Justificar “Históricamente” tal entrega. La prédica original, neofascista, de Chávez pronto entendió, bajo la tutela de Fidel Castro, la funcionalidad del discurso comunista en el sojuzgamiento del país. Aunque ya no es capaz de legitimar ante las masas un proyecto político en pugna con otras opciones de poder, sirve de credo para invocar lealtades y reclamar obsecuencia de sus partidarios. El chavismo dejó de cautivar a vastas capas de la sociedad para movilizarlas en batalla contra fuerzas “contrarrevolucionarias”, para transformarse en una secta de fanáticos que usan las categorías de la retórica comunista como “verdades reveladas” que la eximen de toda necesidad de entender la realidad tal cual es y encontrar “justificación” de sus ejecutorias.
La ideología se orienta ahora a fomentar un espíritu de cuerpo y a forjar un sentido de pertenencia a una causa trascendental en la que un Chávez endiosado es el alfa y el omega. De ahí el culto a su persona y el afán de mantener viva su memoria con todo tipo de invocaciones, simbolismos maniqueos y clichés. El campo de influencia del chavismo requiere para su sobrevivencia de lo mágico-religioso.
Emerge así una construcción valorativa cerrada sobre sí misma, blindada contra toda increpación externa, que da cobijo y seguridad a quienes militan en las filas oficialistas. La veracidad de los hechos pasa a un segundo plano ante la funcionalidad del discurso para con los intereses del chavismo y así lo entienden los jueces abyectos que usurpan el TSJ para sentenciar siempre a favor del poder. Como ilustrara magistralmente Orwell, el totalitarismo se afianza en la disolución de toda distinción entre la realidad y sus ficciones retóricas. De ahí tanto disparate, sin el más mínimo sentido del ridículo, en los discursos de Maduro y de sus ministros.
La ideología sirve deliberadamente para obnubilar la capacidad de discernimiento de aquellos a quienes va dirigida, cual “falsa conciencia” (Marx dixit). De esta manera, aun no creyendo los simplismos que profesan, los dirigentes chavistas logran blindarse y aislarse de la dura realidad que contraría sus pretensiones de dominio sostenido. El mundo ficticio así construido es un refugio necesario para evadir el mundo circundante y no tener que enfrentar sus propios atropellos. Lo más insólito es que se sienten asistidos de una pretendida “superioridad moral”, pues sus designios están avalados por la providencia (la Historia con mayúscula).
La importancia de la ideología no reside en que Cabello, Maduro, El Aissami y Padrino López la crean –obviamente no es el caso-, sino porque sirve de referencia o de señuelo para bloquear toda reprensión a sus actuaciones que pueda hacer dudar a partidarios. Los conmina a cerrar filas para compartir el usufructo, sin cortapisas, de una Venezuela que machaconamente proyectan como suya. La lealtad así planteada no es un asunto de mística revolucionaria: es más afín a la que prevalecía en la mafia clásica, con sus códigos y juramentos de obediencia (Omertá) para la depredación excluyente de zonas consideradas su particular coto de caza.
La cúpula militar se ha apoderado de esta representación, con todos sus clichés y giros idiomáticos, para avalar su dominio del país. El responsable en última instancia de la masacre de decenas de jóvenes en las protestas cívicas de 2014 y 2017, de los atropellos perpetrados en edificios residenciales, de la tortura de presos políticos y de la violación extendida de los derechos humanos –el general Padrino López– se rasga las vestiduras para denunciar que detrás de la ayuda humanitaria extranjera que aliviaría el hambre de muchos, se agazapa una conspiración internacional de la “ultra-derecha” (¡!).
Conspiraciones contra la “revolución” se descubren bajo cada piedra para justificar la persecución de la disidencia y más de un alto representante de la casta militar que usufructúa hoy el poder libra sus culpas proyectando en los demócratas su propia condición fascista. ¡Cosas veredes, Sancho!
¿Y qué obtienen los auto-postulados “revolucionarios” civiles de esta alcahuetería? Desde luego, son cómplices en el reparto del botín. En momentos en que el apoyo de Maduro se reduce a una minoría sectaria, cuentan con la protección de quienes monopolizan las armas, como lo revela la trágica represión a sangre y fuego de las protestas cívicas durante estos últimos años.
Disfrutan, además, de una patente de corso para saborear los placeres del poder: carro -camioneta blindada- con chófer, guardaespaldas, secretaria, viáticos en dólares, viajecitos en avionetas de PdVSA, abastecimiento seguro de alimentos y medicamentos, pasaporte diplomático y de posiciones privilegiadas desde las cuales “meterle la mano” en cuanto negocio pasa por su jurisdicción. Pero, sobre todo, está el irresistible goce de mandar, ¡mientras más abusiva y arbitrariamente, mejor! Un verdadero apartheid.
La verdadera naturaleza de la revolución chavista
La oligarquía militar civil necesita de una narrativa que disuelva sus atropellos y les allane toda resistencia moral o de conciencia a aplicar medidas represivas y/o a cometer las injusticias que demanda su expoliación de la riqueza nacional. Es este el papel de ese menjurje ideológico “fascio-comunista”. Al denostar del capitalismo y de las relaciones mercantiles que regulan el intercambio, “legitima” (¿?) prácticas de apropiación y usufructo de bienes, servicios y dineros basados en las relaciones de poder dentro de, o en relación con, el aparato de Estado.
Y como dijera Mao, el poder emana del cañón de un fusil. Con el amparo de la fuerza de las armas se fue conformando lo que Max Weber denominó un Estado Patrimonialista, es decir, aquel en el que se confunde el patrimonio público con el privado. Bajo la predica socialista, la oligarquía justifica hoy su apropiación (privada) de la cosa pública.
Quienes han estudiado el fascismo clásico reconocen su naturaleza revolucionaria. Se propuso destruir el estado liberal burgués, igual que el comunismo. Pero a diferencia de éste, el foco de su atención en Venezuela no ha sido la expropiación de los capitalistas -que sí lo ha habido en no pequeña medida- sino la expropiación del pueblo, en tanto que soberano de cuya voluntad debe responder el ejercicio del poder público (Art. 5 de la CRBV). En jerga marxiana se ha revolucionado, no la propiedad sobre los medios de producción, sino la propiedad sobre el Estado.
No otra cosa es el desmantelamiento del Estado liberal de Derecho, con sus contrapesos al poder central y sus garantías individuales, civiles y sociales. El último zarpazo usurpador de la voluntad popular fue crear una asamblea “constituyente” fraudulenta. Han sido subvertidas las relaciones de producción capitalista, no por la apropiación de fábricas por parte de una clase obrera consciente –como soñaban los marxistas–, sino por relaciones de depredación de una oligarquía atrincherada en los nodos del poder y, entre ellos, por quienes alardean de su monopolio de la violencia: “esta revolución es armada”.
La contraparte de esta depredación es la terrible situación a que se han visto obligados a vivir contingentes crecientes de venezolanos. Cuentos espantosos sobre niños que fallecen de hambre, de muertes por no disponer de los medicamentos prescriptos, aparecen en las redes con alarmante frecuencia. La Comisión Permanente de Economía y Finanzas de la Asamblea Nacional acaba de revelar que la inflación de noviembre fue del 56,7%, un alza de precios acumulado de 1.351% en el año.
Con ello el poder de compra del salario mínimo integral, luego del último ajuste decretado por Maduro el 1° de noviembre, es apenas un 25% del existente a finales del año pasado. Obviamente, todo aumento administrativo de salarios, mientras se reduce la producción y decae la productividad, es combustible para más inflación. También lo es la carrera desmedida por emitir cantidades crecientes de dinero sin respaldo por parte del BCV. ¡Ha aumentado casi 16 veces en lo que va del año, unos Bs. 30 billones (30 x 1012) solamente en noviembre!
De no haber una rectificación perentoria y a fondo de las políticas del gobierno, el año venidero será literalmente dantesco. De proyectarse un alza mensual de precios del 50% a lo largo del año, la inflación terminará en un 13.000% a finales de diciembre, 2018. Y con la destrucción de PdVSA, el excesivo endeudamiento en que incurrió el régimen chavista –quintuplicó la deuda pública externa entre 2005 y 2016– y el riesgo-país prohibitivo de Venezuela en los mercados financieros internacionales, no habrá conque pagar las importaciones, que habrán de reducirse aún más. Es sumamente doloroso tener que anunciar que, si no hay cambios, nos espera más hambre y miseria, mayor cantidad de muertes evitables y la proliferación extendida de insuficiencias y padecimientos de todo tipo vinculados a la desnutrición.
Y he aquí una de las manifestaciones más deplorables y perversas de la ideología encubridora fascio-comunista del chavismo: la arrogación de una pretendida superioridad moral que hace desaparecer, por voluntad de la Historia, toda consideración por los sufrimientos de sus víctimas. De ahí la insondable crueldad conque la negativa a rectificar condena a los venezolanos a penurias que no se sufrían desde la Guerra Civil.
Y tanta malignidad no es explicable sólo por el interés de una oligarquía en defender sus privilegios frente a una población depauperada. Denota a mentes enfermas que, cínicamente, consiguen amparo en un imaginario nefasto –en el que dejaron de creer hace mucho– que condona a conveniencia sus atropellos. Una nueva versión de la controversial “banalidad del mal” conque Hannah Arendt abordó la incomprensible crueldad de Adolf Eichmann y los de su calaña en el exterminio del pueblo judío. A Stalin se le atribuye la afirmación de que, si bien la muerte de un individuo puede parecer una tragedia, la muerte de millares es sólo una estadística. No importan, “La Historia me absolverá”.
Muchos podrán argüir que lo examinado fue práctica común del “socialismo realmente existente”, es decir, de los regímenes comunistas que dominaron distintos países. Y, ciertamente, lo que busca afianzarse en Venezuela es el modelo implantado por Raúl Castro desde el MinFAR, que entregó a los militares cubanos el control de la economía cubana a través de la creación de GAESA (Grupo de Administración de Empresas, S.A.) y les otorgó otros monopolios. No por ello se incurre en un error al calificar al chavismo de neofascista; más bien confirma que entre fascismo y comunismo se ha borrado toda distinción.
Paradójicamente, denunciar a esta oligarquía depredadora de comunista la enaltece, pues le ofrece posibilidades de cobijarse en un ideario redentor que cuenta con la anuencia de cierto pensamiento de “izquierda” y en el que todavía creen algunos, condición absolutoria que hace tiempo perdió el fascismo clásico.
Pero la complicidad criminal entre las cúpulas militares y civiles empieza a hacer aguas. El botín se les achica cada vez más, ya que destruyeron la economía. Y con las sanciones internacionales, no pueden “bicicletear” papeles en busca de financiar sus insaciables apetencias. La defenestración de Rafael Ramírez y de sus protegidos en PdVSA es señal de que la guerra entre las mafias se agudiza. Las fuerzas democráticas tienen que esforzarse en resquebrajar aún más esa complicidad, denunciando atropellos, defendiendo a la Asamblea Nacional y a los derechos civiles ante la opinión pública nacional e internacional, y definiendo claramente una política frente a la Fuerza Armada.
No es que me ilusione con la posibilidad de un militar redentor que nos rescate de este abismo, pero tengo la convicción de que, sin cercenar la anuencia de las mayorías castrenses con este régimen expoliador, difícilmente podremos salir de este despotismo. Las fuerzas democráticas no cuentan con las armas. Maduro y Padrino López por ahora si, y han mostrado no tener escrúpulo alguno para usarlas contra su pueblo.