La Venezuela para Aliah
Miguel R Carpio Martínez (El abuelo de Aliah)
@carpioeconomics
Aliah tiene tres años. Le gusta colorear, da la vida por un tobogán o un colchón inflable y afirma, sin tapujos, que no hay mejor programa en la televisión que Peppa Pig. A pesar de su corta edad, ha diseñado un arma infalible para hacer del mundo un lugar mejor para su familia. Esa arma es su sonrisa. Basta verla para entender la esencia del universo.
A veces disfruto solo con verla jugar e inventar historias en las que ella es protagonista. Supongo que alguna vez en mi vida tuve esa capacidad para crear un mundo solo mío, aislado de cualquier cosa. Hoy me resulta complicado sacar la realidad de mi cabeza, por eso debo confesar que admiro su capacidad para ser feliz y regalar felicidad a los que tenemos la dicha de ser parte de su mundo.
Esta Venezuela de hoy hace que me resulte mucho más complicado aislarme mentalmente de todo lo que pasa y eso genera mucha más admiración por Doña Aliah y su Club de Amigos Invisibles.
Debo admitir que es un golpe emocional preguntarme:¿Cuánto tiempo podremos mantener esta realidad ajena a la sonrisa de Aliah? Ella es una pequeña sumamente inteligente y despierta, pero sus tres años son la barrera perfecta ante lo negativo que nos rodea. Sin embargo, estamos claros en que ella va a crecer y tarde o temprano el mundo le gruñirá.
Estoy seguro de que muchos padres, abuelos, tíos y hermanos han pasado por semejante tortura. Y muchos luchan por mantener a sus chamos aislados de la maldad y destrucción que nos rodea. Sin embargo, es obvio que el reto no es fácil, pero no hay otra opción. Sin duda el futuro de Venezuela tiene que ser mejor que lo que vivimos. Nuestros hijos y nietos no deben vivir lo que estamos viviendo nosotros. No deben.
Para Aliah quiero una Venezuela distinta. Muy distinta. Quiero que pueda disfrutar de una excelente educación, que sus maestros y profesores sean profesionales preparados y bien pagados. Una educación en la que la ética, sin ser una materia más, siempre esté presente.
Quiero que su familia no se desarme por la famosa diáspora. Sé que no somos eternos, pero me niego a que nos pierda por querer huir de Venezuela. Tampoco quiero que ella huya de Venezuela y mucho menos lejos de mí.
Quiero que se dedique a la profesión que más le guste, de la que esté enamorada. Que la posibilidad de ganar toneladas de dinero no sea decisiva para escoger un oficio. La verdad prefiero que sea feliz que millonaria. Eso sí, ella decidirá. Lo que verdaderamente me importa es que ella pueda decidir.
Quiero que conozca a su país más de lo que yo he podido conocerlo. Que le dé frío en las montañas de Mérida, que se llene de arena en los Médanos de Coro, que tome sol en Los Roques, que se deje arropar por la noche en la Gran Sabana.
Si en algún momento el running la atrapa como deporte al igual que atrapó a su abuelo, quiero que entrene en cualquier parte y a la hora que le dé le gane sin sentir miedo, sin temor a los recovecos y a sorpresas desagradables.
Quiero que la inseguridad sea para ella un cuento del pasado. Que la corrupción sea una noticia vieja.
Quiero que viva en una sociedad de venezolanos educados, apegados a principios, respetuosos.
Quiero que entienda que no hay nada malo en la competencia y que nunca debe rendirse, que hay que prosperar sacándole el máximo a cada una de nuestras fortalezas.
Quiero que los dolores de cabeza que me va a generar sean similares a los que yo les di a mis padres. A ellos no los mataba no recibir un mensaje de texto confirmándoles que había llegado bien a mi destino.
Por sobre todas las cosas, quiero que Aliah sea feliz.
Si bien ese es mi futuro deseado, no implica que no puedo hacer nada hoy. Cada una de mis acciones está orientada a mantener esa sonrisa, a contribuir con una mejor Venezuela. Soy un profesional honrado por muchas razones y una de ellas es porque quiero ayudar con los trazos del dibujo de esa Venezuela que quiero para Aliah.
*Economista UCAB