Cultura

Dayris Gómez: El arte como Segunda Piel

Eduardo Planchart Licea, expone actualmente en sala de Arte Contemporáneo, de la Fundación “Ponte en mi Piel”, la exposición titulada “Bouquet” de octubre a noviembre del 2017.

Cuadros de fuertes contrastes cromáticos, y formas florales con pinceladas expresionistas, son la esencia del lenguaje visual de Dayris Gómez. Impulso vital que se ha convertido en su razón de ser al transformar lo floral en emoción.

Desde principios de los noventa la fuerza de su pincelada ha ido ganando espacio en las nuevas generaciones de artistas venezolanos y del Continente.

La iconografía de esta artista está enraizada en su formación, fue aprendiz de taller de su tío, el pintor Armando Villalón cuyo taller estaba entre una lujuriosa naturaleza, siendo ese espacio donde aprendió los principios del color y del dibujo. El verdor y la florida vegetación que la rodeaban dominó su lenguaje visual, en estos años de formación. Así, fue aprendiendo los secretos del oficio, y a través de los consejos de su maestro, fue naciendo su estilo y sus fundamentos conceptuales.

Su padre fue el encargado de llevarla a ese espacio de creación y aprendizaje, al notar que pasaba la mayor parte de su tiempo dibujando y pintando sobre papel. Su tío -al verla-, le pidió que hiciera un dibujo de una joven sentada en una piscina, para ver sus aptitudes: le dio un carboncillo y un lienzo de mediano formato; al ver la soltura y la rapidez con que dibujaba, le pidió, que fuera al taller un día a la semana, donde terminó yendo casi todos los días.

Con pasión y trabajo empezó a aprender. Todos en el taller se percataron que con la joven aprendiz, Villalón era extremadamente exigente en los ejercicios pictóricos que les pedía realizar, lo que causó extrañeza aquella actitud del maestro.

El “cerro” como llamaban el taller estaba en las afueras de Cabudare (Estado Lara), y Dayris lo llamaba cariñosamente “la montaña” – un espacio donde se veía todo el Valle-. Durante más de tres años, fue desde muy temprano hasta la caída del sol. Hasta que un día Villalón se le acercó, y le susurró: «Estás graduada, te he enseñado todo lo que sabía, he sido más riguroso contigo que con mis otros alumnos, pues tienes talento, y si no se forja se pierde. Sabes, llegó el momento de volar por tí misma». Y así lo hizo, pero nunca la abandonó el verdor y colorido de ese valle que es la fuerza primigenia de su pintura.

Luego estuvo varios años en Caracas, asistiendo a diversas escuelas de arte, y se impregnó de las tendencias dominantes del arte contemporáneo en las largas y apasionadas conversaciones, que tuvo en los talleres de los artistas de las nuevas generaciones que domina hoy la plástica venezolana, y de muchos de sus maestros.

Sus temas florales, comenzaron a ser apreciados por el coleccionismo y se fue haciendo un nombre a través de diversas muestras colectivas en Caracas, pero será en su regreso a Barquisimeto cuando se sedimentó su lenguaje visual, mientras su obra circulaba en galerías de Maracaibo y Caracas. Pudo tener su taller, donde se aísla durante días y semanas cuando está creando, entre telas, pinceles y acrílico. Al pintar no puede faltar la música Mozart, Pachbel, Bach; esos ritmos se presienten en su pincelada.

Con sus viajes a Europa, conoció de primera mano las corrientes fundamentales del modernismo, y de la contemporaneidad, dentro de ellos el post-impresionismo, el arte povera, el expresionismo abstracto llamaron su atención. Y le dieron un nuevo impulso a su plástica al guiarla hacia la experimentación, siguiendo la búsqueda de comunicar al espectador emociones, y despertar el deseo de remirar la naturaleza.

Sus flores expresionistas parecen metáforas de remolinos de energías, flotando en el vacío. Mientras trabajó intensamente en su taller en el Estado Lara, quizás por lo cargada de su pincelada, la superficie pictórica buscaba la tridimensionalidad. Y esto se evidenció en las exposiciones individuales en diversos espacios de Barquisimeto, donde mostró las propuestas experimentales caracterizadas por la tensión entre lo bidimensional y lo tridimensional, y el uso de materiales reciclados como el plástico.

Algunas de sus flores eran sobredimensionadas, brotando de los lienzos, con pétalos creados de fragmentos de tela, pintados y trabajados con acrílico para que asumieran texturas y formas escultóricas orgánicas. Estas piezas daban la sensación al espectador de estar ante una nueva naturaleza, que brotaba para llamar la atención sobre la belleza ignorada, eran trampas visuales, pues los pétalos parecían ser de arcilla, plástica o aluminio y no de tela.

El concepto de crear una naturaleza que brotara de una superficie inerte, parte de la idea de que ante el ecocidio, solo queda hacer reverdecer lo destruido, de su obsesión de hacer el plástico la base de varias series florales, que se integraron a su propuesta experimental, tal como se evidencia en su última exposición individual en Venezuela, titulada “La plástica del Plástico” -2015-, en la Sala de la Gobernación de Barquisimeto.

A principios del 2017 se radica en Quito, este hecho le provocó en su estilo un giro a su obra expuesta recientemente en Ecuador, en la sala de Arte contemporáneo de la “Fundación Ponte en mi Piel”, en su individual titulada “Bouquet”, donde en cada lienzo se materializa la pasión de su pincelada, y sus temas de flores parecieran desmaterializarse, y surge por primera vez el negro como un color protagónico en varios de estos cuadros, eco de la trágica crisis sociopolítica que vive Venezuela.

A través del trabajo de taller y la experimentación creo metáforas del renacer, del reverdecer, del florecer de la flora y de volver a la vida lo inerte a través del arte. Así, surgió el proyecto de recubrir un árbol seco, su tronco y ramas de hojas, retoños y flores hechas de papel blanco reciclado, recreando las hojas, ramas y flores que no volverían a cubrir ese árbol como una segunda piel. De ese color y ese material que desde la antigüedad, se asocia simbólicamente a la pureza, y en el Sintoísmo, de Japón las franjas de papel son ofrendas para los Kami,espíritus de la naturaleza y simbolizan el alma. En el México actual, el uso del arte de papel es una herencia de la Civilización Mesoamericana, donde desempeñaba el pale amate una función ritual y exorcizadora. Fundamental en las celebraciones, como el día de muertos, simboliza así la alegría, y las ofrendas a los ancestros.

En su anhelo de que el arte no sea algo neutro, sino que estremezca al espectador, creó esta imagen surrealista e involucró a los pacientes, y al público en la elaboración de esta segunda piel del árbol seco. Metáfora del hacer de la fundación “Ponte en mi Piel”, y una de sus funciones es tratar y sanar a niños, ancianos y adultos de enfermedades cutáneas, dándoles así una segunda piel. Al curar enfermedades tropicales dermatológicas como la psoriasis.

Al involucrar en la realización de la obra pacientes, curados en el “Centro de la Piel” asume la obra connotaciones simbólicas, y a su vez es una materialización de la acción curativa cotidiana, que se proyecta a través de la acción artística. Por esto fue llamado “El Árbol de la Segunda Piel”. La técnica fue una especie de ensamblaje, mezclado con el collage, donde cada uno de los elementos se fueron haciendo de manera aislada, diferentes unos de otros, para luego ir cubriendo poco a poco el árbol, por los diversos participantes, y darle una nueva vida a través del arte.

Podríamos calificar esta propuesta, como “Arte terapéutico”, metáfora del reverdecer y la sanación. Dayris Gómez logró convertir la creación en una acción participativa, que rompe con el carácter contemplativo de la estética y llama la atención sobre la recuperación de la piel, órgano de mayores dimensiones del cuerpo, metáfora de la necesidad de replantar el manto verde del planeta. Es un arte por tanto donde se unen técnicas eclécticas, propias de la contemporaneidad, que rompen con el pasado, para enfrentar los retos del presente. Arte que acciona la conciencia contra el ecocidio.

Esta no es una propuesta aislada del lenguaje plástico de la artista, tal como se evidenció en su instalación “El Valle: Alquimia de la Naturaleza”, 2017, en el Museo de Ibarra, en Ecuador donde convierte las bolsas de plástica en paisajes donde usa bolsas y envases plásticos para crear instalaciones, y recrear prados y flores para transmitir la idea de la necesidad de luchar por no convertir el planeta en un gigantesco basurero.

dayris gomez
Dayris Gomez/ Foto: Cortesía
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