Morir de sed…
Reflexionar sobre los estragos de una desdicha anunciada es más penoso cuando, mirada en perspectiva, advertimos que en ahogos similares hubo otra voluntad para bregar con las dificultades. No sabemos aún qué pasará en las elecciones municipales, pero si atendemos a la simple auscultación de los ánimos colectivos, a la calaña del socavón emocional, podríamos prever que el gobierno repetirá la “hazaña” de las regionales, ahora navegando cómodo, sin la maquinaria de los partidos opositores compitiendo y vigilando, sin temer por la avalancha de votos en contra, como un barco pirata que avanza en aguas libres de centinelas siguiendo la ruta antojadiza de su propia carta de navegación.
Es muy difícil divisar alguna ganancia en tanta pérdida, creer que se puede obtener algo, por ejemplo, de la abstención en municipios emblemáticos hoy en manos de la oposición, ganados a pesar de “ese CNE”. Pero el nihilismo parece triunfar, escalar sobre los hombros de la invalidante frustración, erigirse en bandera de los tiempos del odio, chocar contra el conatus; contra la convicción de que en país donde todas las ventanas democráticas han sido prácticamente clausuradas, el voto seguía siendo uno de los últimos reductos de expresión política de la gente; de que más allá de su utilidad práctica, era el avío más básico e indelegable de la razón ciudadana.
En mitad de esa fiesta de arrebatones colectivos e íntimos, de esta disolución de la identidad de la polis, del aquelarre de protagonismos a juro, épicas erráticas y dudoso buen juicio, lejos de lo que el sentido común se había afanado en dictar con relativo tino en estos últimos años, la percepción del valor de la Unidad -eso que con tanto brío defendimos en un momento, conscientes no sólo de su ventaja estratégica sino del alcázar moral que procuraba- parece haber caído en súbito sótano de desprestigio. Sus enemigos, claro, son los mismos de la primera hora, facciones radicales que picadas por un moralismo pétreo y destructivo siempre boicotearon la posibilidad de consensos amplios. Lo curioso es que las posturas de ese sector ruidoso aunque pequeño, en vez de ser neutralizadas por la razón de la mayoría, hayan adquirido tal robustez que hoy marcan el pulso del desmoronamiento.
Así, la sensatez que se esperaba de cierta dirigencia ha sido extrañamente vampirizada por los apremios antidemocráticos de un nuevo “fuego purificador” que ofrece borrar la putrefacción de todo signo: nada de catar la rotura en el hueso y entablillarla para seguir andando, de replantearse ajustes inmediatos con descarnada visión de largo plazo o identificar formas de hacer frente a los “golpes de la fortuna”, al cambio, a los tiempos, a lo imprevisto, empleando ese talento político que Maquiavelo llamó Virtù. Mientras, el vacío deja lugar para que se cuelen promesas apremiantes de “refundación” (¿montar tinglados sobre la ruinas, como hizo Chávez?) o vetos terminales, planes de sepultar la vieja alianza y crear una “superior”, capaz de abrazar, se dice, a la propia disidencia chavista, pero que a un tiempo le escupe al diálogo y marca con compulsiva letra escarlata a los “traidores”, a quienes no se considera “genuinos opositores”. Cabe preguntar: ¿cómo fiarse de la capacidad de conciliación de quien no tolera lo disímil? ¿Cómo mejorar lo que tenemos si se insta a hacer política desde la exclusión?
Como resultado, el sublime reto a lo improbable encarnado en la idea de la Unidad, la cohesión en la diferencia -trituradora de egos que contenía el anárquico avance en solitario o moderaba las naturales ansias de imponer el proyecto personal sobre el colectivo; el acompasamiento de agendas en función del logro del “bien de la ciudad”, el bien mayor- es estrujado por la pobre gestión de la derrota. Nos sitian en esta hora las pasiones tristes, la terca celada de Thanatos: basta ver en las últimas movidas de la oposición el anuncio de más fragmentación dentro de la fragmentación… ¿tendrá algún chance ese aislamiento frente a la fortaleza que aglutina a las tribus políticas del régimen?
Luce llamativo, sí, que la orfandad política que hoy aqueja la ciudadanía haya llevado a algunas comunidades a asumir el desafío de la elección municipal. Sin embargo, la idea no es desalojar a los partidos políticos, instituciones llamadas a dar sentido al mero movimiento de masas, de contrarrestar el caudillismo, el mesianismo y la corrupción, de anteponerse a los líderes carismáticos y jefes militares, como señala Huntington. Espoleados por la embestida de la crisis social y económica, nos encontramos sin duda ante una dura encrucijada. No sabemos si el paso por un nuevo Rubicón nos dejará más o menos enteros para dar la cara a una elección presidencial, aún por verse; o si por el contrario, persistirá la tentación de “morir de sed junto a la fuente”: una multitud cualitativa y cuantitativamente desaprovechada, sin guía clara; la paradoja de una mayoría que sin organización, tendería a permanecer aislada, débil, impotente.
@Mibelis