¿Por qué escribo?
La semana pasada, en un caluroso debate por Twitter sobre el fracaso de las elecciones regionales, un señor me instó a que reconociera que me había equivocado llamando a votar, porque así “ganaría más” con mis seguidores. Si me equivoqué llamando a votar –aún pienso que no- bienvenido y abierto el debate. Siempre agradezco a quienes se acercan a rebatir mis ideas a través de un debate de altura. No me siento poseedora de la verdad y tampoco deseo un pensamiento único. A lo que sí le huyo es a las descalificaciones y groserías, porque estoy convencida de que la confrontación debe ser de ideas y no de personas.
Lo que sí le dejé claro es que yo no escribo para “ganar más” con nadie. Escribo porque tengo algo que decir y deseo ser leída, es cierto, pero lo que digo es por estricto compromiso con mi conciencia. No lo hago por ser popular. Tener una palestra como la que poseo en importantes medios de comunicación -como éste- es una responsabilidad y como tal la he asumido. No quiero ser conocida por decir cosas que la gente quiere oír si no estoy de acuerdo con ellas. Mi papá me enseñó desde niña que yo debía levantar mi voz ante lo que considerara injusto, mentira o maligno, aunque fuera la única que lo hiciera. Lo he seguido al pie de la letra y todos los días de mi vida se lo agradezco.
Escribir para el gran público ha sido una experiencia fascinante. He tenido una respuesta masiva, críticas inteligentes y situaciones entrañables. He hecho amigos a distancia y con el pasar de los años a algunos los he conocido personalmente. Como los hermanos venezolanos hijos de gallegos, quienes me escribieron (cada uno por separado) cuando leyeron un artículo que yo dediqué a mi papá cuando su padre agonizaba en Galicia. Me conmueve cada vez que la recuerdo la señora de Petare que guardaba en su portamonedas ese mismo artículo “porque ella también había tenido un papá muy bueno”. Tengo en altísima estima la crítica del doctor Marcos París del Gallego a un artículo mío sobre Bolívar, “¡Saquen a Bolívar del Panteón!” –que también lo tenía guardado en su cartera “para cuando se encontrara conmigo”- y cuando finalmente nos encontramos, blandiéndolo me espetó “¡chica, esto es un horror, que saquen a todos los demás, pero a Bolívar no!”. Y guardo la carta que me dejaron en Notitarde sesenta y nueve miembros de un círculo bolivariano de Puerto Cabello amenazándome con que me iban a cortar el cuello con el sable del Libertador.
Cuando me he equivocado –que me he equivocado- lo he reconocido. Podré errar, pero cuando opino lo hago con toda honestidad. No he sido, soy, ni seré nunca escaparate de nadie. Ser opinadora en la Venezuela de hoy no sólo es un riesgo, sino un compromiso. Que alguien concurra a mis escritos a buscar luz es un honor que me compromete aún más. No puedo soslayarlo por nada. Quiero ser recordada como alguien que dijo siempre lo que pensaba.
Expresar mi opinión en muchas ocasiones me ha valido insultos, descalificaciones y hasta escarnios. Los asumo como parte de la cruzada que me he impuesto desde hace casi veinte años que escribo semanalmente para los mejores diarios y portales en todo el territorio nacional.
Una frase de la activista Malala Yousafzai resume de manera brillante mis metas al escribir: “No hablo por mí, sino por los que no tienen voz … por aquellos que han luchado por sus derechos … por su derecho a vivir en paz, su derecho a ser tratados con dignidad, su derecho a la igualdad de oportunidades y su derecho a ser educados”.
@cjaimesb