¿Por qué sigo teniendo esperanza? (7)
Se había hecho de noche. Habíamos salido del lugar donde nos encontrábamos en Santa Inés. No conocíamos bien el area donde estábamos . Aunque nos habían dado instrucciones para llegar a la Autopista Prados del Este, era obvio que en algún lugar habíamos tomado la ruta equivocada. Mi hijo y yo decidimos usar el GPS del celular para que nos guiara. Por alguna razón el GPS en lugar de ayudarnos nos alejó aún más de nuestro destino. Decidí pedir ayuda. Venía un carro bajando en sentido contrario. Bajé mi ventana, saqué mi brazo e hice señas para ver si el carro de detenía. Al principio dudé que lo hiciera debido a la grave situación de inseguridad que vivimos en nuestro país. Me alegré al ver que el carro bajaba la velocidad.
Se paró justo al lado nuestro. Una agradable mujer bajó su ventana. Le pregunté cómo podía llegar a la Autopista Prados del Este. Simplemente me contestó: «Sígueme!». Di una vuelta en «u» y la seguí. Pronto me encontraba en la autopista totalmente ubicada. Le dije a mi hijo que bajara la ventana del copiloto y que agradeciera la ayuda recibida. Al pasar al lado del Chevy que manejaba quien tan amablemente se había dispuesto a ayudarnos, toqué mi corneta varías veces en señal de agradecimiento. La corneta del Chevy sonó varias veces también haciéndome sonreír. Así nos despedíamos los venezolanos.
Le comenté a mi hijo que lo que acababa de ocurrir era una evidencia de la solidaridad de nuestro pueblo. Siempre había alguien dispuesto a ayudar sin esperar recibir nada a cambio.
En una de las partes de ese mismo camino, me paré a comprar unos dulces que vendían unas muchachas a la orilla de la carretera. No tenían punto y yo no tenía efectivo. Pensé que tendríamos que quedarnos sin los dulces. La muchacha, sin embargo, me dijo que no me preocupara y que al llegar a mi casa podía hacerle una transferencia. Me dio los datos de la cuenta bancaria. La llame por mi celular para que tuviera mi numero. Hice la transferencia, al igual que lo he hecho en otras ocasiones, cuando he comprado jugos en el Parque del Este u obleas en la playa y, simplemente, sonreí.
La solidaridad y la candidez del venezolano son dos de las razones por las cuales sigo y seguiré teniendo esperanza.