Somos mambises contemporáneos
Recientemente, tuve la oportunidad de leer un mensaje por las redes que decía: “Que pueden hablar los de la oposición de los cubanos, si en el puntofijismo cada vez que ganó un gobierno adeco invitaban a Fidel Castro al acto de proclamación, por otro lado el gobernador Salas Roemer saturo de cubanos al estado Carabobo, eso se llama doble moral”. Antes de pasar a comentar el aserto, permítanme que deje claro que copié a la letra, sin corregir la ausencia de acentos, ni la falta de puntuación, ni el Römer mal escrito. Pero, aun con la infame redacción, no puedo dejar pasar un par de cosas que no son verdad; o que son medias verdades. Y hay que recordar que media verdad es como medio ladrillo: cuando lo lanzas llegas más lejos, por lo cual puedes hacer mayor daño. Y ahora sí, ya tranquilizado mi puntillismo ortográfico, entrémosle al presumiblemente amante de cubanos.
Del 58 para acá, los adecos han presidido la república cinco veces: Betancourt, Leoni, Pérez (dos veces) y Lusinchi. Fidel vino a una sola, la primera de Carlos Andrés. La otra vez que estuvo en Venezuela fue cuando, con la excusa de que debía hacer un aterrizaje por razones técnicas en su viaje a Lima, aprovechó para subir a Caracas y tratar de convencer a Betancourt de que debía seguir (como él) los postulados de la URSS y unirse al eje político contra Estados Unidos. Claro que —chulos desde el mismo inicio— también intentó conseguir que Venezuela le hiciera un préstamo por US$ 300 millones. Rómulo se lo sacudió sin complacerlo en ninguno de los planteamientos. Unos meses después, cuando solicitó visas oficiales para que Raúl y Guevara vinieran a Venezuela —para sembrar la semilla de la sedición, sin duda— no se las concedieron. En una tercera intentona, al año siguiente, Fidel mandó al presidente Dorticós para insistir en la pedidera, y tampoco consiguió ni plata ni complicidad.
Desde esos remotos tiempos viene la tirria de los Castro en contra de Venezuela. Tirria oficial, porque ambos pueblos siempre mantuvimos una gran unión y una mutua simpatía. No olvidemos que Narciso López —el creador de la bandera cubana, quien intentó invadir la isla hasta en cinco ocasiones y quien murió fusilado por las tropas coloniales españolas— era venezolano. Recordemos, también, que quienes nos enseñaron televisión en los años cincuenta —técnicos, directores, artistas, productores— fueron cubanos. Y que hasta las procacidades que soltamos son idénticas. Reitero, el odio hacia Venezuela es solo de sus mandatarios y sus acólitos. Nunca cejaron en su intención de tomar para sí la riqueza venezolana. Y siempre fue infructuosa la intención. Hasta que Fidel bajeó como le dio la gana al pitecántropo barinés y este permitió el inicio de la colonización de Venezuela en pleno siglo XXI. Y para mayor escarnio, los colonizadores vienen de un país que no tiene más población, ni extensión, ni riqueza, ni cultura que nosotros.
Y eso nos lleva a la segunda parte de lo afirmado por el originador del mensaje. Es cierto que durante el gobierno de Salas Römer en Carabobo, se trajo a instructores cubanos para mejorar el desempeño de los atletas carabobeños, y que fueron de mucha ayuda: Carabobo fue nueve veces consecutivas campeón en los juegos deportivos nacionales. Pero entre ellos nunca vinieron espías, ni infiltrados para la violencia, ni adoctrinadores de masas —como sí sucede actualimente, traídos y pagados por el régimen para predicar el odio entre clases que nos está matando. A los exactos doce meses de su llegada, los entrenadores se iban para su tierra y eran reemplazados por otros. Y no se “saturó” con ellos porque nunca hubo más de veinte en cada ocasión. Me consta de primera mano.
Lo malo de los cubanos de ahora es que abusan, aprovechándose de esa “gran unión y una mutua simpatía” que dije antes, y meten la ponzoña recetada por los hermanos Castro Ruz.
¿Qué nos toca hacer a los venezolanos que no nos chupamos el dedo con esos “médicos”, “asesores militares”, “expertos en sistemas de identificación” y demás fauna parecida? Pues convertirnos en mambises criollos.
Con ese adjetivo, los españoles intentaron apostrofar a los insurrectos cubanos que en el siglo XIX buscaban sacudirse el yugo ibérico. Fue dicterio hasta que un periodista cubano les replicó con una nota que circuló mucho y en la cual afirmaba: “todo lo acepta el cubano menos que se le llame español”. De ahí en adelante, la palabra fue usada como sustantivo honorable para designar a la persona que luchaba contra el colonizador extranjero, sin importar su nacionalidad —porque entre los insurrectos hubo dominicanos, venezolanos y portorriqueños que combatían al lado de los cubanos.
Al sugerir ese nombre para identificar a quienes nos toca la tarea de expulsar a los actuales invasores, lo que quiero es que los cubanos de hogaño entiendan que los seguiremos queriendo como personas —en fin de cuentas, hemos recibido con los brazos abiertos a los extranjeros durante toda nuestra historia—, pero que tenemos que intentar hacerles difícil el cumplimiento de la misión que la gerontocracia cubana les impuso. Que comprendan que representan a la “potencia” que intenta colonizarnos dos siglos después de habernos liberado de un imperio que era de verdad-verdad. Que perciba que no le tenemos odio. Quizás, sea lástima lo que sentimos por él; porque solo es un trabajador forzado. Un casi esclavo, porque percibe cuatro centavos por sus “servicios”, mientras que el grueso de lo que debiera ser su paga, el régimen se lo pasa a sus requete-millonarios jefes, que lo explotan. Eso sí, que también descanse en la tranquilidad de que contra él no usaremos los machetes con los que sus antepasados intentaban sacar a los españoles. No, nosotros intentamos ser más civilizados: lo sacaremos con votos. Con los sufragios nuestros haremos salir al ilegítimo y todos sus cómplices. Y, con estos, aquellos también se irán…