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Zapatero a tus zapatos

Que esos que se autodenominan “constituyentistas” no sepan que el primer deber de su cargo —de acuerdo al contenido del Art. 347 de “la mejor Constitución del mundo”— es precisamente “redactar una nueva Constitución” puede ser fácilmente comprensible, pero en ningún caso justificable; mucho menos, disculpable.  Comprensible sí, vistos los pocos lauros académicos que debieran adornarlos pero que tienen en falla y el origen, nada claro de su supuesta facultad para actuar en esa capacidad.  Porque nadie vio los fulanos ocho millones de votos que dizque los avalan.  Aunque nadie aparecía en las fotos tomadas en los centros de votación ese día, ni nadie ha visto los guarismos de la totalización.  Son presuntamente asambleístas solo porque lo aseguran la Tibi y sus cómplices del CNE.  Y porque los altos mandos —quienes recibían informaciones veraces de los subalternos desplegados en el Plan República y que reportaban que los centros estaban íngrimos— decidieron ser también secuaces en ese fraude.  Hasta en la mente más sencilla queda claro que, siendo que Nikolai consiguió (a pesar de los esfuerzos de su fallecido jefe de campaña) siete millones de votos, y luego de cuatro años de meter la pata, de quebrar a la nación y de exhibir ignorancia urbi et orbi, se hubiera logrado ¡ocho millones!  Y eso, en una jornada en la cual no se le consultaba al soberano si creía conveniente o no que se redactase una nueva Constitución que permitiera “transformar el Estado” y “crear un nuevo ordenamiento jurídico”.  Solo se lo puso en un disparadero: “aquí están los individuos que ya yo decidí que te van a representar; a ti te corresponde solo ponerlos en el orden que tú creas mejor”.  Para más ludibrio, en esa fechoría acabaron con la igualdad de los votantes (cuatro gatos en Tucupita escogían dos constituyentes, al igual que hacían millones de maracaiberos) y con el principio de la unidad del voto (si alguien era indígena y empresario, podía emitir tres votos).

Total, que lo que se reunió fue una parranda de casi quinientos ignaros, sin credenciales, sin siquiera legitimidad.  Y esta se ha dedicado, desde el mismo vamos, a cualquier cosa menos a redactar un texto constitucional.  Ha ordenado cesar en sus cargos a funcionarios de otros poderes, decretado inhabilitaciones, buscado pelea con la Asamblea Nacional y todo el mundo, nombrado ilegalmente a los reemplazos de quienes defenestraron, creado una nueva versión de la Inquisición que hará cualquier cosa menos buscar la verdad, intentado expedir (o negarles) cartas de buena conducta a quienes se asomen como candidatos a cualquier cargo de elección popular.  Pero, por sobre todo, se ha mostrado obsecuente con el Poder Ejecutivo.  En fin de cuentas, es a este a quien le debe las canonjías y los privilegios de los cuales disfrutan sus miembros.

Mientras no saquen un texto constitucional nuevo, sigue vigente la Constitución del 99.  Es, entonces, imposible que intenten soslayar su texto y hacer caso omiso de las salvaguardas de la democracia que esta prescribe.  En su avance hacia la mayor retrogradación (oxímoron ex profeso) en lo que a derechos sociales, económicos y políticos se refiere han dictado decretos que solo convienen a la camarilla en el poder.  Muchos sospechamos que toda la parafernalia desplegada para el fraude electoral no es sino el mascarón que intenta ocultar el verdadero propósito de la convocatoria: tener un mamotreto escasamente legal pero empoderado para intentar avalar al régimen para los nuevos empréstitos que este busca desesperadamente en otros países, muy “colaboradores”, —a los cuales ya les debemos hasta la manera de caminar— porque, como ya dejaron en la carraplana al Tesoro Nacional, necesitan seguir endeudándose para satisfacer su adicción al dinero ajeno.

Claro que también necesitan de ese espantajo para tenerlo como espada de Damocles sobre la ciudadanía: “dejémosle que vayan a votaciones de gobernadores (con un año de retraso); si perdemos la mayoría de los estados (que los van a perder), pues le ordenamos a la ANC que las declare nulas y que designe a dedo a los gobernadores que yo le exija. Ya Raúl me dio las instrucciones precisas”.  ¡Ojo! Que no se tome la parrafada anterior como una excusa para no ir a votar, en la eventualidad de que lleguemos a esa fecha.  Todos debemos estar ante las urnas ese día, para sufragar y para cuidar los votos y las actas, para no dejarnos robar los resultados.  Si logramos elegir a nuestros mandatarios, muy bueno; si la runfla de prostituyentes nos comete fraude una vez más, por lo menos le reafirmamos al régimen, a sus aliados y a todo el mundo, dentro y fuera de las fronteras del país, que somos mayoría.  Una mayoría inmensa, aplastante.

Es cierto que la Constitución vigente necesita algunos retoques y variaciones en su texto, pero para lograr eso bastaba con alegar lo tipificado en el Título IX en lo referido a las enmiendas y a las reformas.  A mí, en lo personal, me parece que algo que debe modificarse es lo referido a los excesivos poderes presidenciales; muchos de ellos debían ser atribuidos a otros poderes públicos. Pero para eso no se necesita una Constituyente.  Apelar a ella es como dispararle a un tucusito con un obús de 105.

Lo mejor que puede hacer esa ANC espuria es autodisolverse; pero si no, por lo menos háganle caso al viejo adagio: zapatero a tus zapatos.  ¡Pónganse a redactar un nuevo texto!  Aunque con solo mejorar un poco el actual bastaría…

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