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La razón de Andrés Pastrana

El ex-presidente de Colombia, Andrés Pastrana, ha sido y es un amigo leal de la causa de la democracia venezolana. Se podrá estar de acuerdo o no con algunas o muchas de sus ejecutorias como mandatario de su país, en el período 1998-2002, pero no se puede disputar con seriedad la afirmación de que Pastrana ha expresado y expresa un compromiso decidido a favor de la reconstrucción democrática de Venezuela. Y un compromiso hecho realidad no desde declaraciones de prensa en remotos lugares, sino mediante su constante presencia en territorio venezolano, conociendo bien los riesgos que ello comporta.

Por eso Pastrana tiene el derecho –y diría el deber—de manifestar su desconcierto y también su alarma ante el rumbo que está tomando la lucha política de muchos voceros que –al menos formalmente—se muestran en contra del poder establecido en Venezuela, y de quienes lo representan acá, sobre todo de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello.

Porque después de haber declarado inconstitucional a la “constituyente”, después de haber invocado los artículos 350 y 330 para desconocer la autoridad prevaleciente, después de haber denunciado el mega-fraude perpetrado por el CNE en los supuestos comicios de la “constituyente”, después de haber tipificado al referido régimen como una dictadura, después de haberse sumado a la protesta social para, entre otras razones, buscar restablecer el orden constitucional, después de todo ello, el que ahora la dedicación principal sea tratar de participar en unas eventuales elecciones regionales, que sólo la jefatura de la hegemonía dictaminará sus términos, es cuando menos, desconcertante y, además, alarmante.

En síntesis Pastrana le plantea al grueso de los factores políticos del ensamble opositor, una cuestión que es obvia: ¿en Venezuela impera una dictadura o una democracia? Curioso que tenga necesidad de formular el referido planteamiento, porque el ensamble dio la impresión de ofrecer una respuesta inequívoca, al denunciar, de manera reiterada, la imposición de una dictadura por parte de Maduro y los suyos. Pero esa impresión como que carecía de convicción o de suficiente disposición. Y me limito a decir esto, para no entrar en la temática de los alcances del entramado económico-financiero, que preferiría analizar más adelante.

En todo caso, la confusión que envuelve y distorsiona la compresión más elemental de la tragedia venezolana, se pone de manifiesto cada vez que personas supuestamente informadas –y con acceso a la opinión pública y publicada,  plantean que tal o cual acción del poder establecido es un golpe a la democracia… y que tal otra también amenaza a la democracia, y así hasta el infinito. Pero no. Se equivocan. Porque para que pueda haber golpes a la democracia, primero tiene que haber una democracia a la cual golpear. Y en Venezuela, desde hace años, no hay democracia. Ese el punto crucial que todavía algunos no quieren o no pueden entender.

Cuando desde el poder se hace y deshace lo que venga en gana, sin ninguna limitación distinta al interés político del continuismo, entonces no puede haber una democracia, porque la esencia de la democracia es que no se pueda hacer lo que venga en gana desde el poder. Lo demás se deriva de esta cuestión. Si no entendemos eso, no entendemos nada. Por eso la democracia venezolana quedo aplastada durante los largos años de desmanes de Chávez, y aún ha sido más aplastada en los tiempos del sucesor.

En ciertos sectores no alineados con el oficialismo, se pretende subestimar esta realidad en una especie de “Danza Kabuki” (donde nada de lo que parece es), más o menos con la intención de “ocupar espacios” dentro de la amalgama del poder hegemónico. Lo cual es un absurdo, como ha sido reiteradamente demostrado por hechos y evidencias de la más variada índole. Sin ir muy lejos, una Asamblea Nacional elegida por una gran participación electoral que derrotó a la hegemonía, terminó pintada en la pared y sin ningún poder real o efectivo de decisión.

¿Puede pasar algo semejante en una democracia? Desde luego que no, ni siquiera en una democracia chucuta o aporreada. Que no es el caso de la Venezuela del siglo XXI, en la que la democracia fue desmantelada paso a paso, y en su lugar se fue montando, también paso a paso, una neo-dictadura o una dictadura disfrazada de democracia. Que por cierto, tiene el disfraz hecho jirones, pero que, a pesar de ello, se beneficia con la “filosofía” de la ocupación de los espacios en la “estructura del Estado”…

Por todo ello, en nuestro país no puede haber amenazas o golpes a la democracia, porque no hay democracia. Si es que precisamente el gran desafío consiste en superar la hegemonía despótica para permitir que se pueda ir reconstruyendo un sistema democrático. El ex-presidente Pastrana no es una voz solitaria en este campo. Al revés, su angustia es compartida por amplios sectores en Venezuela, y también en el exterior. Pastrana tiene razón, aunque no pocos hagan piruetas para intentar demostrar que no es así.

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