La maldad por su nombre
El frenesí del fanatismo. Esta semana hemos visto a los fanáticos en acción. En Venezuela ya se ha hecho usual ver y oír a los personeros del chavismo que están dispuestos a llegar donde sea y como sea con tal de permanecer en el poder. Las fuerzas de seguridad del estado, según denuncia del gobernador Guarulla, masacraron a 37 personas en el Centro de Detención Penal de Puerto Ayacucho. Nadie se ha pronunciado, nadie se ha condolido, como sí se han pronunciado y condolido por los actos terroristas de Charlottesville, Barcelona y Cambrils. En Venezuela nos acostumbramos a la injusticia, la violencia, la muerte…
El periodista Marcos David Valverde publicó los hechos en Correo del Caroní:
“Una requisa… terminó con 37 presos asesinados… En su cuenta de Twitter, (el gobernador de Amazonas) LiborioGuarulla, informó que una “comisión especial” del Ministerio del Poder Popular de Relaciones Interiores y Justicia fue la responsable de las muertes”… Guarulla afirma que, más que simple requisa, “fue una toma ejecutada a sangre y fuego”. La conclusión está exenta de ser calificada como exageración si se considera, entonces, que fue aniquilado el 35 por ciento de la población carcelaria”.
En otro reportaje, Valverde entrevistó a la hermana de Juan Carlos Conde Morillo, uno de los masacrados. Ella le reveló que reconoció el cadáver de su hermano por una cicatriz en el pecho y unos lunares, porque “les destrozaron las cabezas y las piernas”. ¿Eso es una “requisa”? Si los reos estaban armados y el único camino era matarlos, han debido hacerlo con un tiro de gracia, no con una carnicería. El fanatismo político es también es una forma de terrorismo.
Estamos en el siglo XXI, la era de la comunicación instantánea, de la globalización y la tecnología de punta en todas las disciplinas de las artes y las ciencias. ¿Qué pasa que –contradictoriamente- el terrorismo ha tomado tanta fuerza?
La obsesión, el radicalismo, la discriminación, el dogmatismo, el autoritarismo son síntomas inequívocos del fanatismo y el origen de guerras, masacres, holocaustos, limpiezas étnicas, razzias y otras formas similares igualmente deleznables. El fanatismo marcha en sentido contrario al progreso. Los niños pequeños no discriminan. Hay una cita de Nelson Mandela en su autobiografía “El largo camino hacia la libertad” que dice así: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su origen o su religión. Para odiar, las personas deben aprender a odiar, y si pueden aprender a odiar, se les puede enseñar a amar, porque el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario”.
¿Qué tiene en su cabeza –y más aún, en su corazón- alguien que acelera un vehículo para matar a un grupo de personas que jamás en su vida ha visto, personas que no le han hecho daño, porque ni siquiera saben de su existencia?… Pasó en Charlottesville, en Barcelona y en Cambrils.
¿Qué tienen en su cabeza –y más aún, en sus corazones- quienes convierten una requisa en una carnicería? Pasó en Puerto Ayacucho, Venezuela.
Un fanático es una persona con una autoestima baja o nula, que necesita consustanciarse con un grupo donde puede dar rienda suelta a sus miedos, culpas y complejos. Para ello, las religiones monoteístas y los grupos de ultraderecha son lugares idóneos para insertarse. El mal del siglo XXI es el terrorismo. Y el terrorismo es la principal consecuencia del fanatismo. Y para vencerlo el mundo de bien debe estar dispuesto a enfrentar el fundamentalismo en todas sus formas, empezando por llamar la maldad por su nombre.
@cjaimesb