Escuelas bolivarianas y revolución cultural
Obviamente, todo proyecto de redención de la especie humana, de emancipación definitiva de la especie sapiens lo primero que adopta como doctrina de Estado es la ideologización y el adoctrinamiento cultural y socio-educativo de los ciudadanos. El gobierno revolucionario chavista no es una excepción. Las escuelas bolivarianas responden a eso que Antonio Gramsci denominó «la contrahegemonía ideológica del Bloque Histórico de Clase». Se trata de una especie de muro de contención que serviría para formarlos semilleros del nuevo modelo de civilización que pretende gestar el chavismo bolivariano; según los preceptos filosóficos del nuevo paradigma societal bolivariano: «a un gobierno bolivariano, una escuela bolivariana». Es una ecuación pedestre y simplista (decimonónica) parecida al Nuevo Ideal Nacional perezjimenista actualizado a la era cibernética. El fin es formar el arquetipo del ciudadano dócil y servil de lo que el Ché Guevara llamó «el Hombre Nuevo».
Los Círculos Bolivarianos están concatenados inextricablemente a este ideal de adoctrinamiento y enajenación de la población infantil y juvenil de este presente histórico. Naturalmente es una idea holística e «integral». Los infocentros también se intentan «galvanizar» dentro de esta pretensión fallida.
Es literalmente imposible la realización plena de este Plan Rector educativo nacional. Los escándalos bochornosos de corrupción administrativa que se han hecho sentir ante la opinión en la dotación de las llamadas escuelas bolivarianas, el clientelismo populista que ha caracterizado el fallido ensayo de la expiencia : «la cultura en el aula bolivariana» es una prueba fehaciente del estruendoso fracaso de esta mal diseñada política gubernamental. El problema es que el proyecto fue pensado e ideado desde una instancia piramidal, verticalista y autoritaria. Alguien escribió un febril modelo de educación «alternativa» y trató de implantarlo compulsivamente como se impuso el Plan Bolívar 2000, el Plan Zamora, las Leyes Habilitantes. Las escuelas bolivarianas tienen un claro y nítido origen militarista y uniformizante. Su naturaleza es profundamente «clasista» pero al mismo tiempo homogeinizadora. Su lema debería ser LA ESCUELA AL SERVICIO DE LA REVOLUCIÓN. Para ser sinceros.
Pero lo más desconcertante de todo es que en cada escuela bolivariana hay una estampita de Simón Bolívar y otra de Chávez. En ellas se rinde culto a la personalidad patológica de la política y se fomenta de manera dogmática y enfermiza una idolatría al líder supremo del proceso revolucionario. Mi opinión es que los 40 años de democracia puntofijista la escuela no era un centro para la exaltación idolátrica ni mesiánica de ningún Presidente de la República. Estas escuelas bolivarianas me recuerdan la triste experiencia de Korea y King Il Sung o la China del «camarada Mao». Los conquistadores españoles tenían una consigna a la hora de implantar los pueblos de Misión: «HAZTE CRISTIANO O MUERE». En una mano la Biblia y en la otra la espada.- Mutatis mutandis- ¿será esa la intención de la escuela bolivariana?. En el fondo el proyecto de escuelas bolivarianas aspira inducir en el niño y adolescente una identidad gregaria sacralizadora de valores absolutamente anacrónicos y reñidos con el presente histórico que vivimos los habitantes de esta parte del continente latinoamericano. Un falso republicanismo, un falso patriotismo es el que motiva la implantación de esta modalidad que mutila la verdadera Historia Nacional. Simón Rodríguez, Ezequiel Zamora y Simón Bolívar son los únicos emblemas heroicos que resalta el Proyecto Educativo Nacional de las escuelas bolivarianas. ¿Y los demás próceres y combatientes patriotas de la gesta independentista?.
Evidentemente, dividir antagónicamente la sociedad en dos bandos sociales y políticos irreconciliables. Todo ello derivado de esa «enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo» que denunció Vladimir Ulianov Lenín en su momento. La línea central de todo el proyecto consiste en confrontar dos visiones de la historia y del mundo y llevarlas hasta la imposibilidad de coexistencia pacífica. No hay dudas, es un proyecto violentista; revolucionarista y fascista. No exhibe un ápice de condición democrática, es totalmente excluyente; todo lo ve bajo un prisma maniqueo. O es esto o es aquello; no hay «tercero excluido» no hay matices ni mediaciones dialécticas, de allí su terco totalitarismo izquierdizante.