Opinión Nacional

Una película, el antisemitismo y la Iglesia

El reciente estreno de la Pasión de Cristo de Mel Gibson, quien como católico reaccionario no reconoce los cambios introducidos por la Iglesia Católica desde el Vaticano II, ha originado diferentes opiniones sobre el papel que esta película podría representar en el recrudecimiento del antisemitismo, primero por hacer énfasis en atribuir a los judíos la muerte de Jesús, aspecto ya aclarado y superado por el cristianismo y especialmente por la Iglesia Católica, y segundo por no responsabilizar a Poncio Pilatos, quien como autoridad romana sentenció a Jesús a la crucifixión y a los soldados romanos, quienes fueron los que la ejecutaron de la manera más cruel posible.

A propósito de este tema, es necesario recordar que desde el año 306 D. C. cuando se reunió el Concilio de Elvira, en el cual, entre otras decisiones, se prohibió el matrimonio entre cristianos y judíos, hasta el Vaticano I, que se realizó en Roma en 1870, es decir desde Constantino hasta el siglo XIX, los diferentes Concilios legislaron en contra de los judíos, lo cual se tradujo en un antijudaismo que se concretó en persecuciones, expulsiones, pogroms, inquisición, cruzadas y, en el siglo XX, en el Holocausto que se concibió y se ejecutó en países europeos supuestamente cristianos. Esta situación comenzó a cambiar después de la Segunda Guerra Mundial, cuando las principales Iglesias Cristianas iniciaron la reconsideración de su posición con respecto al judaísmo.

En 1948, la Primera Asamblea del Concilio Mundial de las Iglesias Cristianas reconoció que “las Iglesias en el pasado han contribuido a crear la imagen de los judíos como los únicos enemigos de Cristo, lo cual ha promovido el antisemitismo en el mundo secular”; hizo un llamado a los cristianos “a denunciar el antisemitismo sin importar su origen, por ser absolutamente irreconciliable con la profesión y la práctica de la fe cristiana”; y declaró que “El antisemitismo es un pecado contra Dios y el hombre”.

El papel de la Cristiandad en la creación del antisemitismo ha sido un tema controversial. Jules Isaac, notable historiador judío, promotor en París de una Sociedad de Judíos y Cristianos, publicó en 1948, su libro Jesús e Israel, escrito mientras escapaba de las fuerzas fascistas que habían asesinado a su esposa y a su hija. Fue Isaac quien le presentó al Papa Juan XXIII el problema antisemita, durante una audiencia privada, en junio de 1960. En esa oportunidad le entregó un extenso memorando sobre las actitudes y acciones de los católicos contra los judíos y al final de la entrevista le sugirió que designara una Comisión para estudiar el problema judío. El resultado fue la Declaración “Nostra Aetate”, del Vaticano II, del 28 de octubre de 1965, bajo el Papado de Pablo VI, en la cual se analiza las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas y en su capítulo cuarto con la religión judía. Allí se reconoce la especial relación del cristianismo con el pueblo de Israel y se afirma que “Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio recuerda el vínculo con que el pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la estirpe de Abraham”, y que “Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos”.

En octubre de 1964, el Congreso de Obispos de la Iglesia Episcopal, realizado en San Luis (USA), en una declaración sobre el Deicidio y los Judíos, afirmaron que: “La acusación de deicidio contra los judíos es una trágica incomprensión de la significación interna de la crucifixión. Ciertamente, Jesús fue crucificado por algunos soldados romanos por la instigación de algunos judíos. Pero esto no puede ser interpretado como una imputación de delito corporativo a cada judío del tiempo de Jesús y mucho menos al pueblo judío de las generaciones posteriores”.

En este proceso de diálogo cristiano-judaico al más alto nivel, el Papa Juan Pablo II visitó a la Congregación de la Sinagoga Central de Roma, el 13 de abril de 1986, y allí llegó más lejos que cualquier otra proposición sobre los lazos entre la Iglesia Católica y el Judaísmo, al afirmar que: “La religión judía no es ‘extrinseca’ a nosotros, sino en cierta forma ‘intrínseca’ a nuestra propia religión. Por ello con el judaísmo tenemos una relación que no tenemos con otras religiones. Ustedes son nuestros hermanos mayores”.

En diciembre de 1990, el Vaticano calificó el antisemitismo como un pecado contra Dios y la humanidad e hizo un llamado a la Iglesia a arrepentirse del antijudaísmo que había encontrado un lugar en el pensamiento y en las conductas católicas durante muchos siglos. Es justo reconocer la importancia del trabajo realizado bajo el liderazgo del Papa Juan XXIII, ya mencionado, y la devoción del Papa Juan Pablo II al continuar esta tarea, que tuvo un momento muy significativo al visitar a Israel y orar en el Muro de los Lamentos, en 1999. A esto se le suma el hecho de haber recibido este año, en el Vaticano, a los Rabinos principales de Israel.

Sinembargo, muchos consideran que los cambios en relación con los judíos, hechos en la formulación abstracta de la Teología, son poco efectivos si los relatos antijudaicos se siguen inculcando en la imaginación de los niños y de los adultos de generación en generación.

Como católica me preocupa que la posición de la Iglesia en relación con el antisemitismo después del Vaticano II, no haya sido difundida eficientemente. No se han aprovechado las misas durante todo el año y especialmente las de la Semana Santa, para divulgar la condena del Vaticano al antijudaísmo. Si no se explican las importantes decisiones de las Iglesias cristianas tomadas durante los últimos cincuenta años, el mito de que los judíos mataron a Cristo no desaparecerá y cualquier mente criminal podría utilizarlo de nuevo para promover otra inquisición u holocausto.

Es difícil erradicar el mito que se creó durante 2000 años, pero ese proceso se podría acelerar si tanto la Iglesia Católica como todas las otras Iglesias Cristianas, utilizaran, además de la prédica directa en los templos, los modernos medios de comunicación, para llegar a todos sus seguidores.

Los católicos debemos conocer y reconocer los grandes esfuerzos relacionados con la lucha contra el antisemitismo y con el apoyo al diálogo Judeo-Cristiano, realizados por los Papas Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II, durante las últimas cinco décadas, Desafortunadamente, lo más probable es que la película de Mel Gibson no contribuya a fortalecer esos importantes logros.

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