Opinión Nacional

Censura, autocensura y paranoia

John Maxwell Coetzee, Premio Nobel de Literatura 2003, nacido en África del Sur, quien ya había recibido dos veces el Booker, importante premio inglés, y el Jerusalén, por su obra literaria y su oposición al régimen racista apartheid, plantea todo lo que significó el férreo y total sistema de censura en su país, especialmente entre 1970 y 1980. Se aplicaba no sólo a los discursos sino también a los libros, a la prensa, a las películas y también a franelas, muñecos, juguetes en general y a los avisos, es decir, a todo lo que pudiera contener un mensaje o representación prohibidos. Todas estas formas de comunicación o representación debían pasar por el escrutinio de la burocracia de la censura. Coetzee al comparar con lo que pasaba en la Unión Soviética, donde existían 70.000 censores para 7.000 escritores, señala que en África del Sur la relación llegó a ser de más de diez a uno.

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Afirma que cuando una persona reacciona ante el mundo a su alrededor como si el aire que lo rodea estuviese lleno de mensajes que lo ridiculizan o están relacionados con la planificación de su destrucción, se le identifica como paranoica.

En un sentido más amplio Coetzee considera que el cruel régimen racista de África del Sur se comportaba en una forma paranoica, que ésta es la patología por excelencia de los dictadores y que Stalin ha sido el más típico ejemplo. Según Coetzee una característica que diferencia a muchos dictadores del siglo XX de los anteriores es la de lograr que la paranoia del dictador y de los alabarderos que lo acompañan, sea diseminada hasta contaminar a toda la población. Esta estrategia fue la de Stalin en la Unión Soviética y la de los dictadores de los países satélites europeos y es la de Castro en Cuba. A cada ciudadano se le estimula para sospechar de cada otro de ser un espía o un saboteador y así destruyen los nexos de simpatía y de confianza entre las personas. De esa manera, en cada país con un dictador paranoico, cada individuo llega a sentir que vive en una isla de sospechas mutuas y de terror de uno a otro.

Coetzee ha analizado lo descrito por tres destacados escritores sobre cómo sus mentes fueron invadidas, lo cual los condujo a orientar sus fuertes protestas contra esta humillación. El primer caso es el del novelista cubano Reinaldo Arenas, quien “fue encarcelado y torturado llegando a confesar lo inconfesable y a renegar de sí mismo”. Todo ello provocó en su sensible personalidad “un arrepentimiento” que fue calando tan hondo que acabó por odiar todo cuanto lo rodeaba. El ambiente que lo cercaba cuando vivía en Cuba lo describe como “una amenaza oficial incesante, que hacía al ciudadano no solamente una persona reprimida, sino una auto-reprimida, no sólo una persona censurada sino una auto-censurada, no sólo una persona observada sino una que se observa a sí misma”. Es la paranoia del Estado reproducida en el individuo.

Con el tiempo, en un régimen semejante, los mecanismos de censura pueden llegar a debilitarse o desaparecer, ya que no hacen falta porque su efecto ha sido interiorizado por los individuos. En 1980, Arenas logró salir de Cuba y vivió sus últimos años en Estados Unidos donde murió en 1990.

En el segundo caso, Coetzee analiza la censura durante el régimen comunista de Stalin y la persecución de Osip Mandelstam, quien en 1933, a la edad de 42 años, compuso un corto poema sobre un tirano quien no sólo ordenaba las ejecuciones de sus opositores sino que saboreaba la muerte de sus víctimas. No mencionaba el nombre del tirano pero informaba que era de Georgia lo cual era una clara referencia a Stalin. Osip nunca escribió el poema sino que lo recitaba repetidamente a sus amigos. En 1934, su casa fue “visitada” por la “policía de seguridad” en búsqueda del poema. Por supuesto que no lo encontraron, pero arrestaron al escritor.

Mientras Mandelstam estuvo preso, Boris Pasternak, el Premio Nobel de Literatura de 1958, recibió una llamada telefónica de Stalin, quien al referirse a Mandelstam le preguntó ¿Es él un Master? de lo cual Pasternak dedujo el resto ¿o es eliminable? y le contestó “Es un Master”. El prisionero no fue eliminado sino sentenciado a “exilio interno”. Sinembargo, una fuerte presión continuó sobre él. Le pedían que escribiera una oda a Stalin. Mamdelstam no pudo resistir más y escribió el adulador poema. Quizás nunca se sepa qué sintió el escritor sobre esta flaqueza. Lo que se conoce son los argumentos de su esposa en el sentido de que ya estaba loco, locura con miedo, pero también con la locura de una persona que ahora sufre y detesta su cuerpo. En realidad el poema adulador obtenido bajo inhumana presión no lo salvó. Fue arrestado de nuevo y enviado a un campo de trabajo forzado del cual nunca retornó.

El tercer caso es el del poeta y pintor surafricano Breyten Breytenbach, quien es considerado el más brillante crítico social de África del Sur. Era un gran opositor del régimen del apartheid y salíó de África del Sur hacia París en 1960. En 1972, publicó un largo poema en el lenguaje afrikaan titulado “Carta al Carnicero desde tierra extranjera”, en el cual registraba los nombres de muchas de las víctimas del régimen. Comenzó su persecución por la clara alusión al Primer Ministro de África del Sur, Balthazar John Vorster, quien era, en gran parte, responsable de haber creado “el imperio de la policía de seguridad, con grandes poderes sobre la vida y la muerte”, policía intocable por la ley y por encima de las cortes. Los perseguidos por el régimen no desaparecían, se mostraban los cadáveres, se hacían exámenes post mortem, las huellas de las torturas y del tipo de muerte nunca aparecían en las descripciones hechas por la policía, pero eran aceptadas como verdaderas por atemorizados magistrados.

En 1975, entró clandestinamente a su país de origen, pero fue descubierto y hecho preso. No fue ajusticiado ni torturado pero lo acusaron de terrorismo por sus escritos y particularmente por el poema mencionado. Igual a lo que hizo Stalin con Mandelstam lo presionaron y doblegaron, hasta lograr que pidiera excusas a Vorster por su poema y le agradeciera a la “policía de seguridad” por “lo bien que lo habían tratado”. Todo este sacrificio no le sirvió de nada, el compromiso de dejarlo libre no se lo cumplieron. Lo condenaron a siete años de prisión y durante los dos primeros permaneció incomunicado. En 1982, fue liberado y se fue de nuevo a Francia donde vive como ciudadano francés naturalizado. Aplicable a cualquier país y persona escribió que “el exilio es duro”, que “nadie en su sano juicio puede escoger el exilio y preferir vivir alejado de su gente” y que “La gente no deja a África del Sur en búsqueda de un mejor clima o para ganar más dinero”.

Su obra “Las Verdaderas Confesiones de un Albino Terrorista”, es la historia de lo que vivió en la cárceles de Pretoria y de Pollsmoor. En el largo poema que tantos males le trajo a Breytenbach escribió sobre sí mismo algo que es mencionado frecuentemente y que cada vez se hace más real: “Seré yo quien vivirá en la historia, quien será recordado, no las sentencias de la corte”.

Mientras el régimen totalitario soviético desapareció y el de apartheid de África del Sur fue remplazado por uno democrático, en Cuba sigue predominando la censura, la autocensura y la paranoia de un régimen dictatorial que encarceló, en 2003, a 75 escritores disidentes y ejecutó ciudadanos que intentaban huir del país.

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